Incluso para quienes habitualmente no leen, esta es una
forma de leer sin leer.
Hay una incipiente industria con gente emprendedora que
procura tratar el producto con mimo e ilusión y aspira a su parcela en ese,
frágil y flaco, negocio y a quienes deseo mucha suerte.
Conozco a autoras y autores que ven una vía más para
rentabilizar su creación y bien saben los dioses que lo necesitan casi tanto
como el aire (cobran una miseria por cada libro vendido) o que simplemente lo
ven como una vía alternativa para experimentar su creatividad.
Y envidio a quienes escuchan audiolibros, a quienes son
oyentes de lectores, ya que de momento no soy capaz de poder disfrutar de ese
placer.
Y no es por prejuicio, ni por defender el papel, ni su
alternativa digital. Ni por padecer ningún trastorno de oído o cognitivo.
Es simplemente que mi tempo de lectura se adecua al ritmo
de mi procesador. Que vuelvo atrás para refrescar o simplemente para deleitarme
en la sonoridad de esa palabra o de esa frase y que detengo su avance para
reflexionar sobre lo leído; para formular hipótesis, para imaginar escenarios…
En la música la sonoridad nos viene dada. En la lectura las
voces, la musicalidad, la pone la persona que lee. En cambio cuando se escucha
un audiolibro se está a merced de la voz, suele ser una única para todos los
personajes, y el ritmo de otra persona.
Y yo necesito poner mis
voces, oírlas y escucharlas y administrar
mi tempo, tal como pide implícitamente toda lectura que se precie.
Hoy no soy target de audiolibro. Tal vez, como con la
primera tónica, es que lo he probado poco. Por lo que nunca digo nunca jamás.
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