Una de las semillas más fructiferas de la novela policiaca y de sus correspondientes sub-géneros y en especial la novela negra. |
La lectura más adecuada en estas fechas, en las que
se conmemora el nacimiento de Sherlock Holmes el 6 de enero de 1854 es Maximilien
Heller.
La razón es que se dice que Maximilien Heller es en quien se inspiró Arthur Conan Doyle para la
creación del personaje, quizás, más famoso del mundo literario: Sherlock
Holmes.
Hay analogías, tanto en su aspecto físico:
alto, delgado, enfermizo; en su carácter: misántropo, filósofo, diletante
(química, ciencia forense), observador, analista; en su forma de vida: solitario,
austero, desapegado de bienes mundanos; en sus vicios: escribir, amontonar
información e inclinación al opio; habilidades: facilidad de disfrazarse,
dominio de las normas sociales, atlético; en sus relaciones: se nos presenta con un doctor que será su amigo, compañero y
transcriptor del caso y haciendo amistad colaborativa con un chiquillo digno de
ser un irregular.
Existe también el hecho de que Maximilien sea una
suerte de detective aficionado y del que tenemos constancia en 1871, dieciséis años
antes, 1887, que Sherlock.
Tanto parecido no puede ser casualidad pero nada
más lejos de la intención de esta reseña que dictar sentencia al respecto, especialistas
y estudiosos hay, pero era inevitable mencionar esos datos y explicar así la
curiosidad suscitada para su lectura.
Lectura, que más allá de consideraciones ajenas a su
argumento, resulta de lo más agradable y aconsejable por el despliegue lineal de
su trama, engarzada de hechos lógicos y consecuentes, algo que aun pareciendo
una perogrullada conviene resaltar habida cuenta de que hoy en día es un
aspecto que suele soslayarse.
También reclama su lectura por su vivida descripción de
personajes y ambientes y por su desarrollo bien planteado y mejor ejecutado
narrado a dos voces, oral por parte del doctor y epistolar por parte de
Maximilien que nutre de dinamismo el relato.
El banquero Bréhat-Lenoir ha sido asesinado, probablemente
envenenado con arsénico, y su joven criado Louis Guérin, ignorante y
pueblerino, es acusado por el comisario Bienassis de ser el culpable.
Maximilien Heller, por una curiosa circunstancia de vecindad,
no con el muerto sino con su presunto verdugo, resulta implicado en este caso y
por su conocimiento de la naturaleza humana establece, para sí y sin duda
alguna, la inocencia del acusado y la férrea voluntad de demostrarlo atrapando
al verdadero culpable en un periplo que lo llevará hasta la Bretaña.
Henry Cauvain |
Henry
Cauvain nos lega una novela que va más allá del folletín, que por
fecha le correspondería, y asienta las bases anteriormente esbozadas que
determinan el calificativo de policiaca a una novela de misterio. Su redacción
es ágil y fluida, nada recargada y menos afectada, como podría requerirlo un
personaje que para nada busca compasión y si estímulos intelectuales para
alimentar su mente.
En la novela no es tan importante descubrir la identidad del
asesino, más que evidente, sino la planificación, el método, el motivo y la
intención del crimen, con lo que se consigue una novela policiaca que baila pegada
con el procedimiento psicológico, incipiente, eso sí, pero existente.
No tiene argumento complejo ni giros imprevistos: a finales
del siglo XIX estaba casi todo esto por inventar. Maximilien Heller fue una fructífera semilla del género policiaco y
de su evolución en sub-géneros.
Léanla, pues, con esa perspectiva pero también con detenimiento
y sumérjanse en ese ambiente, en esa época y déjense seducir por ese personaje
que, lamentablemente, no tiene segunda novela ni continuación. Si acaso tendría
reencarnación. En Sherlock.
Aunque, si así fue, en el viaje, esa alma, hubiera cambiado
amabilidad y sensibilidad por autodestrucción y narcisismo.