Novela negra de las de 8 por docena. |
Hay novelas que relatan hechos, otras que describen
ambientes y personajes, incluso las hay que se atreven a interpretar
sentimientos pero hablar, lo que se dice hablar muy pocas novelas hablan.
Y Miserere
habla. Sus personajes hablan desde su interior, lo hacen sus emociones y sobre todo
su dolor, sus miserias, su egoísmo, su soberbia y su codicia; habla su alma, si
es que existe y si no ¿quién habla entonces?
Horacio Misericordia es un juez al que la vida no le ha
sonreído ni de pequeño y él, claro, no le sonríe ni a la vida ni a nadie, ni a sí
mismo. Él y no otro es el causante de sus desgracias y su autocompasión lo es
de su autodestrucción.
El cadáver hallado de una joven, muerta por sobredosis,
hace remover ese sentimiento de pérdida que le lleva a buscar en cada rostro el
de su hija desaparecida hace años; una búsqueda que persigue un reencuentro
como única opción redentora y que hasta ahora ha acabado en nada o en el fondo
de una botella vacía, de ahí que haga de este caso su némesis para saldar
cuentas con su inconsistencia como hijo, como hermano, como esposo y sobre todo
y ante todo como padre.
Justicia retributiva se le llama a eso.
Hay policías que quieren cerrar el caso con rapidez: es
solo un suicidio, uno más; hay políticos que no quieren interferencias en su
posicionamiento para ser elegidos presidente, hay traficantes, hay sicarios, hay corrupción y
especulación. Hay ese halo pecaminoso que enturbia la realidad y que permite amoldarla al
gusto de los deseos de los pudientes.
Manuel Sosa |
Y hay un juez, Misericordia, dispuesto a quemarse en el
mismísimo infierno con tal de llegar hasta el final del caso.
Manuel Sosa ha escrito una novela negra densa, intensa y de
una oscuridad que hay que cortar con navaja si se quiere que pase la luz y la ha escrito con una calidad tan remarcable como inusual. Tan distinta que habría que tenerla en
un estante aparte.
Acaricia la prosa de modo que cada palabra se ajusta con
mimo al contexto; parecería presuntuoso pero no se engañen, solo es respeto por
el trabajo bien hecho. Una muy particular forma de narrar que requiere que el
lector ponga de su parte lo que no la hace adecuada a todos los públicos.
Regala imágenes que congelan el tiempo:
“Al
otro lado quedan los alógenos, los funcionarios sin saludo, el pasillo angosto
de falsos tabiques. La respuesta que da el polvo es descolgarse por la
oscuridad y alcanzar la mañana filtrada en las persianas. Lo ahuyenta el
caminar de Misericordia evitando archivos y carpetas en la moqueta del despacho
17 de los Juzgados de Instrucción de la Plaza de Castilla.”
Pocas veces me verán recomendar con tanto entusiasmo:
estamos ante una novela, Miserere,
de premio(s) y un autor, Manuel Sosa,
que en nada sonará con fuerza en todos los eventos negros.
La edición a cargo de Esdrújula está tan cuidada como la cubierta,
un diseño de PerroRaro, esa navaja al cuello: ajustada pero sin apretar que a su vez hace juego con el contenido de las 379
páginas que saben a poco.
Corran a leerla.