En Los crímenes del abecedario se suceden una serie de asesinatos que suponen
el resultado de una conducta apoyada en un simbolismo y un planteamiento meticuloso.
Quien asesina está usando la inteligencia y la lógica. Una intelectualidad
sometida a bajas y abyectas pasiones.
Todo un desafío para la
investigación policial. No es solo un asesino más, sino que por añadidura
demuestra ser ocurrente y listo, como demuestra el modo de seleccionar a sus
víctimas; y culto: no todo el mundo ha leído a Sade ni oído hablar de Justine; y sádico: no todo el mundo busca el placer infringiendo dolor ni forzando el sexo.
La joven agente Diana
Dávila, en su segunda novela, y su jefa Arancha Arenzana van a llevar el peso
de esa investigación a pesar de que ciertas reminiscencias machistas entre sus
compañeros, incluso jefes, intenten dinamitarlo La discriminación presente en todos los estamentos.
En la novela se
entremezclan hábilmente no solo estos asesinatos sino el empleo de las redes
sociales y el uso y acceso creativo a otros medios, que requerirían de permiso
judicial, para fines policiales y no se esconden tampoco actividades corruptas
entre los miembros de las fuerzas del orden. Todo un compendio de sub tramas
que enriquecen el argumento y lo llenan de contenido.
El pero está en la repetición
de conceptos, situaciones, función de los protagonistas... tan innecesaria que
resulta molesta. Tan notoria que se diría que se concibió como una novela por
entregas y que con la reiteración se pretende a ayudar al lector a no perder el
hilo. Una lástima que la lectura de revisión lo pasara por alto y que no puliera
estos aspectos y mejorara así su legibilidad que no sufre pero no corre lo que debiera.
Es como servir una
elaborada sopa y ofrecer un tenedor para degustarla: una parte se pierde por el camino y desdibuja su finalidad.
También debe apuntarse en
el debe que recordemos más a las dos protagonistas femeninas de la novela por
su connotación y atractivo sexual y sus deseos no siempre contenidos que por su
profesionalidad, inteligencia y valentía. Cualidades que se les imputan pero
que no se desarrollan y no se reflejan. El cliché empleado para definirlas
debería de haber permanecido cerrado en el cajón del olvido (por no hablar de
la selección de la imagen de la cubierta).
Esteban Navarro no
exprime del argumento todo su potencial, que lo tiene, y relaja su capacidad
narrativa al escribir permitiendo que se le cuelen tics impropios de su
experiencia.
Soslayando estos aspectos, la trama resulta interesante porque juega al despiste, porque enfrenta
al lector, a la par que a todo el equipo policial, a una mente juguetona solo
que abocada al lado oscuro y porque consigue mantener el interés hasta el mismo
punto final.
Del mismo autor, Esteban
Navarro y en este mismo blog la reseña de Los fresones rojos