"Qué dificil es matar a los muertos" |
Abordar la lectura de Almas grises creyéndola una novela negra
sería inapropiado y llevaría a decepción, pero también lo sería creer que no lo
es: la negrura de la historia así lo justifica aunque ni en su desarrollo ni en
su resolución se sigan los cánones establecidos y el asesinato acabe siendo
solo una excusa para desarrollar una historia costumbrista no exenta de intriga
policial.
Finales de la primera guerra mundial en
Francia, diciembre de 1917, la desolación vive instalada en los pueblos y en
los campos envolviéndolo todo de gris. También se ha instalado en el cuerpo de
los combatientes y de los lugareños. Se ha apoderado de sus almas. Almas
grises.
Belle (Belle de jour para los más idílicos) ya no es más que un precioso
cadáver. Una princesa de cuento. El cuerpo sin vida de quien a sus diez años
debería bailar y saltar y reír y no yacer en aguas gélidas. Las princesas,
cuando son niñas, no deberían morir.
Un cadáver en aguas gélidas |
Un asesinato en un villorrio al norte de
Francia próximo al frente donde se libran batallas y donde los campos están
sembrados de cadáveres. Donde Belle, forzada por las circunstancias, ha
madurado demasiado deprisa y trabaja ayudando en el restaurante de su padre, El
Rébillon.
Su menudo cuerpo, objeto de deseo; su
pícaro comportamiento promesa de placer. Toda ella expuesta a los ojos de la
desesperación y del miedo por la guerra y sus consecuencias.
El ritmo narrativo se sustenta en la
crónica que de los hechos relata, veinte años después, alguien que estuvo muy
implicado en el Caso ”subrayando la mayúscula con suspiros y aspavientos”. Sus
revelaciones presentan aquellos hechos y aquella realidad desde otro ángulo y
exponen lo que tal vez nadie sospechó.
Almas
grises hace referencia a la condición humana
cuando la indeterminación se apodera de los actos; cuando es más fácil dejarse
llevar que afrontar las situaciones. Cuando ser vencido resulta más cómodo y
menos cansado que luchar por una supervivencia improbable.
Philippe Claudel |
El lenguaje que emplea Philippe Claudel,
narrado en primera persona, es comedido para todo el horror y dolor lo que
describe: cobardía, hipocresía, envidia, pérdida de la inocencia, complacencia
y maldad.
Narra los acontecimientos y explica las
sensaciones evocándolos a partir de sus personajes y empleando para ello una
prosa poética rellena de ausencias.
Emplea este recurso literario como medio
para describir lo más sórdido. Lo que permite al lector sobrellevar la hiriente
dureza de la historia con más facilidad.
La novela resulta compleja pero no
complicada. Cada personaje de la obra: el policía, su mujer, el fiscal, su
criada, la maestra, el padre de Belle, el tonto del pueblo, la vendedora de
pieles, la viuda, el párroco, el juez y el coronel y más que alimentan esta
historia son ejemplo vivo del egoísmo de los seres humanos frente al
comportamiento más primario pero más noble de otros seres vivos no racionales.
Como lo sostiene la pantomima de decidir
un veredicto, tan determinante que supone que alguien viva o muera, en medio de
un banquete al calor del vino y de la calefacción, mientras en el exterior
quien espera justicia sufre torturas soportando temperaturas absolutamente
gélidas. Feroz resumen que viene a ratificar aquello que el hombre es un lobo
para el hombre.
“Qué difícil es matar a los muertos”