Este rincón de la Italia costera y en concreto el Hotel Santa Bona es el elegido para celebrar el XII International Workshop on Macromolecular and Biomacromolecular Chemistry, así en extranjero y sin acrónimo, y junto con los ponentes y asistentes a los distintos seminarios, venidos de todo el mundo, con especial presencia japonesa, hace acto de presencia también, la muerte para llevarse a uno de los congresistas.
Es mayo, primavera lluviosa y de temperatura traidora, y el comisario Fusco, la suma de él y los dos agentes Turturro y Galán no hace tres, que no ha olvidado lo eficaz que puede ser Massimo como aliado en una investigación policial acude de nuevo en su busca para intentar aclarar el caso antes no finalicen las jornadas y vuelvan todos a sus respectivos países quedándose sin sospechosos y aún peor, sin culpable.
Marco Valvaldi confirma en esta novela que lo suyo es la literatura costumbrista, irónica, salpicada de notas inteligentes y pinceladas culturales y que la temática policial es una simple anécdota que despacha en unas pocas páginas, y le sirve para justificar su verdadera intención narrativa.
Confirma, porque algo así nos temíamos al terminar de leer la primera novela de la saga, La brisca de cinco (comentada aquí), algo que no deseábamos comprobar ya que la idea de partida era original y fresca y el juego que podían dar los viejitos, de nuevo totalmente desaprovechados solo hay que leer su travesura en los museos, podría ser algo realmente grande.
En esta novela el argumento policial queda arrinconado para dejar paso a la biografía de Massimo, a sus pensamientos que no sentimientos, a su día a día, sus sinsabores cotidianos; echamos en falta su característica forma de servir a la clientela lo que no se le pide y también sus lances dialécticos con Tiziana.
Si en la primera saboreamos un antipasto, ligero, fresco y oloroso, esta se aproxima más a un plato de pasta sin salsa, denso, monocromático y ligeramente pasado de cocción. Aún y así se puede comer y degustar con media sonrisa de principio a fin.
Marco Valvaldi que buscara en los naipes inspiración y titulara su primera novela, La brisca de cinco, con el nombre de una variante de un entretenido juego de cartas ha continuado la tradición en esta segunda titulándola El juego de las tres cartas, en clara referencia al tramposo juego practicado por los trileros y que en tiempos de juventud practicara el viejo Aldo siendo camarero en un trasatlántico para buscar un poco de fortuna en los puertos.
El juego de las tres cartas o El monte de tres cartas, como se le conoce en ambientes mágicos es un juego que, sin ánimo de estafar sino para entretener y divertir, también interpretan los magos a menudo en sus actuaciones de magia de cerca donde se confirma aquello de que la mano es más rápida que la vista y que lo que ésta cree ver puede no ser cierto.
Los trileros suelen aparentar poca habilidad para parecer vulnerables: pero ojo! nunca apuesten; aunque puedan ganar un lance siempre van a acabar perdiendo.
Post scriptum: la reseña de la tercera novela de la serie titulada 'El rey de los juegos' ya está disponible aquí.