La sustancia del mal es de origen desconocido pero nadie puede negar su presencia. |
La naturaleza
es un ser vivo que se manifiesta solo con hechos ya que no dispone del don de
la palabra. Los hechos, apacibles o devastadores según su estado de ánimo no
tienen en cuenta las consecuencias para ese otro ser, el animal racional, con
el que comparte hábitat.
Los fenómenos
atmosféricos tal como vienen se van pero lo que dejan puede no parecerse a nada
de lo que fue. En la alta montaña todo es más extremo y el viento, la lluvia y
los rayos parecen multiplicar su fuerza por 10; hay que ser muy experto para
sobrevivir a según qué situaciones y aún y así salir indemne física y
mentalmente no está al alcance de todos.
Jeremiah
Salinger es un norteamericano dedicado a los documentales que resuelve
instalarse con su hija y su mujer en el pueblo de esta para alejarse de su vida
frenética en la gran ciudad y tomar perspectiva para determinar donde encaminar
su futuro.
Pero poco
tendrá que decir ya que la naturaleza, ese monstruo que puede devorarte en
segundos, va a decidir por él. Y además está el Bletterbach, ese prehistórico
museo al aire libre que esconde fósiles y también el oscuro secreto de una
tragedia, ocurrida hace treinta años, que comparten vivos y muertos y del que
nadie quiere hablar. Cada cual lame sus propias heridas y hay cicatrices que
aún están abiertas.
La sustancia del mal es de origen desconocido pero nadie puede negar
su existencia ante los efectos que provoca.
El instinto investigador
de Jeremiah, buscando siempre el tema que pueda atrapar la atención pública, se
ve sometido al influjo de ese misterio y he ahí unas garras de las que no se
puede escapar. O se muere o se mata.
El escenario
es apabullante, sobrecogedor y gulliveriense para los habitantes de ese pueblo
del sur del Tirol; una villa de cuento donde la vida no es tal. Donde todo hay
que trabajarlo y ganárselo. Hasta el saludo de los locales. Y el respeto. Y
dónde es posible perder en un segundo lo que se ha tardado meses en conseguir.
Luca D'Andrea |
A Luca d’Andrea la visión de las grandes
montañas le ha contagiado la intención de hacer una gran obra donde ha mezclado
diversos ingredientes que cada uno individualmente puede ser resultón pero que
juntos ofrecen una pobre imagen de plato combinado.
Los
soliloquios mentales del protagonista entorpecen el ritmo narrativo, a veces
sin aportar ningún valor a la trama y parecen apropiados para ahondar en el
número de páginas. La trama tampoco consigue una velocidad de crucero y sus
trompicones que salpican de interés y aburrimiento casi alternativamente no
favorecen una lectura lineal absorbente.
Y es una
lástima pues la obsesión, in crescendo, del personaje por averiguar lo sucedido
está bordada. La imperiosa necesidad de saber le genera tal conflicto interno y
de pareja y familiar que equivale al que sabe que aquello lo va a matar pero no
lo puede dejar. Ni tan solo un terrible suceso puede alejarlo de su adicción.
Su angustia
es tan palpable que traspasa las páginas del libro y si fuera tinta mancharía las
manos de quien lo sostiene. Nada hacía presagiar que tanta algarabía iba a quedar
en tan poco.
Aún y así les
recomiendo que si les cae en las manos le den una oportunidad; tiene momentos
impagables y tiene también una bella cubierta que, no sé por qué, me lleva a la
infancia y al recuerdo de las cajas Alpino de seis colores.
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