El susurro del diablo no es como el susurro humano; es un grito ahogado, sordo, que tiene el maléfico poder de quebrar voluntades. Quien lo oye ya no vuelve a ser quien era. E incluso puede llegar a dejar de ser. Simplemente.
¿Puede una muerte ser a la vez un accidente, un suicidio y un asesinato? Todo depende de quien observe los hechos y de la conclusión que saque. Y los hechos son muertes. De chicas jóvenes, en Tokio.
Mamoru, un joven huérfano de 16 años que vive con sus tíos y una prima, resulta elegido por el azar y las circunstancias para erigirse en el encargado de averiguar que se esconde tras esas muertes y evitar que haya más. No hay policía, no hay detective privado, no hay abogado justiciero. Solo un muchacho con una gran voluntad que intentando limpiar el honor de su tío taxista e intentando ayudar a su jefe en los almacenes donde trabaja a jornada parcial, no solo descubrirá una cadena de horrores y unas ilegales y peligrosas manipulaciones sensoriales sino que además y a la postre conocerá circunstancias desconocidas de su orfandad.
Cruce de argumentos sin uno claramente principal que se enriquecen mutuamente y se complementan para explicarse en un todo.
El susurro del diablo (1989) es prácticamente narrativa juvenil no solo por la edad de los protagonistas y por las situaciones cotidianas que viven y les preocupan, sino por el tratamiento de suspense cercano al terror psicológico habitual de los filmes japoneses que desde entonces copan los festivales cinematográficos de género. Pero es narrativa para adultos, a los que critica mantenerse fieles a unos principios caducos, a unos códigos rancios y ser insensibles a las necesidades de los jóvenes por ignorancia y falta de comunicación aducida erróneamente a la diferencia generacional y a la inadaptación al sistema.
Pero sea para un público o para todos no deja de ser novela negra. La novela negra japonesa, no nos cansaremos de recordarlo, es distinta. Lo negro no está en lo extraordinario ni en lo escabroso, lo negro está en lo cotidiano. Por eso es tan visceral. Y por eso da miedo. Como sus películas de terror.
En las páginas de El susurro del diablo encontramos una crítica social a un sistema de educación escolar muy exigente en su apariencia, en su forma, en su proyección social pero descuidada en su fondo y en su trato humano, aunque luego el arrepentimiento no deje dormir. Una crítica a primar la obtención del deseo y el capricho anteponiéndola a ser íntegro, a ser honesto, aunque luego la vergüenza corroa hasta el hueso. Una crítica al mercantilismo de las empresas en las que la cuenta de resultados justifica cualquier decisión aunque luego el remordimiento conduzca a actos desesperados.
Honor en el taxista, lealtad en el jefe de almacenes, culpabilidad en un profesor, perdón en un compañero de clase, vergüenza en un alto ejecutivo: los pilares de la cultura japonesa en entredicho. Herencia feudal frontalmente enfrentada a su mundial liderazgo tecnológico.
El protagonismo femenino es total, en las jóvenes muertas, en la madre de Mamoru, en su tía y prima...y que su deseo de emancipación sigue siendo una asignatura pendiente en Japón. Las mujeres que Miyabe dibuja tan bien, son jóvenes inquietas a las que el traje virtual de geisha no deja respirar de ahí que confundan sus necesidades con sus deseos y en consecuencia no se cuestionen los medios para su obtención.
Miyuki Miyabe es una escritora capaz de explicar del modo más natural actos cuya naturaleza no entendemos. En su estilo rechaza los toques de efecto gratuitos y los fuegos de artificio y escribe desde la racionalidad, de tal forma que son sus personajes quienes escriben la historia y la Historia los juzgará. Su planteamiento es sobrio, hasta el exceso de echar en falta algo más de emotividad pero no por ello deja de ser intenso.
Demostrar sentimientos es algo mal visto y el que dirán hace que la procesión vaya por dentro, por eso Miyabe no se inmiscuye en los actos de sus personajes ni en sus razones o justificaciones que deja, discretamente, a disposición del público. Por eso no clasifica malos y buenos: hay personas y hay actos.
¿Quien merece castigo: el culpable o la víctima? Respuesta obvia, ¿o no? En esta novela todos son culpables y todos son víctimas. Allá cada lector/a con su concepto de bien y mal y con lo que esté dispuesto a entender y aceptar.
Miyabe tiene más libros como este, no son novelas de género sino que usan al género para ser novelas, y esta lectura deja con ganas de conocerlos. Próximamente en este blog.
Hay más novelas japonesas posteadas en el blog. Utilice el buscador de la columna de la derecha con la palabra japonesa para verlas.
Post scriptum: pinchen para leer la reseña de otra de sus personalísimas novelas R.P.G Juego de rol
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