Saben de mi inclinación por el mestizaje entre la magia, real si existiera o de truco de escenario si no hay más remedio, con el género interrobang, por tanto no es de extrañar que al topar con la sinopsis de la novela Ríos de Londres una fuerza telúrica me impeliese a leerla.
Llámenme iluso pero no me quiten la ilusión.
Novela que aúna magia, mundo sobrenatural, asesinatos, investigación policial, humor blanco, humor negro, romanticismo y terror. Una buena combinación siempre que esté bien cocinada. A ésta le ha faltado cocción en algún ingrediente y mesurar bien la proporción de otros.
Ben Aaronovitch ha escrito una fábula policial con moraleja: si no sabes a ciencia cierta que quien va a estar detrás de un asesinato es un mortal no lo investigues y si aún y así lo haces atente a las consecuencias.
Peter Grant es un joven agente a quien encargan la vigilancia del escenario de un crimen cuya víctima ha sido decapitada en Covent Garden. Preparado para una larga y fría noche está lejos de sospechar que va a topar con un testigo. Lástima que su interlocutor sea un incorpóreo fantasma con quien no se puede oficializar la declaración, entre otras evidencias porque lleva más de 120 años muerto.
Nightingale, un raro inspector a quien sus compañeros miran con recelo por su pose ausente, es un poderoso mago enrolado en la Policía Metropolitana que gestiona los asuntos criminales distintos y será el jefe y maestro iniciático de Peter en un trabajo de campo que asustaría a más de uno y de dos y de más.
Y Peter lo pasa fatal, porque Peter es un tío normal; sin alardes, sin músculos hipertrofiados, sin cerebro de genio, alguien con neuras propias de la edad, con deseos inconfesables, pero lógicos y sanos, hacia Lesley, su compañera de trabajo. Alguien que solo ha tenido la suerte o la desgracia de estar en el lugar preciso en el momento oportuno para dialogar con un ser que existe pero que no está.
La novela es muy británica; tanto que para un extranjero no es fácil navegar con soltura por esos ríos de Londres, de los que descubrimos que el Támesis es solo uno más: hay otros ríos, algunos ya perdidos, cegados otros y diezmados el resto; tampoco es fácil avanzar en un argumento demasiado sustentado en cuentos tradicionales, en personajes sobrenaturales de sueños y pesadillas, en personajes de obras de teatro y de polichinelas cien por cien ingleses, en localizaciones londinenses solo para residentes, en rincones tan ocultos de la gran ciudad que solo frecuentan los vecinos ya que nadie más tiene noticia de su existencia.
Y aunque está escrita con soltura, con frescura, y en rabiosa primera persona, toda esta mezcolanza de situaciones y cross over de géneros tiende a confundir. Mejor juego hubiera dado como serie de televisión, de la BBC of course, que con su habitual cuidada puesta en escena hubiera ofrecido con imágenes lo que la imaginación del lector, por desconocimiento de los lugares y hechos, no alcanza a visualizar en su máxima expresión.
El arranque cien por cien policial y sorprendente inicio, va derivando hacia lo sobrenatural, más mitológico que esotérico, en la misma medida en la que va perdiendo ritmo debido a párrafos innecesarios o excesivamente descriptivos que tienden a provocar la desconexión del lector.
Procúrense un mapa de la city antes de empezar la lectura. Y no se sorprendan si al girar cualquier página les surge un troll.
Peter Grant es un joven agente a quien encargan la vigilancia del escenario de un crimen cuya víctima ha sido decapitada en Covent Garden. Preparado para una larga y fría noche está lejos de sospechar que va a topar con un testigo. Lástima que su interlocutor sea un incorpóreo fantasma con quien no se puede oficializar la declaración, entre otras evidencias porque lleva más de 120 años muerto.
Nightingale, un raro inspector a quien sus compañeros miran con recelo por su pose ausente, es un poderoso mago enrolado en la Policía Metropolitana que gestiona los asuntos criminales distintos y será el jefe y maestro iniciático de Peter en un trabajo de campo que asustaría a más de uno y de dos y de más.
Y Peter lo pasa fatal, porque Peter es un tío normal; sin alardes, sin músculos hipertrofiados, sin cerebro de genio, alguien con neuras propias de la edad, con deseos inconfesables, pero lógicos y sanos, hacia Lesley, su compañera de trabajo. Alguien que solo ha tenido la suerte o la desgracia de estar en el lugar preciso en el momento oportuno para dialogar con un ser que existe pero que no está.
La novela es muy británica; tanto que para un extranjero no es fácil navegar con soltura por esos ríos de Londres, de los que descubrimos que el Támesis es solo uno más: hay otros ríos, algunos ya perdidos, cegados otros y diezmados el resto; tampoco es fácil avanzar en un argumento demasiado sustentado en cuentos tradicionales, en personajes sobrenaturales de sueños y pesadillas, en personajes de obras de teatro y de polichinelas cien por cien ingleses, en localizaciones londinenses solo para residentes, en rincones tan ocultos de la gran ciudad que solo frecuentan los vecinos ya que nadie más tiene noticia de su existencia.
Y aunque está escrita con soltura, con frescura, y en rabiosa primera persona, toda esta mezcolanza de situaciones y cross over de géneros tiende a confundir. Mejor juego hubiera dado como serie de televisión, de la BBC of course, que con su habitual cuidada puesta en escena hubiera ofrecido con imágenes lo que la imaginación del lector, por desconocimiento de los lugares y hechos, no alcanza a visualizar en su máxima expresión.
El arranque cien por cien policial y sorprendente inicio, va derivando hacia lo sobrenatural, más mitológico que esotérico, en la misma medida en la que va perdiendo ritmo debido a párrafos innecesarios o excesivamente descriptivos que tienden a provocar la desconexión del lector.
Procúrense un mapa de la city antes de empezar la lectura. Y no se sorprendan si al girar cualquier página les surge un troll.