Los crímenes post mortem es una novela negra de la que se desearía tuviera muchas más páginas. |
En la vida
la muerte es el final. Y un funeral es la expresión litúrgica de ese acto
final. Solo hay que asegurarse que el cuerpo que reposa dentro del ataúd,
aparte de ser el correcto, sea efectivamente un cadáver, cualquier otra
posibilidad supone una situación anómala y macabra y si responde a un acto forzado,
catalogable de asesinato en una acción tremendamente espeluznante: un crímen post mortem.
Y eso es lo
que suponen los detectives McAlister y Tolley cuando respondiendo al aviso de
un sepulturero descubren marcas de arañazos en la parte interior de la cubierta
de un ataúd, lo que da pie a unas pesquisas que al estar narradas en primera
persona cogen más fuerza y permiten sentir en la propia piel las vicisitudes
por las que pasará el decidido Alder McAlister, protagonista principal.
Chicago, 1868,
es el escenario central donde se desarrolla la trama que se amplía por la
población de Pulaski incluso llega a Haití. Un recorrido por zona urbana, zona
rural y zona pantanosa.
Y es que el
argumento desarrolla espléndidamente la novela negra cuando pisa asfalto, el
thriller histórico en una zona de anchos horizontes y campos de algodón en los
estados del sur con arraigo presencial del Klu-Klux-Klan y el género fantástico
cercano al terror, cuando se mueve en la humedad de selvas tropicales
enraizadas en ciénagas sin más vida que una fauna voraz en el reino de la
hechicería y el vudú.
Como novela
corta que es le falta espacio para acabar de desarrollar un argumento que parte
de una original idea, dentro de lo que suele ser habitual en el género de
novela negra y en especial en el thriller al que más se asemeja, y que no acaba
de poder culminar en su plenitud.
La falta de
páginas impide desarrollar más ampliamente a los personajes de los detectives
protagonistas Alder McAlister y Buster Tolley, algo que la trama demanda a
gritos. Y alargar la investigación que motivo y razones hay e incluso recrearse
en detalles de las zonas y en especial de la época para vestirla con más
verosimilitud.
Marcos Nieto Pallarés |
Aunque todo
eso sería para nota y aún y así, y dejando aparte inexplicables alteraciones
gramaticales y del empleo de un léxico, como modus operandi con fines criminalísticos, cuyo uso a finales del siglo XIX resulta
cuando menos curioso, consigue atrapar por su intriga, su ritmo, sus recorridos
geográficos y su capacidad de mantener el suspense.
Marcos Nieto Pallarés demuestra tener ideas claras al
plantear y relatar historias, capacidad de despertar interés e incluso de
sorprender en un final más que inesperado. Una lectura agradable y
recomendable.
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