domingo, 18 de marzo de 2018

La sustancia del mal de Luca d’Andrea

La sustancia del mal es de origen
desconocido pero nadie puede negar
su presencia.

La naturaleza es un ser vivo que se manifiesta solo con hechos ya que no dispone del don de la palabra. Los hechos, apacibles o devastadores según su estado de ánimo no tienen en cuenta las consecuencias para ese otro ser, el animal racional, con el que comparte hábitat.

Los fenómenos atmosféricos tal como vienen se van pero lo que dejan puede no parecerse a nada de lo que fue. En la alta montaña todo es más extremo y el viento, la lluvia y los rayos parecen multiplicar su fuerza por 10; hay que ser muy experto para sobrevivir a según qué situaciones y aún y así salir indemne física y mentalmente no está al alcance de todos.

Jeremiah Salinger es un norteamericano dedicado a los documentales que resuelve instalarse con su hija y su mujer en el pueblo de esta para alejarse de su vida frenética en la gran ciudad y tomar perspectiva para determinar donde encaminar su futuro.

Pero poco tendrá que decir ya que la naturaleza, ese monstruo que puede devorarte en segundos, va a decidir por él. Y además está el Bletterbach, ese prehistórico museo al aire libre que esconde fósiles y también el oscuro secreto de una tragedia, ocurrida hace treinta años, que comparten vivos y muertos y del que nadie quiere hablar. Cada cual lame sus propias heridas y hay cicatrices que aún están abiertas.

La sustancia del mal es de origen desconocido pero nadie puede negar su existencia ante los efectos que provoca.

El instinto investigador de Jeremiah, buscando siempre el tema que pueda atrapar la atención pública, se ve sometido al influjo de ese misterio y he ahí unas garras de las que no se puede escapar. O se muere o se mata.

El escenario es apabullante, sobrecogedor y gulliveriense para los habitantes de ese pueblo del sur del Tirol; una villa de cuento donde la vida no es tal. Donde todo hay que trabajarlo y ganárselo. Hasta el saludo de los locales. Y el respeto. Y dónde es posible perder en un segundo lo que se ha tardado meses en conseguir.

Luca D'Andrea
A Luca d’Andrea la visión de las grandes montañas le ha contagiado la intención de hacer una gran obra donde ha mezclado diversos ingredientes que cada uno individualmente puede ser resultón pero que juntos ofrecen una pobre imagen de plato combinado.

Los soliloquios mentales del protagonista entorpecen el ritmo narrativo, a veces sin aportar ningún valor a la trama y parecen apropiados para ahondar en el número de páginas. La trama tampoco consigue una velocidad de crucero y sus trompicones que salpican de interés y aburrimiento casi alternativamente no favorecen una lectura lineal absorbente.

Y es una lástima pues la obsesión, in crescendo, del personaje por averiguar lo sucedido está bordada. La imperiosa necesidad de saber le genera tal conflicto interno y de pareja y familiar que equivale al que sabe que aquello lo va a matar pero no lo puede dejar. Ni tan solo un terrible suceso puede alejarlo de su adicción.

Su angustia es tan palpable que traspasa las páginas del libro y si fuera tinta mancharía las manos de quien lo sostiene. Nada hacía presagiar que tanta algarabía iba a quedar en tan poco.

Aún y así les recomiendo que si les cae en las manos le den una oportunidad; tiene momentos impagables y tiene también una bella cubierta que, no sé por qué, me lleva a la infancia y al recuerdo de las cajas Alpino de seis colores.

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