Una novela negra que se lee como un gif. |
Novela de pocas páginas y lectura de larga satisfacción. En
la cuarentona, la brevedad la hace dos veces buena.
Sin embargo nuestro protagonista principal no es la cuarentona, sino un joven que no llega a la trentena, hace de cocinero circunstancial, de algo
hay que vivir, en un restaurante poco ambicioso, donde sufre el maltrato psicológico de sus
jefes, tío y sobrino, y el de una rubia cuarentona, compañera de trabajo, que está de buen
ver y mejor tocar.
El desgaste emocional diario se transforma en una ira que tiene en la rubia su punto de mira y cree
que solo podrá recuperar su equilibrio asesinándola. Fuera ella, fuera sus insolencias.
Vulnerable desde su infancia, quiere, por una vez, tomar
las riendas de su destino, pero, meticuloso como es, no quiere matarla sin más:
hay que asegurarse una irrefutable coartada, no sea que jodiéndolo estando viva
lo siga haciendo también después de muerta.
Y mientras elabora su plan, entramos en su cabeza y vivimos
en primera persona una serie de disquisiciones sobre el bien y el mal, la
culpa, el perdón, el afecto, el amor y el sexo, la venganza, la redención en las
relaciones personales, familiares y profesionales y la utilidad de un corcho en
la pared. Disquisiciones que tienen tanto de comedia negra como de novela negra y viceversa y
que son la verdadera carga de profundidad de la trama.
La novela habla de eso, psicoanaliza las razones para justificar un crimen y la narración es dramática pero escenificada como
comedia. Y es que estamos ante una novela que sería una magnífica obra de teatro.
La
cuarentona es una novela negra manufacturada y con más literatura que en
novelas promocionadas de firmas consagradas todas llenas de tópicos y clichés y
demasiadas páginas que parecen salir de una cadena de producción.
Yolanda Almeida |
Yolanda
Almeida, es una joven autora que ha dado un paso adelante en su
producción literaria con esta obra. Ha condesado en pocas páginas lo esencial: no
hay pensamientos innecesarios, ni diálogos vacíos, ni descripciones
insustanciales, ni casi nombres, aludiendo así a que cualquiera puede ser
protagonista de una novela y que, en la vida, cualquier acto es novelable.
Consigue un tempo narrativo que avanza al paso que le
requieren los acontecimientos y no al revés, como suele ser aburridamente
habitual, y las dudas del personaje permiten giros sorpresivos potenciados por capítulos cortos que incitan a leer otro y otro más hasta terminarla.
La novela satisface a lo largo de su desarrollo y especialmente
en su desenlace y en el segundo final. Y es que el destino a veces, y a su manera, compensa.
Más que recomendable. No la lean en el autobús sino
quieren pasarse de parada.