jueves, 25 de julio de 2013

Elementary

An english man in New York, la canción de Police es lo primero que me vino a la cabeza cuando oí hablar de Elementary, por ubicarla nada más.

Elementary es una serie de televisión americana que ha adaptado o adoptado al detective inglés hasta la médula, Sherlock Holmes, para transportarlo o transplantarlo a la ciudad de los rascacielos, la gran manzana, en la época actual y que para colmo transforma o transmuta al orondo, afable y bigotudo Dr. Watson en una joven oriental menuda e introvertida.

Para caerse de espaldas. Para rasgarse las vestiduras. Para renegar de las adaptaciones yanquis. ¿Es una broma? ¿Que infumable o esnifable pastiche es esto? ¿Puede salir algo medianamente decente y digno de verse u oírse?

Pues si. Puede parecer inaudito, seguramente pecado mortal y atroz desaire para los Holmesianos irreductibles o insobornables, pero lo cierto es que estamos ante una serie indispensable para todos los amantes del género, para los interrobangianos.

Una serie para quitarse el sombrero o la gorra de dos viseras, caso que se llevara y que no es así ya que Elementary muestra a un Sherlock Holmes contemporáneo, absolutamente actual y completamente internetizado: Google ha sustituido la lupa. Lo que no quita que conserve un voluminoso número de candados que le sirven para practicar sus habilidades con las ganzúas.


Va más allá de la otra indispensable y más trabajada serie también de televisión, Sherlock, de la BBC, que fiel al personaje y a las novelas originales se limita solo (en comparación directa) a facilitarle un viaje en el tiempo y plantarlo en el Londres actual sin alterar poco más que la edad de Sherlock y Watson.

Elementary es otra cosa. Ya se sabe: en América todo va más rápido y los americanos hacen los versionados según su criterio y su rentabilidad, así le han dado la vuelta a los bolsillos del traje de tweed inglés y han conseguido, sin ofender ni menospreciar al original, insuflarle no solo aire nuevo al personaje sino meterlo de lleno en un tornado y darle vueltas para sacudirle los tópicos prescindibles y dejar la esencia.

Si son capaces de aceptar estas premisas, disfrutaran de una serie muy particular.
Sherlock Holmes de unos 30 i tantos se instala en un antiguo y poco confortable, a ojos normales, piso de New York propiedad de su millonario padre con quien tiene poca o nula relación y contacto y que sigue residiendo en Londres.

Está en proceso de rehabilitación después que quedara completamente enganchado a la droga al perder a su novia en Londres, una habilidosa restauradora de cuadros, víctima de un brutal asesino en serie en represalia, según sospecha Sherlock, por sus brillantes colaboraciones con la policía inglesa.

En New York se instala con él la doctora Joan Watson, contratada por el padre de Sherlock, que ejerce de tutora del proceso de desintoxicación y que le acompaña a sol y sombra evitándole cualquier tentación o inclinación a recaer en ese inframundo de alteración sensorial inducida.

Watson intenta y a veces consigue que Sherlock asista a alguna reunión de ex-toxicómanos, pero no puede evitar que esté presente en cuerpo pero no en mente. Watson es una cirujana que dejó su quirófano para dedicarse a esta complicada y turbulenta misión social en busca de algún tipo de redención personal que no acaba de explicarse.

Sherlock Holmes no puede parar quieto y aprovecha lo mejor de su persona, aquello por lo que se considera dotado y se convierte en detective asesor de la policía por lo que en cada episodio lo veremos desplegar sus brillantes e intactas dotes de observación, y su capacidad de análisis y de síntesis relacional para enfrentarse a confusos y complejos asesinatos.

Despertará tal admiración en su protectora que incluso esta se atreve a hacer sus pinitos en esa especialidad para la que no hay estudios reglados. Así la tutora se vuelve alumna y le da a su personaje un aire más reconciliador en su particular cruzada personal.

Episodio a episodio se van mostrando aspectos del pasado de la vida de ambos que van configurando la psicología de los personajes y explican sus fobias y sus filias.

Pero a partir del momento en que en la serie irrumpe la sombra de Moriarty todo va más deprisa y el peligro, hasta entonces analizado en escenas de crimen, se instala en el hogar y se viven situaciones de gran tensión. En el episodio 23 hay un magnífico cara a cara Holmes-Moriarty. Y el 24 y último es de finta y amago e intelectualmente muy bien jugado. El equivalente a una gran partida de ajedrez entre maestros. Sin tablas posibles.

Sherlock lo interpreta un absolutamente entregado Johnny Lee Miller (cuyo histriónico comportamiento y su actitud sabihonda dan lo que se espera del personaje) y el papel de Watson lo asume una hierática e impertérrita Lucy Liu que carga con sus fantasmas personales y a la que sólo la brújula de un trabajo estimulante puede guiar. Ambos parecen buscar su redención.

No se la pierdan. Se arrepentirían.

Post scriptum: ya está reseñada la 2a temporada, aquí en el blog.

Lean aquí la reseña de la 3ª temporada


martes, 16 de julio de 2013

Dos días de Mayo de Jordi Sierra i Fabra

Por cuarta vez desde que finalizara la guerra civil española, el ex inspector de policía Miquel Mascarell retoma clandestinamente su antigua función para enfrentarse a un caso delictivo.

‘Ex inspector’ porque serlo en tiempos del gobierno de la república fue motivo de cese fulminante y detención con cargos sumarísimos por los nuevos dirigentes facciosos y ‘clandestinamente’ porque después de prisión, condena a muerte indultada y trabajos forzados durante ocho años en El valle de los caídos, es persona non grata para todo adicto al régimen autoritario gobernante.

A los ojos de los vencedores sigue siendo un rojo de mierda.

Miquel Mascarell anda recomponiendo su vida; ya no le da miedo vivir, al contrario anhela respirar y comer a diario y sobre todo pasar todo el tiempo que le quede con Patro. Pero esa felicidad le hace daño cuando se compara con los que no lo son felices y sobre todo con los que nunca podrán ya llegar a serlo, ni serlo de nuevo.

De ahí que a la mínima solicitud de ayuda de alguien que a su entender lo merezca, se olvida de su condición de precario, por edad y por ideas, y adopta de nuevo la pose de perdiguero y recorre calles y recoge información. Y si quien lo pide es María Galvany, la hija de su amigo Mateo, tal vez el único que le queda, aún duda menos en cual es su obligación.

Es lunes 30 de mayo de 1949 y Miquel está solo ya que Patro marchó el fin de semana a Tortosa por motivos familiares y no regresa hasta mañana por la noche. Y Quimeta tampoco está. Por lo que sin nadie que le advierta de donde se está metiendo, se zambulle de lleno en esa historia de muerte, interrogatorios, torturas y cárcel que le cuenta María Galvany. Debe hacerlo. Se lo debe a su amigo. Se lo sigue debiendo a él mismo.

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Saberes: ni cautivos ni desarmados
Miquel Mascarell se pone a investigar unos nombres Virgili, Sunyer, Roura i Macià, a quienes aún no puede poner rostro. Y se pone a investigar que relación tienen con todo lo que ha pasado y que papel juega cada uno en una historia de la que no sabe la misa la mitad. Y se pone a investigar si son de fiar o son del bando vencedor.

Y lo que descubre lo deja petrificado: hay un plan para matar a Franco en su trayectoria norte por Las Ramblas desde la estatua de Colón.

Barcelona, y el país en general, están viviendo una paz impuesta, una paz impostada, una pantomima que se aguanta por la sumisión y el miedo.

No hay vida normal, sigue siendo posguerra. Y si en el bando vencedor se sigue odiando a los defensores de la bandera tricolor, es lógico pensar y lícito creer que en el de los perdedores se alimente el mismo odio hacia el bando contrario, y que se desee la muerte de quienes ostentan el poder en la creencia de que sin cabezas los cuerpos no se sostienen. Sin líderes los gobiernos no se aguantan.

Dos días de Mayo tal vez no tenga tanto punch como las otras tres novelas anteriores, seguramente pesa y condiciona en esta ocasión más que en las anteriores la Historia verdadera, pero tiene más trasfondo social y mantiene la condición de imprescindible. La escritura de Jordi Sierra i Fabra a estas alturas, cuarenta años de profesión, sabe ser fluida y entusiasta y consigue que el interés no se pierda por el camino.

La documentación histórica de los hechos y de los lugares consigue que la ficción sea real y que lo que en ella se cuenta, por proximidad, se pueda vivir en propia piel.

Cada una de las andanzas del último policía republicano activo de Barcelona se han posteado en este blog. Pinchen en cada título para saber más:



sábado, 6 de julio de 2013

Crimen en el paraíso

Es una serie policial de la televisión británica que aúna ciertas dosis de humor inglés y argumento de novela policial clásica de pura deducción detectivesca, donde los casos son rompecabezas que se resuelven a partir de pequeños detalles.

Todo muy británico. Tanto como las pullas que lanzan directa e indirectamente hacia los franceses.

El paraíso es Saint Marie: una imaginaria isla del caribe que antaño fuera francesa, luego inglesa, después holandesa y recuperada de nuevo por los franceses acaba siendo finalmente inglesa otra vez. Hay quien habiendo nacido bajo un dominio ha cambiado de nacionalidad sin proponérselo.


El inspector londinense Richard Poole (interpretado por Ben Miller) es enviado a Saint Marie para resolver un asesinato y acabará quedándose adscrito, muy a su pesar, a la comisaría de Honoré, capital de la isla, formando equipo con Camile Bordey (Sara Martins), una joven y brillante subinspectora cuya madre regenta un restaurante, y contando con la ayuda del oficial Dwayne Myers (Danny John-Jules) y del agente Fidel Best (Gary Carr), todos ellos nativos con el encanto generado por el color local.

Guadalupe ha servido de escenario real para el rodaje de Crímen en el paraíso. Una exuberancia de esplendidos atardeceres, sempiterno clima caluroso, paisaje tropical, aves y reptiles, turismo, pesca, ropa la mínima y ancha y cómoda, floreada y coloreada, y diversión para tomarse mejor las cosas según vienen.

El exotismo no le corresponde a la isla, lo aporta en realidad la figura del flemático inspector permanentemente embutido en su traje de corte Oxford, su camisa blanca, corbata, zapatos de piel marrón y maletín de la City a juego. Una presencia tan chocante como una cabra bailando claqué en un velatorio.

El inglés no acaba de adaptarse al clima tropical ni a las costumbres relajadas de sus convecinos y añora el lluvioso, húmedo y frío Londres ante la incomprensión de su equipo.

Crimen en el paraíso presenta ocho episodios que son un claro homenaje a los tópicos que sirvieran para lucimiento de la novela enigma inglesa de principios del siglo XX: crimen en habitación cerrada, crimen en planta de hotel con acceso restringido solo para los huespedes de las habitaciones de dicha planta, crimen con cianuro, crimen entre celosos matrimonios amigos, crimen con falsa identidad... ya ven lo surtido que está el muestrario.

Todos los casos son resueltos por la habilidad deductiva del inspector siempre bajo la premisa de investigar cada sospechoso pasando por el filtro de las tres claves, de los tres pilares a identificar: Medios, Móvil y Oportunidad.

La química entre la subinspectora Camile y el inspector Poole es más que evidente y dan ganas de darles un empujón ya sea en la arena, en el mar de preciosa agua azul turquesa o en la misma cama, pero el envaramiento british dificulta cualquier gesto de acercamiento y todo es más difícil de lo que debiera. Aunque la sensualidad caribeña tal vez conlleve el milagro. Wait and see.

La serie busca el entretenimiento amable y lo consigue sobradamente. Es divertida, no requiere concentración más allá de ver y escuchar y si no se le pide más que pasar un rato ameno se obtiene un resultado más fresco que el que ofrecen otras series más pretenciosas que acaban en la reiteración de fórmulas estereotipadas.

Ahora se estrena la segunda temporada, también de 8 episodios y con los mismos protagonistas y en la línea enigma a resolver que es su santo y seña.

El primer episodio les enfrentará con el asesinato del dueño de una plantación de azúcar encontrado muerto con un machete clavado a su espalda. En otros episodios el misterio lo pondrá una pistola de más de trescientos años de antigüedad u una monja novicia y su relación con una clínica de lujo.

Véanla acompañándose de cualquier cocktail frío, de colorido llamativo y sombrillita, para entrar en ambiente. Relajación garantizada. Sonrisa floja durante toda la proyección. Ideal para el verano.

Y ya está en marcha el rodaje de la tercera temporada.

Post scriptum: pinchando aquí la reseña de la 2ª temporada. 
Y pinchando aquí la reseña de la 3ª.
Y también la 4ª pinchando aquí
La 5ª aquí


lunes, 1 de julio de 2013

Los fresones rojos de Esteban Navarro


Es de esas novelas de las que se recibe más de lo que se espera, aunque no se reciba todo lo que se pudiera haber recibido.

Va hilvanando una historia muy humana que convence por las debilidades de sus protagonistas, por sus miedos y sobre todo por su simplicidad de gestos y actos, pero no acaba anudar un argumento que el lector, aún sin proponérselo, va anticipando, lo que resta efectividad y emoción por su previsibilidad.

Eso si: convence; aunque vaya con la tensión mínima y justa para ir avanzando, sin utilizar trucos ni resortes atrapa lectores (aunque juegue con cientifismos que parecen tener poco de científico), consigue que la historia vaya fluyendo sin prisa, como corresponde a las investigaciones que arrancan del pasado. Fuese lo que fuera lo que sucedió entonces no lo resolverá ninguna urgencia actual: lo que necesita ahora el caso es una revisión calmada de los hechos y ver si se escapó algo en la investigación oficial y tener donde agarrarse.

Moisés Guzmán es un policía nacional que ejerce en la Oficina de Denuncias de la Comisaría de Huesca, atendiendo sufrida humanidad de distinta tipología, cultura y gentilicio. Su día a día es siempre igual en la diversidad, hasta que recibe la visita de un médico de Zaragoza que no viene a denunciar un hecho delictivo sino a contratarlo para esclarecer el asesinato de un matrimonio amigo acaecido en su domicilio de Barcelona ¡13 años atrás!.

Hay otro interés en la petición y es la de obtener noticias de la hija de sus amigos, de la que no se encontró el cuerpo en el piso y que contaba con tres añitos de edad en aquel momento. Hoy, si sigue viva, con 16 años ha de ser una adolescente entre otras muchas sin otra distinción que un antojo en la base de la espalda en forma de fresones. Los fresones rojos.

El misterio de la historia, la emoción del trabajo de calle frente al de mostrador, el interés por Barcelona, y una sustancial oferta económica deciden por Moisés que consigue con relativa facilidad una excedencia que le ha de permitir ocuparse del encargo.

Encargo, no solo frío por el paso del tiempo, sino también confundido por las diversas manos que han intervenido en sus pesquisas (el suceso se produjo en un momento convulso de traspaso de funciones entre los distintos cuerpos policiales en Catalunya). Y lo que es peor: con un asesino al que nadie cogió y que puede estar aún rondando por ahí y no hacerle mucha gracia que removiendo el pasado se le enturbie su presente.

La trama, decíamos, no tiene todos los hilos bien anudados, algunos nudos se han hecho de forma apresurada y otros están flojos, aunque los más, están realizados a conciencia y esto impide que la novela se deshilache y propicia que aguante una lectura entretenida.

Eso si, los fresones podrían, deberían haber dado mucho más juego o no formar parte del título.

Lean aquí un fragmento.

Esteban Navarro es el autor de la serie de Moisés Guzmán quien protagoniza también su anterior novela ‘El buen padre’ de la que de momento este blog no tiene referencia.

Post scriptum: reseña aquí de Los crímenes del abecedario del mismo autor