Es de esas novelas de las que se recibe más de lo que se espera, aunque no se reciba todo lo que se pudiera haber recibido.
Va hilvanando una historia muy humana que convence por las debilidades de sus protagonistas, por sus miedos y sobre todo por su simplicidad de gestos y actos, pero no acaba anudar un argumento que el lector, aún sin proponérselo, va anticipando, lo que resta efectividad y emoción por su previsibilidad.
Eso si: convence; aunque vaya con la tensión mínima y justa para ir avanzando, sin utilizar trucos ni resortes atrapa lectores (aunque juegue con cientifismos que parecen tener poco de científico), consigue que la historia vaya fluyendo sin prisa, como corresponde a las investigaciones que arrancan del pasado. Fuese lo que fuera lo que sucedió entonces no lo resolverá ninguna urgencia actual: lo que necesita ahora el caso es una revisión calmada de los hechos y ver si se escapó algo en la investigación oficial y tener donde agarrarse.
Moisés Guzmán es un policía nacional que ejerce en la Oficina de Denuncias de la Comisaría de Huesca, atendiendo sufrida humanidad de distinta tipología, cultura y gentilicio. Su día a día es siempre igual en la diversidad, hasta que recibe la visita de un médico de Zaragoza que no viene a denunciar un hecho delictivo sino a contratarlo para esclarecer el asesinato de un matrimonio amigo acaecido en su domicilio de Barcelona ¡13 años atrás!.
Hay otro interés en la petición y es la de obtener noticias de la hija de sus amigos, de la que no se encontró el cuerpo en el piso y que contaba con tres añitos de edad en aquel momento. Hoy, si sigue viva, con 16 años ha de ser una adolescente entre otras muchas sin otra distinción que un antojo en la base de la espalda en forma de fresones. Los fresones rojos.
El misterio de la historia, la emoción del trabajo de calle frente al de mostrador, el interés por Barcelona, y una sustancial oferta económica deciden por Moisés que consigue con relativa facilidad una excedencia que le ha de permitir ocuparse del encargo.
Encargo, no solo frío por el paso del tiempo, sino también confundido por las diversas manos que han intervenido en sus pesquisas (el suceso se produjo en un momento convulso de traspaso de funciones entre los distintos cuerpos policiales en Catalunya). Y lo que es peor: con un asesino al que nadie cogió y que puede estar aún rondando por ahí y no hacerle mucha gracia que removiendo el pasado se le enturbie su presente.
La trama, decíamos, no tiene todos los hilos bien anudados, algunos nudos se han hecho de forma apresurada y otros están flojos, aunque los más, están realizados a conciencia y esto impide que la novela se deshilache y propicia que aguante una lectura entretenida.
Eso si, los fresones podrían, deberían haber dado mucho más juego o no formar parte del título.
Lean aquí un fragmento.
Esteban Navarro es el autor de la serie de Moisés Guzmán quien protagoniza también su anterior novela ‘El buen padre’ de la que de momento este blog no tiene referencia.
Post scriptum: reseña aquí de Los crímenes del abecedario del mismo autor
Post scriptum: reseña aquí de Los crímenes del abecedario del mismo autor