Los/as lectores/as de novela negra, novela policíaca, novela
enigma… o sea novela interrobang, somos semper fidelis para con el escritor/a hasta que
el vuelo de una mosca nos distrae de nuestro firme compromiso.
Vale digámoslo de una vez: somos de lo más promiscuo que
anda leyendo sobre la tierra. Saltamos de un autor a otro sin dudarlo ni un
instante. Nos estamos abrazando a uno y ya le hemos echado el ojo al de al
lado.
Promiscuos y precoces: desde pequeños ya estamos dándole.
‘Os vais a quedar ciegos de tanto hacerlo’, bueno ciegos no, pero más de un
miope si que hay.
La pasión por la lectura entra en cuerpos púberes y hace
de ellos su guarida. Y ya nunca los abandona. El demonio en el cuerpo. La
enfermedad de la lectura no tiene cura: si no lees te mueres, antes, y cuanto
más lees más necesitas seguir haciéndolo. Leer, me refiero.
Leer para poder seguir leyendo. ¿Acaso hay otra razón?
(si, vale, pero esta también)
De ahí que no haya autor que por si solo pueda satisfacer
tan tremendo furor. De ahí que necesitemos tener varios a mano para ver y tocar
sus obras y sentir como sus emociones y las nuestras confluyen en el placer
común.
Nos abrazamos a la nueva novela sea quien sea que la haya
escrito sin ningún pudor, remordimiento ni sentimiento de culpa, aunque la
religión se haya empeñado en inculcarnos lo contrario, aunque por sus actos los
conoceréis.
Nos metemos en la cama con cualquiera sin distinción de
raza ni nacionalidad; hoy dormimos abrazados a un nórdico/a y en cuanto acaba
la fogosidad ya estamos metiéndole mano a un/a argentino/a o sobando un/a
canario/a, de los/as que escriben no de los/as que pían.
San Fidel, como encarnación de la fidelidad, no es santo
de nuestra devoción. No es la festividad de los lectores de género, más propensos a la cultura del culo (libro) veo, culo quiero.
Vamos a las librerías a pecho descubierto, es
un decir no una realidad (para pena de algunos) buscamos y a veces acertamos y disfrutamos del deleite
que supone el conocimiento de un nuevo cuerpo y otras renegamos de la elección
que no nos ha producido ningún placer. Uno más de lo mismo. Puaj!
Pero olvidamos rápido el desengaño y de nuevo ya estamos
buscando sobre la mesa o en el escaparate quien nos haga tilín. Y nada más agarrarlo
y sentir su palpitación en la mano ya notamos las mariposas en el estomago que se
manifiestan siempre al inicio de una nueva relación.
Y cuando lo abrimos ya vamos hasta el fondo. Sin
preliminares, a pelo, donde nos coja, sin protección. Vivimos peligrosamente.
Es lo bueno que tiene el leer, que no precisa de hueco en la
agenda ni de planificación que le reste espontaneidad.
Es un aquí te pillo aquí te mato: en un banco del parque,
en la playa mecidos por la brisa marina, al lado de una piscina con una cerveza
al lado, en la butaca de un avión, en el compartimiento de un tren de largo
recorrido, en la cama de un hotel con servicio de habitaciones… en país propio o
extranjero, tópico o exótico, viendo caer la lluvia o ante una puesta de sol…
Cualquier lugar. Cualquier momento. Leemos porque nos
gusta. Y lo hacemos solos o en compañía, que resulta más gratificante. Leemos porque hay autores/as que escriben.
A
todos/as ellos/as, a todos/as vosotros/as gracias por escribir y gracias por no
pensar en dejar de hacerlo. Gracias por escribir por y para nosotros.
Sin
vosotros las editoriales no existirían; ni las librerías ni los libreros; ni
las bibliotecas ni las queridas bibliotecarias (alguno no podría subir más
tweets al respecto).
Y
nosotros, lectores y lectoras existiríamos pero agostados en un rincón.
Y
aunque sea agosto nada de hacer vacaciones, prometeos encadenados sois y seréis,
y a seguir escribiendo que nos habéis viciado y no podemos dejarlo. Sois nuestros
camellos de cultura y necesitamos nuestra dosis (la cultura no es un lujo es
una necesidad) y estamos ansiosos de obtenerla.