No todo se logra en la vida con voluntad, esfuerzo y sacrificio, aptitud y actitud. Hay que contar con los factores externos que pueden alterarlo todo. Se puede llegar al grado máximo de idoneidad para un ascenso laboral y ver la meritocracia apartada de un plumazo nepotista. Se puede estar al máximo nivel para una prueba deportiva y sin embargo no alcanzar la gloria
En todos los lugares donde
haya que competir para ganar siempre habrá rivales y siempre adversidades circunstanciales
o inducidas, pero, en general, y eso es lo peor, imprevisibles.
Las chicas están bien es un thriller psicológico desgarrador que ahonda en el entorno de
las gimnastas de élite y del dolor que lleva parejo.
Pero no solo en el dolor
visible, ese que se traduce por lesiones musculares, de ligamentos, fracturas
de huesos, cuando no muerte por una mala caída o condena a silla de ruedas para
toda la vida.
Sino también en el
invisible. El de las privaciones de comida, el de las represiones de goce
mundano; el de sufrir en silencio humillaciones y maltrato de quienes las
entrenan; el de padecer tocamientos lascivos de fisioterapeutas que se
aprovechan de su posición de poder y de la ingenuidad y el miedo de las pupilas.
Pero hay aún otro tipo de
dolor. La tensión mental que provoca la obligación de ganar y cualquier otro
resultado no vale. El que se instala día a día, quebrantando la fuerza mental,
hasta convencer de que el fin justifica los medios.
Ilaria Bernardini, conocedora de lo que escribe, revela esas condiciones en el marco de una competición. A modo de dietario, con Martina como vehículo, relata esos estados de ánimo y esos esfuerzos durante la semana que dura el torneo.
Desde temprano por la mañana
hasta la noche. Las relaciones con el entorno y los diálogos interiores, todo
al descubierto, expuesto a los focos gritando que dentro de maillots de
lentejuelas brillantes, además de proyectos de medalla hay niñas en tránsito a ser
mujeres.
Su prosa es directa y
concisa. Todo músculo, apenas nada de grasa. No hay edulcorantes en lo que
relata porque la realidad es amarga.
Y denuncia lo mal que se
trata a quienes eligen el deporte como medio para alcanzar un sueño, por creer,
quienes las entrenan, dirigen y deberían cuidar que la dureza endurece.
La gimnasia, como
cualquier otra disciplina deportiva de élite, está compuesta de personas y no
de robots. De seres humanos necesitados de cariño, estímulos positivos y risas
sin fin. Así se liberan las presiones, cualquier otro método puede también conseguir
liberarlas, pero sin control.
Y ahí radica el quid de
esta novela, sin el control adecuado, sin la visión periférica cualquier cosa
puede suceder. Incluso el asesinato.