Cuando el cuerpo de una
mujer descuartizada es hallado en un matadero rural de cerdos, el comisario
Pujol encuentra a través de la investigación, sorpendentemente y sin buscarlo ni pretenderlo, un
nuevo sentido a su vida. Sexagenario, felizmente casado y en puertas de su
jubilación descubre un yo joven y atrevido en su interior que le hace conectar,
libre de prejuicios, con el mundo actual.
La trama policial,
brillante en su inicio, pronto se diluye en narrativa costumbrista urbana y rural,
con individuos asociales y otros más gregarios, que está, por momentos, muy
bien descrita pero que nada o poca relación tiene con la zanahoria que nos
habían mostrado y que acaba fatigando al lector que había entrado a por negro y
le está saliendo rosa palo y además descolorido.
Difícil clasificar la
novela En el nombre del cerdo que parece no tener claro a donde va ni
porqué y que supone enredar al lector en una madeja con varios personajes
principales en lugares dispares y con hilos argumentales independientes aunque
se acaben cruzando porque alguna coherencia hay que darle al argumento.
Hay énfasis en las
peculiares relaciones personales de todos y cada uno de los protagonistas ya
que la novela se sostiene con estos caracteres de personajes solitarios que
arrastran su compleja psicología como quien lleva una pesada mochila de la que
no puede deshacerse. Y hay poesía con mensaje esotérico incluído de esos que abundan en los thrillers históricos.
Claro que para ello el
autor recurre a forzar situaciones, ya que si no sería difícil encontrar tanta
diversidad en unos espacios tan reducidos, y con ello acaba trampeando al
lector, sobre todo con T (el protagonista de la segunda subtrama principal; la
primera corre a cargo del Comisario Pujol) ya que solo presentándolo como un Maverick
desatado podría justificarse o entenderse su comportamiento.
La novela se estructura
en capítulos agrupados bajo tres epígrafes alternos: el paraíso (cuando la
acción transcurre en New York), el mundo (cuando es Barcelona el lugar elegido)
y el infierno (cuando es el pueblo de Horlá el protagonista) y eso a partir del
cuadro de El Bosco, El Jardín de las Delicias, tríptico conformado con esos
escenarios (aunque su mejor parte y la menos conocida sean las tapas).
La analogía debería
responder a alguna razón más allá de la pueril y evidente de los tres
escenarios pero el escritor, al igual que el pintor, nos la ha querido hurtar y
dejarnos libertad de pensamiento.
Tanta libertad como que
deja hilos del argumento al aire (algunos claman al cielo y sea olvido o
pasotismo o intencionado es una clara falta de consideración al lector), otros
los corta por lo sano sin importar cuan largos eran y si venían desde el
principio o habían surgido en algún cruce y otros los anuda deprisa y corriendo
conformando una obra que a quien solo satisfará plenamente es al autor.
Y así el resultado es una
novela difícilmente asimilable como negra o policial, un experimento de
escritura libre y creativa con poca incidencia en la parte manifiestamente
criminal y más en la supuesta maldad que anida en cada uno y cuya lectura es
como la interpretación del citado tríptico: con muchas escenas, y entre ellas
abundan, para el profano, más las inconexas e incomprensibles que las
justificadas o de evidente significado.
Pablo Tusset ha mezclado técnicas y recursos literarios en su
parte formal, nada extraño visto su antecedente literario Lo mejor que le
puede pasar a un cruasán y, heterodoxo como es, lo demuestra con una trama
donde enlaza sentimientos y emociones, incluso se permite un irónico cameo pero prefiero un cruasán antes que esta novela.