Isabeliiiita pobreciiiiita |
Tener éxito no es
sinónimo de triunfar, como si estás a la vista no necesariamente es bueno que
te miren. Eso es lo que le ha pasado a Ana Martí.
Ana Martí es la
joven periodista que desde los ecos de sociedad de La Vanguardia Española
(el gentilicio fue añadido después de la guerra; innecesario explicar porque) pasa
a cubrir un luctuoso hecho y se ve envuelta en la resolución de un crimen que
culmina con éxito y, al parecer, insuficiente discreción ya que al empezar esta
novela, El gran frío, la encontramos
dimitida y recolocada en El Caso.
Eso sí, firmando
con seudónimo, ya fuera el de Sabino Rivas o también Periquito Martínez; que lo
de la mujer capaz como un hombre aún no tiene cabida. Y redactando casi de tapadillo
ya que oficialmente trabaja para Mujer
Actual donde las crónicas de sociedad siguen teniendo fans de lectoras y
una pluma femenina no desentona.
El Caso: semanario de sucesos |
El Caso, el único y gran diario de sucesos, cuya cabecera lo dice todo. Un diario con
una tirada de 100.000 ejemplares.
Un diario presente en todo tipo de hogares que
tampoco se libró de la censura: en los reportajes de ciertos delitos no se mencionaban
nombres o las circunstancias se relataban a medias, dejando algo a la
interpretación, todo bajo malabarismos lingüísticos y empleo de un léxico
plagado de eufemismos.
Los crímenes
comunes eran mostrados con luz y taquígrafos, siempre se detenía al culpable o
a quien confesara serlo, que para eso la policía contaba con medios muy
persuasivos. Los crímenes políticos o se camuflaban de comunes o no se
mencionaban. Y si no sale en los diarios no existe. Y máximo publicar
un crimen por semana. No vaya a ser que alguien crea que en la Nueva España no hay
seguridad ciudadana.
Han transcurrido
cuatro años desde que conociéramos a Ana Martí, ahora tiene 28 y se nos muestra
más madura, más cauta y con más prurito periodístico si cabe. Acaba de cubrir
el asunto de la Enana de los Ciegos y
ya su jefe, Enrique Rubio, en un cameo muy creíble, le está encargando verificar
el embrión de una manifestación de fe. De un posible milagro.
Las Torres,
ficticio pueblo de Teruel, es el lugar. Su entorno montañoso, de clima hostil y
alejado, de forma harto desagradecida, del mundo, casa perfectamente con ser el
lugar elegido para una revelación religiosa.
A la pequeña
Isabelita, la santita, le sangran
estigmas en las palmas de las manos y las plantas de los pies.
Pobreciiiiita Isabeliiiita.
Y el pueblo anda
conmocionado por el hecho. El cura, en su ciego fanatismo, ve la capilla de una
santa que lo eleve a él en los altares. El alcalde ve el negocio que traerán
las peregrinaciones al pueblo. Y el resto de habitantes comulga en lo que el
poder les dé a creer.
Ana Martí debe
ver más allá de los signos y su criterio servirá para certificar si está ante
un fraude o ante un verdadero milagro.
Como todo pueblo
de la época, estamos en 1956, el asentamiento de los principios surgidos de la
Guerra Civil son sostenidos básicamente con la ignorancia. Los pequeños dejan
la escuela pronto para faenar y el nivel cultural siempre está por debajo del
de la nieve.
Hay más devoción
por el cura, Benito Tena, que por el maestro, Miguel Fábrega. Hay más sumisión
por el señor amo, Julián Maestre, que por el alcalde, Onésimo Sandoval. Con el
sargento de la Guardia Civil, Don Ignacio hay distancia mutua. Con Aurelia Anglada, la
patrona de la pensión, hay respeto y sentimiento de vergüenza. Y para Mauricio, el bonachón del pueblo, hay pescozones.
Los protagonistas
principales responden a arquetipos tradicionales en lo nacional y son
presentados con toda la parafernalia existencial que se les supone en un tiempo
y en un lugar como el que nos ocupa. Son un vivo retrato de tantos y tantos
semejantes que vivieron en otros pueblos y que aún hoy tienen descendientes que
los emulan en sus actos más deleznables.
Y cuando una
copiosa nevada encierra al pueblo en sí mismo y corta las conexiones con el
exterior, magnífica conseguida extrapolación de la novela Tres Ratones Ciegos de Agatha
Christie, solo falta que salte una chispa y aparezca un cadáver para que en
un ambiente claustrofóbico como el que se vive en Las Torres todo salte por los
aires. El monstruo está dentro. Y la inocencia es la única arma capaz de ganar
la batalla.
La novela es un
alarde de literatura bien escrita. Las palabras justas en cantidad y adecuadas
en acepción. El ritmo narrativo lento como el tiempo climatológico pero
inexorable como el tiempo como unidad de medida. El horror va tomando cuerpo
para mostrarse tangible a poco del final.
Cuando lo
irracional se descubre terrenal es cuando todo encaja y muestra que en la
oscuridad, en la negrura, es cuando los temores se vuelven evidencias.
El gran frío
penetra en los cuerpos y en los hogares; pero cuando más duele es cuando entra
en el alma. De allí no sale.
Sin lugar a dudas
una gran novela. Costumbrista y negra. Y de denuncia. Desde las entrañas.
Rosa Ribas y
Sabine Hofmann escriben con un nivel de calidad que resulta muy de agradecer
por todos los tipos de lectores y con el que consiguen elevar el nivel de la
novela negra al que se merece.
Han creado un
personaje, Ana Martí, que transpira veracidad en un entorno y una época que documentan
como si realmente estuviéramos allí. En esa época en la que algunos si
estuvieron.
De las mismas
autoras, la primera novela de la serie protagonizada por Ana Martí también reseñada en este blog