miércoles, 6 de octubre de 2021

Las viudas o El Caso Gutenberg de Fernando Figueroa Saavedra

Las calles de Rabishpool, sus etnias, sus peculiaridades y sus agentes de policía vuelven a ser escenario de un cúmulo de acciones confusas, aceleradas, desordenadas y usualmente violentas.

Las casas de Rabishpool, en cambio, encierran relaciones sexuales que lejos de canalizarse en acciones convencionales se presentan inusualmente lujuriosas.

Y si en lo primero unos libros podrían tener su culpa en lo segundo es constatable que así es. El contenido de unas novelettes de origen francés sumadas a declaraciones científico-médicas de dudosa veracidad propician acciones de indudable y notorio efecto relajante aunque aún no se haya verificado su proclamado efecto sanador.

Harold Harry Maesnow, el afamado agente de policía, sufrirá en sus propias carnes, incluso en las más íntimas, las consecuencias y efectos tanto de las tropelías cometidas por hordas callejeras como las que le proporciona su amada Molly bajo una supuesta prescripción facultativa.

Y es que Rabishpool está a punto de incendiarse, figuradamente ante la creciente rivalidad de las distintas nacionalidades que lo habitan y que ansían ampliar territorio y eliminar rivales.

Y también materialmente, pues son varios los incendios que sin razón aparente surgen en pomposas llamaradas que encienden aún más ánimos ya bastante caldeados.

Y a todo ese revuelo hay que sumarle unas muertes aparentemente inconexas pero no por ello menos curiosas y de difícil acercamiento policial.

Y la guinda la proporciona una supuesta conspiración política que podría poner en jaque la mismísima cabeza coronada de la nación.

En Las viudas o El Caso Gutenberg hay viudas, o lo parecen, y hay novelas, o lo parecen, salidas de imprentas que deben a Gutenberg su industrialización. Y de cómo interactúan es algo solo al alcance de quienes lean esta novela.

Fernando Figueroa Saavedra retoma los hilos de su primera entrega, manteniendo ese tono culto de escritor capaz de transmitir toda la incultura en el saber y en el hablar de una época de transición como es 1892.

De nuevo no estamos ante una obra solo escrita sino una obra creada, algo que no está al alcance de cualquiera que escriba.

Y en ella vuelve a salpicarnos de la inmundicia, el barro y la insalubridad pisando, y cayendo, en un barrio que parece haber reunido lo peor de cada casa. Un crisol de nacionalidades y razas que lejos de buscar la convivencia se empeñan en potenciar sus diferencias y favorecer las disputas.

Y cuanto más serio es el asunto más ridículas suelen parecer, por contrapunto, las situaciones que se van sucediendo a lo largo del avance del argumento. Algo que se encarga de subrayar el autor con su fina ironía y su dominio del lenguaje.

Ya solo faltaría que los zulúes, esos feroces guerreros defensores de sus tierras y sus gentes, instalados en la mente enferma de recuerdos del inspector Seafield y verbalizados en medio de efluvios etílicos en sus momentos de expansión socializadora, se instalaran en el barrio.

¿Zulúes en Rabishpool? No den ideas al autor.

Pueden empezar por la primera entrega Los pistoleros o el caso Hamster o directamente por esta, pero háganme caso y atrévanse con algo distinto dentro del género policiaco, más folletinesco, propio a su ambientación de época, original y arriesgado.


 

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