Hay novelas, que solo se dan en un pequeño porcentaje, que no son aptas para cualquier perfil de lectores y El Código Twyford es una de ellas. Una novela que suscita la duda de si se está ante una genialidad o una broma.
Y no es una estrategia comercial para picar la curiosidad sino una constatación que pretende evitar frustraciones y desesperos para quienes decidan aceptar el reto y adentrarse en sus páginas. No podrán decir que nadie les advirtió.
Y es de lectura
minoritaria y exclusiva tanto por su argumento: la historia parece no tener ni
pies ni cabeza y no será hasta avanzada la lectura cuando podamos entrever
hacia donde parece dirigirse
Como por la forma de
desarrollarlo: mezcla de tiempos narrativos y situaciones imaginadas con
reales.
Como por su peculiar
manera de presentarlo: diálogos mezclados con monólogos y pensamientos que
conocemos a partir de grabaciones sin que interactuemos para nada con los
personajes.
Como por su desenlace... Y
llegados a ese punto ya no habrá vuelta atrás: o nos encontraremos con el oasis soñado después de una travesía por el desierto, o con el inesperado precipicio a una cantera al
final de una carretera.
Steven Smith ha salido de
la cárcel después de 11 años, donde ha cumplido condena por homicidio, e inicia
la búsqueda de una profesora de secundaria con la que tuvo un trato especial,
siendo niño, a partir de la lectura de un libro que culminó en una excursión con varios compañeros de clase, cuyo final fue sorprendente e inesperado por la desaparición de la profesora.
El libro en cuestión, que Steven ha encontrado en un autobús y del que espera sacar algun dinero vendiéndolo, está escrito por Edith Twyford y parece que podría contener un código oculto, que
sería El Código Twyford, cuya localización, interpretación e intencionalidad no
llegaron a aclararse, si es que de verdad existió.
Y nos vamos enterando de
lo que le pasa a partir de unas transcripciones a texto, realizadas por un
sofisticado programa informático de conversión, de unos audios que Steve ha
dejado grabados en un teléfono móvil.
No estamos ante una novela distinta y osada sino lo siguiente. No da nada hecho y exige del lector entrega y concentración.
Cuesta dilucidar si la autora, Janice
Hallett, busca notoriedad o si la trama precisa este tratamiento para
obtener el resultado pretendido. Otras lecturas de la misma autora ayudaran a
formar opinión.
Sea como fuere: lectura solo apta para lectores constantes y dispuestos a asumir riesgos para llegar a destino, sea este cual fuere. De ahí que no pueda recomendarla ni tampoco dejar de hacerlo.