¿Se imaginan al teniente Colombo, mujer? Insistente, absorta en lo suyo, concienzuda, pesada, inoportuna, patosa, olvidadiza... ¿La teniente Colombo?
¿Se imaginan a Jessica Fletcher siendo policía en lugar de escritora? Intuitiva, instintiva, femenina, mandona, decidida, impulsiva... ¿La inspectora Fletcher?
Laura Lebrel, tiene un mucho de cada y un poco de ninguno. Pero Laura no vive en el mundo de Colombo o Fletcher donde parece no haber día a día sino en un piso del que hay que pagar una hipoteca, con gemelos a los que alimentar, vestir y pagar extraescolares, todo esto mientras tramita el divorcio de quien además es su jefe en comisaría, por lo que a su trabajo de inspectora de policía se suma el de madre y ama de hogar.
Laura es la protagonista de la serie televisiva española Los misterios de Laura.
Por si fuera poco los gemelos, Carlos y Javi, son la piel de Barrabás, su madre, Maribel, se inmiscuye en todo lo que no debería, su ex, Jacobo, pretende volver con ella y le fiscaliza cualquier relación sentimental, su compañero en comisaría, Martín, es un ligón al que sus relaciones de liga bien sin mirar con quien le causan más de un lío gordo, otra inspectora, Lydia, ha sido el amante de su marido y la tiene etiquetada de maruja sin aspiraciones ni posibilidades y el ayudante becario multiuso, Cuevas, siempre dispuesto a colaborar, tiene su corazoncito pero poco tacto.
Aún y así, su tiempo, repartido entre luchas intestinas en el trabajo, sus menesteres particulares y sus labores profesionales descubriendo culpables, cunde lo suficiente como para sobrevivir y no morir en el intento.
Aunque su aspecto si queda tocado, o por negligencia, o incapacidad, o escasez de dinero o nada de tiempo para dedicárselo, o un poco de todo. Luce un peinado que no ha visto peluquería, una gabardina que ya debería estar jubilada, unas blusas, jerseys y faldas que ya tuvieron sus quince minutos de gloria ni se sabe cuando, un bolso que no combina y unas botas que, eso si, están de moda por ser botas pero no por ser esas precisamente. Todo un contrapunto a las inspectoras de series americanas que lucen palmito y aparecen siempre peinadas, maquilladas y vestidas más para un estreno teatral u operístico con invitación personalizada que para investigar un cadáver descuartizado.
Laura Lebrel hace honor a su apellido y husmea por aquí y por allá y cuando cree haber encontrado un rastro no lo suelta de modo que hasta sin pruebas tangibles todos sus compañeros la creen. Tiene las estadísticas a favor. No aplica ningún método de manual, no hace perfiles psicológicos, no disecciona pruebas forenses, solo se deja llevar por su olfato y su instinto como buen lebrel y no hay coartada que se le resista ni asesino que no saque de su madriguera.
El desenmascaramiento del culpable es a lo Hércules Poirot, ya saben: todo el elenco de sospechosos cómodamente sentados, y Laura Poirot Lebrel exponiendo de principio a fin su secuencial proceso deductivo, sembrando dudas en las coartadas, confundiendo a unos y otros hasta la acusación final del asesino, para sorpresa del resto de sospechosos, de sus propios compañeros y, a veces, hasta de los televidentes.
La serie tiene mucho de la novela inglesa de la edad de oro y todavía más de Agatha Christie. Incluso dedican los dos últimos capítulos de la segunda temporada para homenajear la obra maestra Diez Negritos en un versionado Made in Spain, con lo que eso sugiera a cada cual.
Los casos de esta serie se suelen presentar con pocas pruebas, dispersas, y los asesinatos son tan light que hasta los asesinos dan lástima. Los capítulos son auto conclusivos en cuanto al caso policial se refiere pero mantienen una línea de continuidad en el aspecto familiar y sentimental de todos los protagonistas que tiende siempre a salirse de madre para darle el contrapunto humorístico a la investigación criminal y conseguir no solo espectadores afines al género sino también espectadores de otras series menos puestas.
Si esta es la apuesta de TVE para competir con las series extranjeras de las privadas, aún hay camino que recorrer. Los americanos, como paradigma, no solo nos llevan muchos años, y aquí la experiencia es un grado, sino que además las tratan como TV movies, películas de pequeño formato, y este es uno de los grandes factores diferenciadores de las realizadas aquí que aún se plantean como algo a caballo entre teatro y concurso televisivo.
Mejoraría muchísimo con que el caso se presentara en un argumento más contextualizado, y con más exteriores de calle, para percibir que hay un mundo alrededor donde la vida palpita, continúa y siguen ocurriendo cosas lo que mejoraría también el ritmo narrativo en el que actualmente la tensión brilla por su ausencia. Habría que adaptar mejor la música ambiental, la actual es soporífera, y dotarla de más procedimiento policial, ya que con tanta intuición la profesionalidad del cuerpo sale malparada.
Pero en cambio tiene lo que les falta a sus homónimas más puestas, tiene coloquialismo, tiene humanidad, vecindad, voluntad de encarar lo peor siempre con optimismo, de demostrar ternura y capacidad para reírse de uno mismo caricaturizando estereotipos para que los identifiquemos graciosamente con nuestros conciudadanos.
Ver un capítulo a la semana, buscando desconexión y entretenimiento, resulta hasta divertido; realizar una immersión, como la realizada para escribir este post, tiene el problema de que resalta en exceso los tics repetitivos de actores y guionistas.
Lydia deja retratada a Laura en cada uno de los chascarrillos que le suelta: coge el cambio del café que igual mañana te da tiempo a ir donde los chinos y comprarte algo de bisutería que conjunte con este vestuario que nos llevas, chica, que ya te vale.