En la estepa los muertos no tienen quien les llore. |
En unas tierras donde las llanuras están surcadas de
roderas de coche entrecruzándose por caminos y pistas que hacen difícil cualquier
intento de encontrar el camino y donde las excavaciones suelen mostrar huesos
de dinosaurio sorprende que en una superficie árida y vacía asome el manillar de un triciclo
y más enterrado el cuerpo de su propietaria.
Hay cuerpos muertos en la estepa.
Con este inicio tan potente se despliega un argumento de
novela negra que sorprende e interesa por igual y a pesar de que hacia la mitad
de la novela, cuando cambia a ritmo de thriller, todo se vuelve previsible como previsible es el final pero aún así sigue
manteniendo atrapada la atención.
Yeruldelgger es un comisario de policía de Ulán Bator que
no ocupa un cargo de más prestigio porque la trágica muerte de Kushi, su hija
pequeña, lo descentró lo suficiente como para estar al borde de un precipicio mental.
Es efectivo y resolutivo pero de carácter difícil y
temperamento imprevisible; se le respeta y se le teme a partes iguales. Respeta
a los ancestros y las tradiciones tanto como desprecia y detesta la maldad y la
mentira.
Sobre su mesa se hallan dos casos simultáneamente, el de
la niñita occidental de la estepa con su triciclo y el de tres chinos
asesinados en un confuso escenario en la capital que tanto puede apuntar a un
ajuste de cuentas, como a un aviso entre bandas o a una suerte de ritual satánico.
Ambas investigaciones, cada cual con su carga emocional,
merecen ser resueltas y en eso Yeruldelgger y su equipo son especialmente
buenos y añaden la implicación necesaria poniendo incluso sus vidas en peligro
para obtener resultados.
En la novela los personajes secundarios son tanto o más
activos que el propio Yeruldelgger y en algunos momentos copan el protagonismo
principal aportando una gran riqueza de voces, puntos de vista y maneras de hacer
distintas, todas interesantes y a la vez complementarias.
Así Solongo, la forense, aporta la ciencia mezclada con
la tradición, Oyun la joven policía compañera de Yeruldelgger la valentía de
ser mujer en un mundo machista y Gantulga, el adolescente, aporta un notable
sentido de la lealtad y la honradez pese a lo que podría parecer.
La novela transcurre por muchos escenarios dispares, el
país lo permite y lo reclama y en la trama se suceden tantas escenas distintas
que a toda acción le sigue una reacción que desencadena otra y aún otra más.
Ian Manook |
Ian Manook (seudónimo de Patrick Manoukian) es otro de
los novelistas franceses que están rompiendo los esquemas a los que tenía
acostumbrados la novela negra. Con Yeruldelgger apuesta por una historia muy
compleja y la ubica en un país prácticamente desconocido para el mundo
occidental.
No le anima el exotismo para curiosos o turistas de
sillón sino el apunte a un entorno que solemos visualizar cuando nos viene a la memoria, como una vasta
extensión de estepa solitaria y que también, no podía excluirse del mundo, tiene
sus males y, como toda sociedad, sus remedios.
En Mongolia también hay simpatizantes nazis, hay
nacionalistas que lucharon contra la opresión soviética y que ahora luchan contra
la presencia china y coreana; hay invasión de capital extranjero con derecho a
pernada económica y legislativa; hay cloacas,
que no son tales, habitadas por excluidos sociales; hay menosprecio por la
mujer hasta un punto tal que desde occidente no se puede ni sospechar; hay prostitución,
corrupción y hay violencia, extrema en ocasiones y carente de ningún tipo de
piedad en todas.
También hay tradiciones que conviven con antenas
parabólicas, costumbres de los nómadas que se adaptan a los asentamientos en ciudad cuando estos
deciden instalarse en su periferia, hay monjes de presencia etérea, hay sueños premonitorios
y hay preguntas que sin formularse se trasladan por el viento y obtienen
respuesta de forma insospechada.
En Mongolia hay todo eso y mucho más y en Yeruldelgger,
muertos en la estepa, se cuenta.