jueves, 7 de enero de 2016

Al hilo del mundo literario de la novela negra

Tipología de la novela policiaca
En el mundo actual de la novela negra parece haberse instaurado el que si no presentas un extravagante asesino de mentalidad retorcida que actúe con denostada maldad e interprete, más que cometa, sus atrocidades como si estuviera ejecutando un triple mortal con doble tirabuzón al bies no eres nadie.

Y de eso tiene la culpa el lector y la editorial que no el autor; que bastante duro es imaginar un argumento y unos personajes que nadie haya imaginado antes (harto difícil visto el catálogo de especímenes ominosos que viven instalados en las bibliotecas de medio mundo) y escribirlo con más o menos gracia y conseguir que lo publiquen como para encima cargar en las espaldas la pesada mochila de ser un oportunista mercantil.

Y digo la editorial porqué si funciona hay que seguir y seguir y digo el lector no por su condición sinó por su indefensión ante las agresivas publicidades que mienten más que informan.

Antes se intentaba sacar panes de las piedras ahora el esfuerzo editorial se centra en sacarlos de la novela negra, novela policiaca, thriller, thriller negro, novela interrobang vamos, esa que salió del mainstream para instalarse como oriunda.

Y sacuden sus autores de primera y segunda fila como si fueran olivos y esperan que de ellos caigan novelas negras por encargo, que no aceitunas, listas para ser envasadas y promocionadas donde haya opción de venta. Aúnque sean en secciones de hipermercados justo al lado del pasillo de aceitunas y encurtidos.

Y ahora ya son los premios literarios quienes son otorgados sin ningún pudor a autores de novela negra (y no es que no se lo merezcan) a quienes hasta hace poco denostaban por ser su obra considerada indigna de formar parte del circulo virtuoso de la Cultura, con C mayúscula.

Y que se intente, lo de sacar panes, no significa que se consiga: según dicen quienes de esto entienden tanto el punto de venta, la librería de toda la vida vamos, como sobre todo el autor ven muy poca remuneración de vuelta.

Y un escritor cobra menos que un maestro de escuela. De los de antes y con los recortes también de los de ahora.

Actualmente publicar alimenta más el ego que la barriga. Llena más las arcas de la satisfacción que de dígitos la cuenta bancaria. Hay que buscar bolos, participar en eventos, hacer de jurado, lo que sea para redondear las cifras o como mínimo promocionar la obra y que a la postre también debería de incidir en el tema pecuniario.

Pero aún y así muchos son los llamados a escribir, publicar, triunfar y ganar dinero y pocos, muy pocos los que logran lo primero, algunos además lo segundo, menos muchos menos los que logran lo tercero y… ¿qué era lo cuarto? A si! ganar dinero; ganar lo que se dice ganar se gana pero no lo suficiente, el esfuerzo no es justamente recompensado, al menos no es igual que vaciar una máquina tragaperras de un casino con un puto euro y bajar una palanca como todo gesto.

Pero es que hay tal euforia con la novela negra que quien más quien menos acarrea con cedazo, sombrero y botas hasta la rodilla para encontrar esas pepitas de oro con las que el mercado editorial encandila las mentes de quien se acerca con un original. Y si no, lo tienen crudo:

-       Uy que mono, otro escritor ¿es novela negra?
-       Pues no
-       ¿Pero la podemos etiquetar así?
-       Me temo que no…
-       Vale ¿Autoayuda? ¿Recetas de cocina?
-       Tampoco...
-       Es que ahora no se vende nada más. Lo siento. Vuelva usted otro día.

Y el candidato a escritor, en la intimidad de su sancta sanctórum de escribiente, allí donde las musas suelen acariciar y estimular sus neuronas, se dispone a reescribir su ensayo revisionista sobre Una mirada al arte del siglo XX según el materialismo dialéctico de Karl Marx.

Convertirá al orondo barbudo en un joven de pelo lacio y piercing en la nariz hijo de revolucionarios convertido en un sádico asesino en serie de artistas vendidos al capitalismo, enamorado de una galerista de arte mundano, su femme fatale, que le provoca conflictos internos de lucha de clases entreverado con el alienamiento que los programas gratuitos de retoques de imágenes por PC (Personal Computer que no Partido Comunista) provocan en los asalariados.

Un policía encarnando el poder del mercantilismo anónimo le sigue los pasos, huellas con marcas de pintura reciente, mientras una gran exposición recopilatoria de arte del siglo XX está a punto de inaugurarse, ta–ta–ta-chán.

El título por supuesto se adapta a Arte asesino y con un original bajo el brazo y una vela encendida a algún santo de su devoción el candidato a escritor vuelve con renovada ilusión a convencer a la editorial.

Y más o menos así se vienen publicando novelas, que las fajas anuncian como novela negra, de consumo rápido y sabor a prefabricado: fastbook.

Los lectores de novela negra exorcizamos nuestro yo oscuro, dicen, al leer este tipo de género. Al vivirlo en la imaginación no necesitamos vivirlo en la realidad dicen. Somos, psicologicamente hablando, enfermos irredentos, dicen. Sarta de chorradas, digo.

La novela negra es y ha de ser y seguir siendo un divertimento, una ficción con su apego a la realidad si así lo desea pero cualquier otra intencionalidad puede dar lugar a obras de resultado cortoplacista que no podrán ofrecer relectura futura y eso podría tener consecuencias funestas para la supervivencia del género.

Las grandes obras del género se leen y releen sean de la época que sean.

El tiempo pondrá cada obra en su lugar y la novela negra de verdad, no la oportunista, no la hecha por encargo ahora que está de moda, exigirá y cobrará cabezas.

Si la novela negra ha acabado con librerías como Negra y Criminal ¿Qué no será capaz de hacer?

domingo, 3 de enero de 2016

El hijo de la virtud de Juan Pablo Longobardo

Thriller sociopolítico
El hijo de la virtud es un juvenil thriller sociopolítico con más crónica de realismo en sus páginas que en las de los periódicos, que incide en lo ya sabido de que en las desigualdades entre clases sociales siempre ganan los que ostentan algún tipo de poder que les permite traspasar líneas rojas sin castigo y también que ante el dinero pocos se resisten a ser corruptos.

Su lectura ha de permitir a jóvenes revolucionarios de salón, como diría Marx, o a recientes indignados de tienda de campaña, aún expuestos a la erótica del poder, reflexionar sobre el alcance que pueden tener las ideas cuando se pasan a los hechos de un modo radical e irreversible. Aquellos que hayan seguido el cómic o visto el film V de Vendetta no podrán evitar notar ciertas analogías.

A Maximilien Robespierre, entusiasta visionario y enloquecido artífice de la revolución francesa de 1789, rinde veneración el cántabro protagonista de esta novela, Emmanuel de las Casas y a quien profesa profundo respeto por considerarlo su padre ideológico.

Robespierre
Emmanuel es un profesor de filosofía que decide culminar el camino que inició Robespierre para contextualizar la República de la Virtud y como que emplear la guillotina sería anacrónico decide junto con cuatro amigos, Víctor, Ahmed, Adi y Nastia, valerse de armas modernas y sobre todo del poder mediático de internet para despertar las conciencias adormecidas y manipuladas del pueblo oprimido, aunque sea por la fuerza, mediante la reinstauración del terror.

El terrorismo entendido como medio expiatorio para liberarse de los que comprometen la virtud mediante sus malas artes con las que no solo consiguen sus viles propósitos sino que además viven instaurados en la impunidad. Por eso deben ser excluidos de la sociedad mediante un ajusticiamiento ejemplarizante.

Pero en este camino de redención autoimpuesta se van a liberar más que tensiones y Emmanuel va a tener que tomar terribles decisiones que enfrentarán su amistad más noble con su idealismo y su amor más pasional con su misión. Las tragedias no solo se viven de puertas a fuera sino que también destruyen por dentro.

Es un thriller inteligente porque pone al joven lector frente el espejo que refleja esos pensamientos tan íntimos, tanto que no se dicen y cuyo sordo eco hace contraer los músculos de la cara, sobre lo que nos gustaría hacer sino fuera por las restricciones morales y legales.

Juan Pablo Longobardo ha escrito una amena reflexión desde la erudición filosófica sin cruzar el umbral de la pretenciosidad a pesar del uso de citas y de las diatribas que proclaman los protagonistas durante sus purgas.

La escritura convence tanto en las descripciones más cruentas de las acciones punitivas como en las aproximaciones amorosas llenas de tierno romanticismo huyendo en ambos casos de lo fácil y lo trillado empleando un léxico rico y comprometiendose ante situaciones capaces de tambalear firmes convicciones dejando la dignidad en entredicho.

miércoles, 30 de diciembre de 2015

W de Whisky de Sue Grafton

Un gato bobtail, nuevo miembro
 del universo Kinsey Millhome
El Alfabeto del Crimen de Sue Grafton sigue completándose y acercándose a su final con esta nueva entrega y mantiene la cohesión geográfica y ambiental, década de 1980, que conecta toda la serie y sigue la evolución personal de los protagonistas como si fuera ayer la última vez que coincidimos.

En W de Whisky nos encontramos de entrada con dos cadáveres y un intervalo de varias semanas entre uno y otro y nada que haga sospechar la más mínima relación. Uno corresponde al de un detective privado y el otro al de un indigente no identificado.

Ambos cadáveres tienen un punto en común: Kinsey Millhome, nuestra querida detective y protagonista de toda la serie. El nombre de Kinsey aparece en un pedazo de papel en el bolsillo del cadáver del sin techo. Kinsey no lo conoce y no sabe si la buscaba para contratar sus servicios. Si conoce al detective privado, la otra víctima, con quien había coincidido tiempo atrás y mejor no haberlo hecho.

El misterio está servido y sitúa a Kinsey en el epicentro de un caso que destapará un poco más de su desconocido pasado y con el que tendrá que lidiar y lo hará como siempre mientras soluciona sus quehaceres cotidianos profesionales y personales y mientras mantiene sus relaciones con su casero y amigo Henry y William el hermano de éste, un gato como nuevo vecino y con el sobresalto hormonal que supone el regreso de un querido antiguo novio.

Esta novela es especialmente humana por el trato que dispensa a las víctimas de la marginación social, los homeless, por lo general rechazadas por propios y ajenos y por las muestras de generosidad que aún y así florecen entre ellos y en algunos miembros solidarios de la propia comunidad.

Las premisas empleadas por Sue Grafton para empezar sus novelas suelen ser situaciones prosaicas relacionadas con las obligaciones profesionales de Kinsey que hábilmente combinadas con el quehacer doméstico diario de los habituales protagonistas acaban desarrollando una trama mezcla de costumbrismo y policial, sencilla y desenfadada pero completa e interesante.

Y todo contado en ese estilo Sue Grafton que nos es tan conocido y por ello querido. Ese estilo que hace que todo vaya encajando y que avance lenta pero imparablemente hacia su objetivo, ese estilo sinuoso pero decidido como el avance de una serpiente.

Impagable resulta la subtrama lineal que desde el principio está presente y que hace referencia al coche de Kinsey.

El alfabeto del Crimen, decíamos al principio, está llegando a su fin, esta novela es la número 23 de la serie y tal vez su mayor logro sea el de mantenerse constante y fiel a su primera entrega, si bien es cierto que acusa dificultad para ser sorprendente y original.

Sue Graton en Negra y Criminal
durante su estancia en BCNegra
 A estas alturas los seguidores de la serie hace tiempo que aceptamos las reglas del juego y sabemos a que atenernos al abrir una nueva novela.

Que duda cabe que incremento del número de páginas (terrible imposición que azota a la novela negra en los últimos años) tiende a ralentizar el ritmo narrativo pero la autora lo aprovecha inteligentemente para ir insertando reflexiones de la protagonista no exentas de su peculiar sentido del humor.

Esperando la entrega con la letra X, de xilófono? de xilografía? xenofobia?  xenofilia? xerofagia?...



Lean aquí la reseña dedicada a su novela anterior titulada V de venganza y a la valoración del conjunto de su obra.



domingo, 27 de diciembre de 2015

Broadchurch temporada 2

Caratula Broadchurch 2
El acantilado del condado de Dorset que ofrece su roca desnuda a la mirada del sol y a las caricias de la brisa, cuando no, también, a los arañazos de la lluvia y a los latigazos del viento, se está desmoronando como también lo están empezando a hacer los habitantes de Broadchurch expuestos a las inclemencias del juicio al presunto asesino del pequeño Danny Latimer.

Hay desprendimientos de rocas de igual modo que se desprenden lágrimas y se liberan pensamientos negativos.

En un juicio no tiene por qué ganar la justicia pero quien siempre gana son los abogados. O bien la parte acusadora o bien la parte defensora. Uno de los dos gana. Siempre.

Y los demás, todos los demás: jurado, familiares de la víctima, familiares del acusado, amigos de unos y de otros incluso el juez pierden. Pierden algo de inocencia por el camino, pierden tranquilidad y también, y aún peor, pierden algo de humanidad.

Las reglas de un juicio, las prebendas de los abogados en sus intervenciones y las intervenciones del juez no están pensadas para apaciguar los ya de por si encendidos ánimos, solo permiten regular con normas pensadas para su indulgencia el desarrollo de un acto donde se decide sobre la futura vida de un reo y de rebote sobre el futuro de unas gentes salpicadas por el hecho luctuoso de un asesinato capaz de manchar un pueblo y de resquebrajar un acantilado.

Acantilado de Broadchurch
en el condado de Dorset
Alec Hardy el detective que resolviera este caso en Broadchurch está intranquilo porque en su caso anterior, Sandbrook, el sospechoso quedara en libertad y no desea que suceda lo mismo.

Y en paralelo y mientras transcurre el juicio, Hardy y la otrora detective Ellie Miller, el suspendido y ella reconvertida en agente de tráfico, reabren por su cuenta el caso Sandbrook y pondrán todo su empeño en encontrar donde se falló y que es lo que falta para volver a ponerlo en la senda de su resolución.

Esta segunda temporada de la serie de televisión Broadchurch no es lamentablemente como la primera, donde debería haber concluido, pero ya puestos no desmerece ni desentona en la línea iniciada en la primera, aunque con la reiteración de sus aciertos prolonga inevitablemente sus defectos y errores.

El final de Broadchurch 1 pareciera no dar pie a continuación alguna, pero los guionistas han sabido sacar petróleo de donde no había y han conseguido una historia que aunque coja permanece en pie sin tener la carga dramática que tan buena hiciera la primera.

Los episodios son de movimientos lentos, para muchos acostumbrados al ritmo americano resultarán aburridos, pero no por ello dejan de suceder cosas. El avance es notorio y cada plano responde a un motivo y con el uso de lentes de gran angular se magnifican tanto los paisajes como las emociones humanas para favorecer la comprensión y entendimiento de cada estado de ánimo, de cada racha de viento y de cada golpeteo de las olas en su agonía sobre la arena.

Casetas de baño de la playa de Broadchurch

Las dos tramas principales, el juicio y la investigación del caso anterior, se ven complementadas con otras más cortas y de distintos temas que enriquecen el conjunto al humanizar los personajes favoreciendo la empatía con cada uno de ellos. Incluso con los que se muestran como malos.

A destacar el brillante enfrentamiento entre Sharon Bishop (Marianne Jean Baptiste) abogada de la defensa y Jocelyn Knight (feliz reencuentro de Charlotte Rampling) de la acusación, que mantiene con vida el relato y demuestra lo equivocados que estamos respecto del concepto de justicia.

Es una serie interesante por el componente psicológico de buen nivel que demuestra y porqué consigue mantener la atención desde el minuto uno, eso a si a su perezoso y particular ritmo.

Se habla ya de la tercera temporada. Que cada cual tome su decisión.




miércoles, 23 de diciembre de 2015

Cuatro muertos más para el desierto de Christopher Pollinini

A pesar de que se hagan sofritos, incluso hay recetas que así lo indican, en quince o veinte minutos, quien entiende de cocina sabe que debe dedicarle no menos de dos horas para obtener ese punto almibarado en textura y sabor que diferencia la calidad de la vulgaridad.

A pesar de que se escriban y publiquen muchas novelas, quien entiende sabe que a la idea inicial hay que darle tiempo y medios para desarrollarla: hay que documentarla, hay que perfilar los personajes, hay que entrelazar diversas historias, hay que procurar elementos sorpresa, propiciar giros inesperados y sobre todo y ante todo hay que escribirla para reescribirla una y otra vez, como quien va removiendo lentamente el sofrito, para obtener ese punto de exquisitez, distinto para cada cual, que aunque nunca será definitivo si se acercará mucho a parecerlo.

Cuatro muertos más para el desierto es una novela que se lee de un tirón. Una narración que seduce ya desde las primeras líneas con una trama trepidante donde la violencia y la intriga conviven hasta el mismo punto y final.

Imagínense el resultado si en lugar de estar hecha como un sofrito de veinte minutos lo hubiera estado como uno de dos horas.

Leer Cuatro muertos más para el desierto es como entrar en un cine a oscuras con la película ya empezada a ritmo de western. Hay sangre y hay un herido de gravedad. No sabemos quién ni porqué. Y vamos viendo desfilar a los protagonistas y a unos les asignamos el rol de buenos solo por parecerlo en contraposición a los malos y no por serlo implícitamente.

Este thriller escrito de modo cliffhanger al final de cada capítulo está repleto de disparos, robos, contrabando, persecuciones y peleas armoniosamente combinados en dos épocas dispares de España como son finales de 1975, cuando la agonía de Franco abría un abismo de incertidumbre política y la época actual, cuarenta años después.

Y transcurre en dos grandes escenarios principales, Barcelona que ofrece el asfalto a la trama tanto por su zona alta como por las calles del Raval, centro de acogida de almas descarriadas y de mercachifles de género de dudosa procedencia y en donde los brillos relucen en hojas de navaja y Marruecos que ofrece la arena del desierto, sus pueblos y los convulsos últimos días de pertenencia a España del Sahara Occidental.

La familia Correa es el hilo conductor de una historia que arranca con la lucha diaria por sobrevivir a una vida empeñada en darte la espalda y que termina con la lucha por sobrevivir a una vida empeñada en cobrarse la factura por haber vivido.


A Christopher Pollinini le ha salido un sofrito resultón pero le hubiera salido exquisito con mayor ambición en la integración en la trama de los hechos históricos, más ahondamiento psicológico de los personajes, más cariño en no abandonar algunos por el camino y entendiendo el punto de cocción final adecuado antes de cerrar el fuego.

La novela es de fácil digestión y el sofrito no repite.