En un claro avance de las logros de la globalización laboral, Cornelia Weber-Tejedor comparte trabajos de limpieza de interior de aviones con otras mujeres, todo mujeres, de distinta nacionalidad, en el macro aeropuerto de Frankfurt.
Su trabajo es una tapadera ya que en realidad es comisario de policia. Varios sucesos encadenados en su vida personal y profesional la han abocada a esta decisión y su misión, ya que se ha auto impuesto aceptarla, es infiltrarse en una organización delictiva dedicada al trafico de drogas con largas ramificaciones internacionales y aunque no se sabe su magnitud si se conoce su peligrosidad.
La novela se adentra en las vivencias como mujer, de esta comisario, Cornelia Weber-Tejedor, medio alemana y medio gallega, como ser humano frágil e indefenso de un modo que no conocíamos, lejos de la prestancia de su cargo policial. Sin la seguridad de una placa, sin pistola y sin grupo de apoyo. En caída libre.
Un peinado como para matar al peluquero, un trabajo humilde, un piso barato, un interior sencillo, unas relaciones simples. Y Cornelia Weber-Tejedor se convierte en Cornelia Lenz. Sumisión, miedo, cansancio, desprecio, vacío, soledad. Un infiltrado es un cero en la escala de la dignidad humana, ya que de reivindicar cualquier derecho pondría en peligro la misión y esta está por encima de las personas. Y siempre con la presión añadida que en algún momento deba traspasar la línea para legitimar su condición y no ofrecer ninguna muestra de debilidad que propicie la mínima duda y la ponga en evidencia.
El argumento avanza arrastrándose, pero es por la necesidad de imbuir al lector de esa atmósfera opresiva de un día a día rutinario en el que en cualquier momento puede saltar la sorpresa. Y lo consigue; consigue que nos sintamos Cornelia y nos duela la espalda y las articulaciones de las rodillas al llegar cansados a casa por la noche. Y que para alejar ese presente sombrío vivido en soledad no quede más consuelo que echar mano de una, o dos, o tres cervezas, o algo más fuerte. Y que mañana sea como hoy y como ayer no ayuda. Un día tras otro. Y aún y así Cornelia se mantiene digna, obsesionada por su objetivo y alimenta la llama de la rabia por la explotación de personas y familias, firme en su tapadera para desenmascarar y detener esa despreciable variante humana que parásita en los más vulnerables.
Rosa Ribas coloca a su protagonista, que en esta tercera entrega se halla inmersa en una crisis personal de pareja y con un previsible problema familiar con la salud de sus padres, en una situación de difícil lucha interior por la que quizás no está del todo centrada. Por lo que de producirse un descuido, puede tener fatales consecuencias.
Rosa Ribas ha construido una novela contundente, como ella sabe hacer, que aguantará el paso del tiempo. Ha elegido bien el tema, no ha tenido ningún reparo en darle un nuevo rol a su comisaria despojándola de la comodidad de su cargo y la ha echado a los lobos que medran en zonas restrictivas de un aeropuerto, para crear una novela con atmósfera opresiva y de reivindicación social que merece nuestro placet y nuestro respeto.
Página Web de Rosa Ribas http://www.rosa-ribas.com/