Las ciudades son testigos de la historia. Sus edificios con
sus comercios y sus calles, otrora caminos llenos de escombros e inmundicia y
verdaderos y asquerosos barrizales en días de lluvia, cuando el agua arrastra
consigo vertidos humanos desechados sin miramiento, son testigos de la historia
de quienes las habitan que son quienes la escriben. Las ciudades tienen arte y
parte, y culpa, de lo que en ellas vive y muere.
Los cielos de plomo, lo son por el color gris de lo que escupen las
grandes chimeneas, son una muestra de lo que se respira y de lo que supone
vivir y morir bajo ese manto de partículas que casi no deja pasar el sol.
En 1843 Barcelona es una ciudad con vida intramuros y
extramuros. Son tan distintas que se diría que no son hermanas y sin embargo
así es. Ritmos distintos, colores distintos, olores distintos y distinta
longevidad. En extramuros se puede morir de enfermedad, de hambre o de vejez.
En intramuros también pero además se puede morir, en cualquier momento y lugar,
de un navajazo en las tripas, recostado contra un muro o sobre adoquines de color del cielo: gris plomo por el material y oscurecidos adicionalmente por la suciedad.
En 1843, Barcelona, intramuros, es una ciudad muy peligrosa
si no se sabe dónde se pisa ni con quien se habla. A Víctor no le ha servido
nada ser experto en ambas condiciones y por eso sus intestinos sobresalen, ya
fríos, y sus ojos ya no ven aunque estén aún abiertos.
Víctor pertenecía a la Tinya, esa organización donde se
agrupan quienes nada han tenido y nada pueden perder, si acaso la vida, y
pugnan por sobrevivir robando y comerciando con información. Jóvenes
harapientos con un código de honor militar a pesar de que la Tinya no quiera ser
un ejército sino una familia, que tiene ecos entre los Irreductibles de Baker
Street, y la cuadrilla de Oliver Twist. Hijos de la época.
Miquel Expósito amigo de Víctor a quien este apadrinara en su entrada a la organización se siente más que obligado, si no lo hace él nadie lo hará, a investigar la muerte de su amigo y vengarlo. Conoce las calles y cree saber cómo y qué hacer para esclarecer lo sucedido, pero es más lo que no sabe y entre lo que desconoce está el que la muerte de Víctor no es un hecho aislado como pudiera creerse en un principio.
Hay todo un entramado de corrupciones que deja las
corruptelas de la Tinya en un juego de párvulos.
Carlos Bassas del Rey tiene un don natural para contar
historias humanas y urbanas que embelesen a quienes se presten a leerlas. En
ésta, como en las otras, el relato es fácil de leer, engancha desde el inicio y
no te deja soltarla hasta el final. Verdades que engendran ficciones perfectamente
engarzadas con ritmo y hechuras de intrigante thriller histórico; un nuevo
registro bien resuelto para quien tan bien se desenvuelve en novela negra, como
en esta maravilla que tituló Justo.
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