Cubierta de Mala Hostia |
En Barcelona la clase
alta vivía, vive aún, en la zona alta de la ciudad, alta geográficamente
hablando, en faldas montañosas que el urbanismo ha ido arañando a la
naturaleza. Y las clases menos afortunadas, en la zona opuesta de la ciudad, la
que desciende hasta fusionarse con el mar.
Mala hostia es un eufemismo para designar mal carácter o
malas intenciones y es el título de esta novela; una novela barriobajera porqué
transcurre en esa zona habitada por la clase baja y clase aún más baja, por
esas callejuelas del barrio del Raval, antaño conocido como el barrio chino: un
gran mercado al aire libre, que no limpio, donde se compra y se vende todo a lo
que se pueda poner precio. O sea todo. Ya sea legal o ilegal.
Atila es el protagonista
principal. Un Atilano al que el recorte del nombre, al estilo del rey de los
hunos, le conforma más mala leche, más mala ostia. La necesaria para afrontar
los problemas que supone sobrevivir cuando no hay de donde rascar.
Es un detective privado
con menos casos que perlas en una charca. No tiene despacho, okupa una
mesa en un locutorio telefónico por ser pariente de Lena, una suerte de primo
lejano de aquellos que cuanto más primo más me arrimo y tiene como vivienda un
recoveco en un edificio, que se distrajo seguramente de los planos originales y
en el que apenas caben dos personas, la cama y una botella de whisky, además
del baño.
Y aunque no tenga motivos
para agradecerle a la vida su suerte si los tiene porqué viendo sus convecinos
de barrio aún podría ser peor. Marginal si pero no desgraciado.
El caso que le va a
permitir pagar deudas y comer caliente por unos días se lo encarga un
sudamericano para que busque a su chica desaparecida. Una bielorrusa de largas
piernas, cuerpo escultural, melena rubia y ojos azules (¿acaso no lo son
todas?) y de oficio desconocido pero imaginado. Imaginársela trabajando no
supone ningún esfuerzo para un Atila curtido en multitud de frentes.
Y así junto a Atila, en
ese encargo de búsqueda, la novela recorre El Raval y nos describe el ambiente
y los habitantes de ese barrio crisol de nacionalidades y de ilegalidades. Lo
hace a pie de calle para que experimentemos esas sensaciones que se adhieren a
la piel y tardan varios lavados en irse.
Luís Gutiérrez Maluenda |
Luís
Gutiérrez Maluenda tiene en Mala hostia una autentica
novela negra que sigue los arquetipos tradicionales del género y que se
asentaron en aquella América de negros años. Coge los mismos mimbres pero teje
su propia cesta.
Destila un argumento dinámico donde todo
resulta pausible, donde las relaciones humanas y las acciones que se suceden
tienen en su realismo su propia ficción y en donde no se puede separar el humor
de la violencia del mismo modo que para que el cigarrillo eche humo antes hay
que encenderlo.
Tiene también en El Raval el ambiente
perfecto para desarrollar historias en las que nada ni nadie desentone, ahora
que incluso las clases pudientes acuden a nuevos locales de moda para tomarse
una copa porque les encanta vivir peligrosamente y en la que pululan turistas
ávidos de lo auténtico para contar a su vuelta experiencias extremas.
Y tiene en Atila, hijo de
puta entrañable, un romántico del sexo, un naufrago combativo, un perdedor
disconforme, un cínico compasivo, un ex alcohólico que se emborracha cada día,
al protagonista perfecto para desarrollar una larga serie de novelas a cual
mejor. Creo que ya lleva tres.
No hagan como yo que,
incomprensiblemente, he tardado años en acercarme a este autor y acaparen todas
sus novelas para asegurarse lecturas placenteras. Yo estoy en ello.