Olivia, por antecedentes familiares que guardan cierta
relación con los descendientes de la familia original, se inmiscuye más allá de
su función requerida puntualmente como asesora policial y avanza más que la policía
en obtener datos relevantes para la investigación.
Una novela de misterio alimentado por toques sobrenaturales
y unas capacidades ocultistas con la misma credibilidad de cuarto milenio. La
faceta criminal, discurre con corto recorrido policial y paralela a unas
historias de amores y desencuentros y de deseos y ambiciones, que son origen y
fin de los crímenes que se investigan.
El argumento imbrica dos tiempos narrativos, uno ubicado a
mediados de 1860 y el otro en la actualidad pero no consigue darles el
tratamiento costumbrista necesario, ni en la forma de hablar, comportarse y
relacionarse, para una clara diferenciación de épocas habida cuenta que median
más de 200 años.
A su vez mezcla voces desafiando la coherencia narrativa, un arriesgado ejercicio del que sale más o menos airosa, pero que tal vez no fuera necesario ya que supone más un acercamiento a la retórica estética que funcional y acaba siendo un elemento tramposo.
La resolución, a modo de novela policiaca, cierra
satisfactoriamente todas las puertas que ha ido abriendo, pero no puede evitar
caer en tópicos como el de otorgar habilidades informáticas extraordinarias a
los adolescentes.
Cuando alguien con impulsos de creatividad literaria
circula a diario al lado de La Casa de la
Loca es lógico y comprensible que desee saber más y que luego se atreva a ficcionarlo
plasmándolo en una novela.
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