Estamos en 1931 y mientras los rascacielos de Manhattan apuntan cada vez más alto, hacia el cielo puro y azul símbolo de gloria, generando riqueza a los habilidosos negociantes, los bajos fondos caen aún más bajo si cabe con sus turbios negocios como oscuros e insanos son sus lugares de encuentro y mercadeo.
Hell’s kitchen (la cocina del infierno) es el barrio más peor de Manhattan. En el midtown, voreando al río Hudson (en el mapa es el recuadro azul cielo a la izquierda).
Si en el infierno se pasa mal imagínense lo que debe ser estar en su cocina.
Es el feudo de los pelirrojos irlandeses, los patricios, en oposición a Little Italy, con los macarroni traficantes de armas y alcohol y Chinatown con los chop swey proveedores de todo tipo de estupefacientes y prostitución.
Estamos en plena época gangster, en la época en que sicarios a sueldo liquidan sus encargos a balazos, en la época en que muchos policías miran hacia otro lado y en la que los dirigentes de estamentos públicos han sido comprados a base de explotar y satisfacer sus oscuras debilidades humanas.
Todo atado y bien atado hasta que un asesinato involuntario y gratuito en una panadería de una honrada familia italiana lo desata todo y actúa de acelerante para que el fuego salte de la cocina a la calle y se propague con enorme virulencia dejando atrás New York para llegar hasta la mismísima Chicago, capital industrial por excelencia.
Hard boiled repleto de personajes carismáticos como el Ogro, 2B, el Sastre, Capone, Big B, el Gato, Elliot Ness y sus Intocables, fantasía y realidad, imaginación e historia para dar credibilidad al argumento del guionista Damien Marie.
El dibujo es de Karl T. de factura europea, sin ser línea clara, es limpio y conciso, no cambia prácticamente de plano pero da respuesta a las exigencias del guión, aunque se agradecería más creatividad, mayor expresividad. Aúnque cuida muy bien la ambientación, el vestuario, los vehículos y las armas que son los elementos cruciales para dar realismo a la historia.
El color a cargo de Jocelyne Charrance y Dameex insiste en los tonos neutros con predominio de grises, sepias y amarillentos, que dan bien con el rojo de la sangre, para situar la época en perfecto contexto de evolución fotográfica, consiguiendo un resultado comedido dentro de su corrección.
Nada en este cómic destaca para encumbrarlo como un álbum top pero tiene en si la armonía y el ritmo narrativo preciso de la literatura pulp para que su lectura no decaiga en ningún momento.
Su argumento explica perfectamente las tensas relaciones entre los distintos emigrantes recién llegados a la América de la esperanza y sus sueños de grandeza. No estamos pues ante una historia original, sino ante una nueva recreación de aquellos años en que la ley del más rápido y del más fuerte del oeste se instaló en las urbes del este.
El resultado evoca momentos dejà vu en la pantalla ya que es difícil sustraerse a una época contada mil veces en el cine (de hecho, en un guiño cinematográfico, toman prestado el rostro de Kevin Costner para Elliot Ness).
En cualquier caso el entretenimiento está servido, esta vez sin salir de la cocina.