miércoles, 2 de enero de 2019

La mansión de los gatos de Jirō Akagawa

Sangre, humor, gatos y algo
sobrenatural.

La mansión de los gatos es la tercera novela de la serie Los misterios de la gata Holmes del prolífico autor japonés Jirō Akagawa, un verdadero maestro del género.

El detective Yoshitaro Katayama, a quien la visión de la sangre puede ocasionarle un desmayo, y su colega Ishidzu, a quien la visión de los gatos puede ocasionarle también un desmayo, se ven envueltos en una trama que no carece ni de sangre ni de gatos ni de desmayos.

El joven agente Ishidzu pretende a Harumi, hermana de Katayama, y los invita a conocer su nuevo apartamento donde espera poder llegar, más pronto que tarde, a vivir con ella. La visita se interrumpe cuando la policía se presenta a un parque cercano advertida del accidente sufrido por un niño. Y no es el primero; podría ser que los accidentes no fueran tales.

A todo eso hay que sumar que los habitantes de una pequeña aldea cercana están siendo tentados por una inmobiliaria para vender sus terrenos y casas y beneficiarse de las ventajas de una moderna urbanización. Claro que para eso todos los habitantes han de estar de acuerdo y de momento no es así.

La trama policiaca está surtida de esplendidos giros y golpes de efecto que no permiten un respiro ni elaborar una hipótesis acerca de quién está detrás de los crímenes.

Los toques de humor y los apuntes sobrenaturales sobre seres populares en la cultura japonesa combinan a la perfección con los actos de investigación y los procesos deductivos dando al conjunto el status de la perfección de lo simple.

Todo es simple, es lo que es. La trama fluye sin nada que la estorbe o interrumpa y la lectura se completa en menos de lo que un gato tarda en maullar.

Como en la primera novela de la serie la escritura de Jirō Akagawa es ágil y no hay cabida para adjetivos pomposos ni para descripciones floridas, ni para disquisiciones mentales de los protagonistas ni para análisis psicológicos de las situaciones.

Novela policíaca japonesa pero a imagen y semejanza de la inglesa del siglo de oro. De esas lecturas agradables cuya esencia, en cuanto se destapa, impregna el ambiente y perdura en la memoria con satisfacción.

Lean aquí la reseña de la primera novela de la serie Los misterios de la gata Holmes.

domingo, 30 de diciembre de 2018

Green Manor de Fabien Vehlmann y Denis Bodart

Tapa dura y rugosa, páginas gruesas. Calidad
tanto en el envoltorio como en el contenido.

Green Manor es un cómic compendio de 16 historias cortas, de 7 páginas cada una, de género policiaco ambientadas en el Londres de finales de 1800. En plena época Victoriana.

Cada historia, que gustosamente hubiera firmado el mismo Poe, plantea un acto criminal de materialización tan difícil que se diría imposible y que se resuelve con una brillantez racional tan prosaica como tienen los juegos de ilusionismo con cartas.

El Club Green Manor, uno de esos atildados lugares británicos reservados para hombres de noble condición o quehacer profesional remarcable, es un lugar de chismorreos y apuestas, como anteriormente lo fueran los literarios Diógenes, Reform o mucho más allá en el tiempo el Pickwick de Dickens.

Un lugar cerrado a mujeres en el que si las paredes hablaran no callarían. Un lugar donde bajo la apariencia de relamidos prohombres se encuentran latentes bajas pasiones y tendencias delictivas, cuando no directamente asesinas, de pensamiento y obra. La crueldad también viste levita y sombrero de copa.

Green Manor es el espectador pasivo de dimes y diretes que afectan tanto a realeza como a nobleza como a burguesía.

Colores compensados y bien combinados con el
trazo fino de la  línea clara.
El cómic es una delicia en contenido y continente, una vez más chapeau para Dibbuks que ha adecuado grosor del papel y la textura de las tapas a como deberían ser los ejemplares de aquella época. Un enjambre de guiones inteligentes, un rompecabezas elegante, un tratamiento gráfico de personajes amables e interesantes y todos los finales sorprendentes. Y un bonus track de bocetos muy agradecido.

Fabien Vehlmann se ha estrujado las meninges para elaborar unos guiones dignos de los mejores relatos policíacos de la edad de oro de este género. En pocas páginas consigue hilvanar historias completas y redondas, con diálogos cargados de ironía y astucia.

Los dibujos, a cargo de Denis Bodart, de línea clara y estilo cartoon o dibujo animado y suficientemente detallistas complementan perfectamente las narraciones y resultan brillantes en las expresiones de los rostros rozando la caricatura sin caer en la deformidad, y todo en una estructura de página de contenido clásico y empleando básicamente planos medios y generales.

El color, a cargo de Scarlett, el propio Denis Bodart y Ètienne Simon, de amplia paleta con predominio de tonos cálidos, secunda a la perfección los finos trazos y conforma los ambientes, sobre todo los cerrados, con un nivel de realismo equiparable al confort de los sillones, los sofás y el calor de una chimenea.

Nada sobra y el todo es una satisfacción visual y una placentera lectura. Un título que deben añadir ya a su colección noir. Un Club en que tramitar inmediatamente la solicitud de membresía. A ver si nos aceptan.

jueves, 27 de diciembre de 2018

Ciudad para ser herida de Francisco Veiga

Una obra de entretenimiento serio.

Ante la lectura de un thriller de espionaje, de política ficción, siempre asalta la duda de cuanto es ficción y cuanto realidad. El síndrome conspiranoide hace acto de presencia a poco de empezar la lectura y ya no te abandona ni después de haberla acabado.

Los thrillers de espionaje tienen, por necesidad, mucho contenido político. El espionaje entre países, excepto por intereses industriales y aun así, no se comporta igual entre ideologías afines que contrarias. En ambos casos hay recelo pero en uno además hay, cuando menos, intenciones desestabilizadoras.

Y eso sin contar los actos bajo falsa bandera, cuyas  intenciones dejan de ser oscuras para pasar a ser completamente negras. No es nada fácil adentrarse en una novela de este tipo. La complejidad de los personajes, el enrevesamiento de los hechos, la planificación de las acciones... todo pensado para que el misterio y la sombra de la duda no se despejen en ningún momento. La incógnita es la respuesta.

Para leer una novela de espías no hay que beber más allá de los límites para ver doble. Todos los personajes y todos los hechos tienen, o por lo menos lo sugieren, doble intencionalidad cuando no triple, por lo que la lectura ha de ser medida en el tempo justo a fin de no perder comba.

Igual de difícil es para quien la escribe. Mantener el equilibrio para que la ficción parezca real y dotar al contenido de vocablos y siglas que aporten convicción sin parecer un artículo de wikipedia, no está al alcance de cualquiera que lo desee: hay que tener un poso de conocimientos y gran capacidad para enlazarlos.

Francisco Veiga
Francisco Veiga ha conseguido con Ciudad para ser herida, adentrarse en una historia que vehicula un sinfín de condiciones: terrorismo, espionaje, relación entre cuerpos de seguridad, intereses económicos, intereses independistas, coincidentes todas ellas en la Barcelona de 2016 hasta el atentado en las Ramblas de agosto de 2017.

Su prosa y su vocabulario, parecen adecuarse a esa jerga que emplean los profesionales que pertenecen a esas órdenes secretas y misteriosas; que viven en lugares recónditos y oscuros y que se relacionan más consigo mismos que con el resto de la humanidad. Leyendo, se diría que el lector forma parte del equipo y por tanto obligado a respetar los protocolos de seguridad.

Ciudad para ser herida es una alerta a lo poco que sabemos de lo mucho que nos rodea. Una obra de entretenimiento serio a la que no resulta fácil entender ni su finalidad ni el propio final. Al fin y al cabo es espionaje y solo se puede hablar de lo no clasificado y aún y así cuanto menos mejor.

Es una manera de contar los hechos distinta a como nos los han contado; pero no hay de qué preocuparse: todo es ficción. ¿O no?

domingo, 23 de diciembre de 2018

Ella lo quiso de Javier Martín Betanzos

Un thriller psicológico que no tensiona.

Bruno Zambrano va al psiquiatra porqué siente que vive, casi físicamente, sus pensamientos de contenido sexual. Y no le parece normal ni conveniente. Y mientras se encuentra en la sala de espera experimenta uno de esos episodios con la mujer que, entretenida con una revista, aguarda, paciente, sentada frente a él, a que le llegue el turno.

Todo viene de su infancia, nada original pero que se le va a hacer si suele ser así como bien se encargan de descubrir los psiquiatras.

Con ese arranque potente y prometedor, Ella lo quiso, se anuncia como una novela negra protagonizada por una mente turbada y enferma a la que poco le falta para dar el salto de la ficción a la realidad. Poco, también, para materializar actos que hasta ahora solo se dan en un plano regido por la imaginación. Y poco para pasar de una violencia pensada a una realizada.

Al mismo tiempo se están encontrando cuerpos asesinados con peculiares heridas lo que sugiere la acción de un asesino en serie. ¿Estamos ante el mismo sujeto con desdoblamiento de personalidad? ¿Coinciden en tiempo y espacio dos seres enfermos incapaces de discernir entre el bien y el mal y entre el placer y el dolor? ¿Tienen las muertes otra intencionalidad que la que se aparenta?

Ella lo quiso, título, ya de por sí, de reprobable justificación machista que da una idea de hacia dónde van a ir lo tiros, parece prometer.

Y eso que promete se cumple pero sin la tensión ni el ritmo que se le espera a la novela y a cualquier thriller psicológico que quiera hacer honor a su condición y sobre todo a su apellido.

Javier Martín Betanzos no consigue tensionar en una lectura que se desliza lenta y sin giros. Protagonistas planos como obleas y, si fuera cine, podría muy bien ser una película muda habida cuenta de lo poco que aportan los diálogos.

Da la impresión de que se está ante una obra realizada en poco tiempo, nada reposada y poco contrastada. En caso contrario el resultado hubiera podido ser notorio.

lunes, 17 de diciembre de 2018

Reikiavik de Pablo Sebastiá Tirado

Reikiavik es un thriller que aúna
novela negra con
novela de anticipación.

Quien es capaz de acercarse al precipicio hasta dejar las puntas de los pies colgando en el vacío y mirar abajo, como si nada, no tiene vértigo. Ni miedo. O quizás es que no sepa lo que son ni el vértigo ni el miedo.

Sentir está relacionado con las emociones del ser humano y emocionarse ¿es una fortaleza? ¿o una debilidad? Infinito dilema.

Las reacciones ante una caricia o una bofetada son respuestas cognitivas a partir de una experiencia de satisfacción o dolor ya conocida y almacenada.

La ciencia sabe entender las reacciones a estímulos y por eso puede inducirlas. Todo parece poder ser explicado pero no es así y por eso en unas recónditas instalaciones, de tecnología punta y equipo de escogidos profesionales, en la remota Islandia, se están llevando a cabo pruebas de recuperación cognitiva y emocional con vistas a un experimento que puede cambiar la percepción de la humanidad sobre el tiempo y el espacio.

Mientras en Islandia son científicos y física cuántica, en Barcelona son mafiosos y trata de mujeres, drogas y lo que sea rentable a poco coste. Lo divino y lo humano. El pensamiento iluminado proyectado hacia la evolución y el pensamiento abyecto ocupado en la depravación.

Reikiavik es el título de un thriller que aúna novela negra con novela de anticipación, que no ciencia ficción. Reikiavik es la capital de Islandia. Reikiavik es el nombre de un rottweiler, negro como la oscuridad, de un metro de altura y sesenta kilos de peso.

Hannu es el humano que lo acompaña. Son compañeros de vida y de muerte. Ambos viven y matan. Ambos se dedican a purificar la sociedad; a limpiarla de quienes la corrompen: “Raeré de la faz de la tierra a los hombres que he creado”. Se diría que son ángeles de Dios o justicieros o asesinos y se acertaría en la elección a partir de la creencia de cada cual.

Pablo Sebastiá Tirado
Pablo Sebastiá Tirado ofrece una más que interesante novela negra que busca respuestas a la trascendencia de estar vivo y de sentirse vivo. Una reflexión filosófica desde el punto de vista humanista, ético y religioso de lo que inquieta a la sociedad desde que se creara y desde que los que la habitaron hicieron amplio uso del razonamiento.

La novela abre interrogantes, expone dudas, argumentos y contrargumentos y formula preguntas. Y deja que sea quien la lea quien decida lo que quiera pensar y creer. Este segundo nivel de lectura resulta tan atractivo como el primero, donde prima la trama de novela negra. Y ya es sabido que el negro es la ausencia de todos los colores.

Alternando capítulos, que transcurren en Barcelona y alrededores en tiempo presente con otros que transcurren mayormente en Islandia en tiempo pasado, consigue que, siendo cualquier lectura un medio de teleportación a otra realidad, en ésta, tal es el ritmo vertiginoso que alcanza, la teleportación sea una constatación dentro de la propia realidad.

Y que sea así no solo lo logra el ritmo, sino también la magnífica forma en que fluye la escritura sin detenerse ni chocar con nada. Se nota que se le ha allanado el camino para que fuera así. Se nota que la obra ha sido trabajada para conseguir ese fin.

Y se agradece con una lectura que una vez iniciada ya no puede detenerse. Búsquenla en librerías o pídanla en bibliotecas, y si aún no la tienen pregúntenles que a qué esperan. No se sorprendan si luego, también la regalan por Navidad.

Pablo Sebastiá Tirado es también el autor de La sonrisa de las iguanas y si pinchan sobre el título podrán acceder a su reseña en este mismo blog.