A pesar de que se hagan
sofritos, incluso hay recetas que así lo indican, en quince o veinte minutos,
quien entiende de cocina sabe que debe dedicarle no menos de dos horas para
obtener ese punto almibarado en textura y sabor que diferencia la calidad de la
vulgaridad.
A pesar de que se
escriban y publiquen muchas novelas, quien entiende sabe que a la idea inicial
hay que darle tiempo y medios para desarrollarla: hay que documentarla, hay que
perfilar los personajes, hay que entrelazar diversas historias, hay que
procurar elementos sorpresa, propiciar giros inesperados y sobre todo y ante
todo hay que escribirla para reescribirla una y otra vez, como quien va
removiendo lentamente el sofrito, para obtener ese punto de exquisitez,
distinto para cada cual, que aunque nunca será definitivo si se acercará mucho
a parecerlo.
Cuatro muertos más para el
desierto es una novela que se lee
de un tirón. Una narración que seduce ya desde las primeras líneas con una
trama trepidante donde la violencia y la intriga conviven hasta el mismo punto
y final.
Imagínense el resultado
si en lugar de estar hecha como un sofrito de veinte minutos lo hubiera estado
como uno de dos horas.
Leer Cuatro muertos más para el desierto es como
entrar en un cine a oscuras con la película ya empezada a ritmo de western. Hay sangre y hay un herido de
gravedad. No sabemos quién ni porqué.
Y vamos viendo desfilar a los protagonistas y a unos les asignamos el rol de
buenos solo por parecerlo en contraposición a los malos y no por serlo
implícitamente.
Este thriller escrito de
modo cliffhanger al
final de cada capítulo está repleto de
disparos, robos, contrabando, persecuciones y peleas armoniosamente combinados en
dos épocas dispares de España como son finales de 1975, cuando la agonía de
Franco abría un abismo de incertidumbre política y la época actual, cuarenta
años después.
Y transcurre en dos
grandes escenarios principales, Barcelona que ofrece el asfalto a la trama
tanto por su zona alta como por las calles del Raval, centro de acogida de
almas descarriadas y de mercachifles de género de dudosa procedencia y en donde
los brillos relucen en hojas de navaja y Marruecos que ofrece la arena del
desierto, sus pueblos y los convulsos últimos días de pertenencia a España
del Sahara Occidental.
La familia Correa es el
hilo conductor de una historia que arranca con la lucha diaria por sobrevivir a
una vida empeñada en darte la espalda y que termina con la lucha por sobrevivir
a una vida empeñada en cobrarse la factura por haber vivido.
A Christopher Pollinini le ha salido un
sofrito resultón pero le hubiera salido exquisito con mayor ambición en la integración en la
trama de los hechos históricos, más ahondamiento psicológico de los personajes, más cariño
en no abandonar algunos por el camino y entendiendo el punto de cocción final
adecuado antes de cerrar el fuego.
La novela es de fácil digestión y el sofrito no repite.