Sólo se debería morir una vez |
A ritmo de Beatles y en especial de las
canciones de John Lennon transcurre el segundo caso policial del detective Tom
Z. Stone.
En esta ocasión Tom no tiene mucho tiempo
para recrearse en los detalles, urge resolverlo para tener alguna oportunidad
de salvarse a si mismo ya que la Ley de Decaimiento, esa ley biológica que
determina que todos los reanimados vuelven
a morir, esta vez definitivamente, en una plazo no superior a los cuatro años
desde su resurrección le está mordiendo los talones.
Let it be supone para él esa luz que brilla en la oscuridad y que le dice que aún ha esperanza.
Tom debe encontrar al hijo desaparecido
de un predicador, una oveja descarriada de la congregación a ojos de su padre y en su búsqueda va a comprender que
nunca había entendido el verdadero significado de la palabra peligro hasta ese momento.
Hay una nueva droga en el mercado llamada
Lázaro, nombre que claramente define su función y su posible relación con el
caso obliga a Tom Z Stone a ser muy cuidadoso atendiendo los barrios marginales
por donde debe moverse, dando lugar a una serie de giros argumentales que generan situaciones absolutamente deliciosas.
A Tom le impone este caso el comisario
Garrido que él nunca hubiera elegido ni aceptado pero que no tiene más remedio
que tragar. Como tampoco puede decir ni mu al, impuesto por decreto, compañero
más insospechadamente pausible con el que llevar a cabo una investigación, ni
más ni menos que El Sanguinario.
Ambas imposiciones destapan su vena más irónica
y por ello sus diálogos son más corrosivos que el ácido y más cortantes que un
folio guillotinado al bies; cierto que saberse cerca de la muerte también ayuda
a desarrollar ese humor tan y tan negro que se respira en cada párrafo y que
hace que nos caiga escandalosamente bien.
En la trama hay acción que destapa
agresiva violencia diversa y sanguínea. No hay cuartel en la lucha que enfrenta
a bandas de mafiosos por la propiedad de barrios; no hay cuartel para policías
corruptos y tampoco la hay para los que han perdido el temor de Dios en esos
días convulsos y menos lo hay para alguien que intenta interponerse y separarte
del amor de tu vida.
Cada cual con sus razones y la violencia
en cada uno para argumentarlas.
Los personajes secundarios, algunos
repiten de la entrega anterior, son especialmente adecuados a cada situación y
resultan muy motivadores para mantener el ritmo de la trama y asegurar tensión
constante que impide cerrar la novela.
J.
E. Álamo escribe con buen oficio. Sus diálogos se
ajustan al estereotipo que se espera de un duro detective privado y que tenemos
fresco en el recuerdo gracias a Philip Marlowe o Sam Spade por ejemplo pero los
conforma en un entorno adaptado a los tiempos en que se desarrolla la acción y
a las peculiares circunstancias que toca vivir, o morir según se esté en un
lado u otro del efecto, que hace que su estilo narrativo sea muy personal y muy
estimulante intelectualmente hablando.
Estilo que persiste, igual que con su novela
anterior, incrustando micro historias entre capítulos como crónicas de sociedad
y flashes informativos que permite conocer más sobre los Z y su forma de
entender esta nueva vida que les toca vivir. Hay ahí un esfuerzo por construir
todo un universo que se agradece por como enriquece la lectura y aporta valor
al contexto.
Conseguir aunar al género negro, al Z y al
de humor sin que ninguno de los tres sea ridiculizado y satisfacer a sus
respectivos públicos no es algo que esté al alcance de cualquiera.
Su detective Tom Z Stone está
configurándose como todo un personaje destinado a ser un clásico y hay que
desearle que consiga alargar su particular vida para seguir dando a los
lectores muchas alegrías.
Si aún no han leído la primera novela de esta
serie, titulada Tom Z Stone,
no deberían retrasar más su lectura, es fascinante, y luego sigan con esta
segunda, es adictiva. Y no se extrañen si les parece ver a un Z por la calle:
van a creer que existen de verdad. Casi van a desearlo.