jueves, 9 de junio de 2016

Ángulo muerto de Aro Sáinz de la Maza

Novela negra agita conciencias y
tensionadora de principios.
Si El asesino de La Pedrera, la anterior y primera entrega de la serie protagonizada por Milo Malart, tenía estructura y contenido de thriller en El Ángulo Muerto encontramos, en cambio, la esencia de la novela negra contemporánea.

Lo cual viene a decir que su autor, Aro Sáinz de la Maza, sabe escoger el mejor vestuario para nadar en cualquier agua y que es bueno para ello.

Lo verdaderamente importante es que se consigan transmitir sensaciones, que se agiten conciencias, que se sacudan ideas para que caigan las preconcebidas y que se tensionen principios para ver si son sólidos e incuestionables.

Y El Ángulo Muerto es una novela negra de esas. Un largo travelling sobre la desesperación que pone foco en lo que la crisis económica ha desenfocado: personas aisladas porque su cordón umbilical con el entorno se ha cortado y que flotan ingrávidas con las miradas perdidas, familias desestructuradas porque la presión acaba haciendo explotar los contenedores de sentimientos, miedo generalizado a pisar la calle porque para muchos es como entrar en el túnel del terror, y foco también en los que, sin fuerzas ni esperanza, cierran el ciclo de la vida bajo las ruedas del metro y también, claro está, foco en una policía que tampoco se escapa de sufrir el impacto de los recortes.

En la novela, Milo Malart tiene a su cargo investigar el asesinato de una joven universitaria y para hacerlo tendrá que sortear diferentes estados de ánimo que muestran aquellos con los que se topa y que van desde la autocompasión hasta la autocomplacencia. Y tendrá también que gestionar los suyos propios que varían según se relacione con Rebeca, su pareja policial, con su hermano y su cuñada, con su amiga juez o con Tío.

Aunque Milo en esto sea un poco frontón y devuelva la pelota según se la hayan lanzado: blanda por blanda, fuerte por fuerte. No le preocupa como caiga a los demás mientras su integridad esté a salvo y es sincero hasta herir, de aquí que aborde la investigación según su escala de valores aunque esto lo ponga al borde de la indisciplina con sus superiores. Para según que resulta manco de su mano izquierda.

Es una novela oscura y sobria que retrata, cargada de rabia y frustración, los efectos de esa crisis alargada artificialmente para crear un orden nuevo donde los agradecidos temerosos y serviles sean legión y se entierren conceptos como derechos laborales e igualdad de clases. Una crisis capaz de hacer que alguien se lance a comer para no ser comido movido únicamente por la desesperación y el instinto de supervivencia.

Es una novela muy bien llevada y con un título muy bien traído, El Ángulo muerto, esa porción de espacio que por no verla parece que no existe, y que a lo largo del desarrollo de la trama encaja en muchos aspectos. Miguel Ríos lo explicaba muy bien en una de sus interpretaciones más intimistas.


Hay quien elige colocarse en el ángulo muerto para actuar al abrigo de miradas ajenas y hay quien sin estar allí parece que esté ya que resulta invisible a la sociedad: ojos que no ven miseria que no existe. Pero también encontramos ángulos muertos en las relaciones humanas y en el modo de justificar decisiones, todos tenemos nuestro ángulo muerto.

Reseña de la primera novela de la serie El asesino de La Pedrera

domingo, 5 de junio de 2016

Codeflesh de Joe Casey y Charlie Adlard

Un código de barras como máscara.
Codeflesh es un cómic noir de apariencia simple pero con un trasfondo complejo en su planteamiento del uso de la violencia como droga euforizante.

Cameron Daltrey es un agente de fianzas de la condicional que contrata a un cazarecompensas cuando alguno de sus clientes no cumple con las obligaciones de presentarse ante el juez y en consecuencia está en riesgo recuperar el dinero invertido. Hay que localizar al presunto delincuente y reconducirlo al camino legal y soliendo emplear la fuerza bruta como método de convicción más eficaz que la palabra.

El cazarecompensas, que cubre su cabeza con una cutre máscara casera con un código de barras impreso por cara no es otro que el propio Cameron que adopta ese disfraz para no ser reconocido ya que no tiene potestad para ejercer esa tarea desde que un juez se la retirara.

Cuenta con un socio, Staz, simple figurante en el trabajo y en el cómic, para guardar las apariencias y está enamorado de Maddie, una striper, que aún lo está más de él lo que no impide que se pueda hartar de su falta de atención y de sinceridad y dejarlo plantado.

A lo largo de nueve capítulos, en realidad nueve historias autoconclusivas, se va desvelando el carácter del protagonista y el porque de su necesidad vital para involucrarse de lleno en esas peleas: está enganchado al subidón que le proporciona la liberación de adrenalina.

Los argumentos de Joe Casey son bastante simples, que no planos, y la trama sigue un esquema y se resuelve con rapidez: se conoce de un presunto que estando en libertad bajo fianza no se ha presentado ante el juez, Cameron se encasqueta la máscara, lo localiza, la consecuente pelea se lleva las ¾ partes del total de páginas, y una vez capturado hay escaso tiempo para reflexionar sobre las cosas importantes de la vida. Entre ellas que está distanciándose de su novia y si sigue así la perderá.

A pesar de este esquema reiterativo y fácil el cómic consigue atrapar la atención ya sea por el elenco de extravagantes personajes que parecen habitantes de un catálogo de lo sobrenatural por su variedad de súper poderes o bien por la de palos que recibe Cameron que parece poco más que sea él quien tenga súper poderes para poder encajar tales palizas y seguir tan fresco.

Este cómic fue un embrión nacido en el 2000 que no llegó a desarrollarse en su plenitud y de ahí que sepamos poco de las motivaciones de los personajes y de sus inquietudes (incluso del título, de la máscara…) aunque el guionista Joe Casey consiga en muy poco espacio compensar habilidosamente pinceladas psicológicas en una trama con mucho ritmo e intensidad y diálogos ásperos como barba de dos días.

Codeflesh capítulo 1
Charlie Adlard dibuja, despachando el argumento con solvencia, sin ceñirse a estructura alguna de viñetas, adaptándolas según necesidad, y con un dibujo de líneas duras y un empleo del color basado en tintas planas de colores sucios con lo que consigue transmitir esa sensación de abandono y marginación que predomina a lo largo de la serie y hace palpable esos excesos de testosterona del protagonista que incapaz de encauzar su vida sentimental se desfoga con ráfagas de violencia.

Un cómic en la mejor tradición del género negro clásico americano dando juego a un elenco que generalmente está de relleno y ocupa papeles secundarios como agentes de la condicional, cazarecompensas, strippers… y que revisa el concepto de súper poderes sin mallas de colores ni glamour mediático.

Probablemente no figurará en ninguna lista de indispensables pero eso no significa que no sea una obra elogiable y merecedora de atención.


miércoles, 1 de junio de 2016

Las flores no sangran de Alexis Ravelo

Novela negra en 3D
Inicialmente no iba a reseñar esta lectura: ya no me quedan adjetivos para calificar la obra negra de Alexis Ravelo pero no sería justo ni para él ni para el género ni para los lectores ya que novelas excelentes como esta hay pocas y conviene destacarlo.

Las flores no sangran es una oda filosófica a pesar de no tener estructura lírica. Es una novela negra que trasciende esta etiqueta maniqueísta y actualmente más comercial que indicativa, para convertirse en un panegírico del género.

Es una novela de lectura prescrita por once de los diez doctores en novela negra entrevistados, para tener una visión de cómo el género sabe y debe evolucionar. Alexis Ravelo parece estar tocado por los dioses o los alisios, si fuera catalán lo estaría, sin duda alguna, por la tramontana.

En mi reseña anterior sobre La estrategia del pequinés resaltaba el carácter hiperrealista de las obras de este autor por la percepción de parecer más veraces que la propia realidad aun sabiendo que son ficción.

Pero me veo en la obligación de subir un nivel Defcon con este autor y establecer un paralelismo con lo que significó para la animación el evolucionar de un diseño 2D a 3D. Recuerden las series animadas de televisión de Disney y sus películas primerizas y piensen ahora en cualquiera de las que se apoyan en el diseño asistido por ordenador y que emplea tres dimensiones como la película Avatar o Star Wars o El Señor de los Anillos o Juego de Tronos por citar algunos claros ejemplos.

El mismo efecto evolutivo suponen las obras de Alexis Ravelo y en especial Las flores no sangran que es una novela negra 3D. No solo su argumento o sus personajes sino su forma de escribir y de describir y contar la historia que consiguen envolver al lector en un efecto tridimensional. Alexis Ravelo lo hace tan fácil que parece al alcance de cualquiera y así hay tantos escritores estrellados.

Con esta novela no hay lector pasivo, hay lector participativo como lo han sido todos aquellos que han asistido a cualquier obra de teatro de La fura del Baus. ¡Pobrecitos se pensaban que iban a ser espectadores!

Gran Canaria, donde transcurre la acción
El argumento de Las flores no sangran es el de unos granujas de medio pelo Lola, el Marqués, el Salvaje y el Flipao, como esos que empleó Woddy Allen para una de sus películas, que se ven jugando un partido de profesionales siendo un equipo amateur, pasando de dar timos y robos de poca monta a dar un palo gordo como es un secuestro. Y los rivales en esa liga, como el empresario Isidro Padrón, no son primos fáciles de tangar sino enemigos más peligrosos que nadar con un tiburón en una piscina.

La obra tiene comedia, tragedia y absurdo y en cada momento mantiene su tono, su ritmo y su tremendo interés.

No se me ocurre nada más que pueda convencerles de su obligada e imprescindible lectura.

Y si aún no conocen su saga con Eladio Monroy ya están tardando.


domingo, 29 de mayo de 2016

Adam Clarks de Régis Hautière y Antonio Lapone

Un cómic cartoon de mucho nivel
Régis Hautière aprovecha una coyuntura inexistente en época actual, ya que sigue presente el telón de acero y mantiene la guerra fría entre Estados Unidos y Rusia, para escribir Adam Clarks: un guión inteligente y trepidante de robos y espionaje que haría las delicias de cualquiera de las series televisivas que triunfaron en aquella época como Misión Imposible o Los Vengadores por mencionar tal vez las más conocidas y con las que tiene elementos en común.

Y para ello crea un personaje, Adam Clarks, un cronista de sociedad que usa seudónimo para ocultar su identidad del mismo modo que cuando ejerce de ladrón de guante blanco usa máscara para impedir ser reconocido. Y le hace compartir protagonismo con el rubí De Long Star, con la bella Irina, el programa de carrera espacial y los Servicios Secretos del KGB y de la CIA de las dos súper potencias mundiales.

Adam Clarks con su gusto por el vestir, su percha, aspecto de conquistador, osado y habilidoso ladrón y  perfil de espía tiene un poco de cada uno de los iconos que han cultivado el género, así recuerda, entre otros, a Gary Grant (en cualquier película de Hitchcock) y a Sean Connery (encarnando a Bond, James Bond) y a Tom Cruise (como Ethan Hunt en Misión Imposible) y cae bien desde el primer momento. Entiende la supervivencia como religión y como fiel devoto se ciñe a sus mandamientos sin protestar.

Adam Clarks un ladrón no tiene porque ser
un delincuente
El argumento es presentado por un narrador presencial que sustituye a la voz en off tradicional, con lo que aporta más credibilidad a la historia, en un recurso que sin ser novedoso es cuanto menos casi original por lo poco que ha sido utilizado. El personaje va relatando la trama colándose con apariciones puntuales por las viñetas.

La parte gráfica, por lo que se refiere al dibujo y a la composición evoluciona el Estilo Átomo que, surgido a raíz de la iconografía de la Exposición Universal de Bruselas de 1958, con el Atomium en cabeza, combina diseños de los años 60 con otros más vanguardistas dando lugar a una estética retrofuturista que tan bien casa con el género noir y sobre todo con el glamour atribuido al mundo del espionaje.

Antonio Lapone demuestra un gran conocimiento de la técnica y la emplea para construir unas páginas muy dinámicas con estructura de viñetas estilizada y dibujos de trazo de elegancia minimalista y mucha presencia geométrica, evolucionando brillantemente el estilo que tan bien sirvió para identificar en su momento a Yves Chaland y Serge Clerc entre otros.

El uso del color sorprende desde el primer momento por convertirse claramente en el tercer elemento narrativo por mérito propio, después del guión y del dibujo. Al sobrepasar las viñetas y extenderse por toda la página evita el salto de una viñeta a otra ofreciendo una lectura en continuidad, poniendo la luz en el lugar adecuado en cada momento.

Dibukks mantiene su alto nivel de calidad editando este cómic en cartóne, en un generoso tamaño XL de 24,5 x 32,5 cm y en un más que adecuado acabado en mate. Un cómic para admirar y releer una y otra y otra vez. Una pieza de colección.

New Frontier, jazz-rock  para minorías
La BSO, la señala el propio cómic y es inherente a la esencia del argumento y a su estética general, la conforma la pieza New Frontier. Escúchenlo y disfrútenlo en su video original y vean el guiño a la similitud de los rojos tejados con De Long Star y las referencias a la amenaza nuclear que supuso la guerra fría.

New Frontier del álbum The Nightfly (1982) de Donald Fagen

domingo, 22 de mayo de 2016

Candy City de Alberto López Aroca

Esperando ver pasar el cadáver
de tu enemigo
Candy City es una pequeña ciudad cercana a New York que a principios de 1900 proyecta su crecimiento a partir de una fábrica de caramelos, la Jimmy’s Factory que distribuye su dulce mercancía por diversos estados. Cada noche salen camiones bien cargados, aunque no siempre sea de caramelos, que proporcionan lucrativos beneficios al propietario James McCulloch.

En esa época el auge tiene más de turbio que de limpio. Difícil separar dinero y posición relevante de poder, de corrupción, de violencia, de vileza… fácil en cambio separar gente de bien y miembros de bandas de gángsters.

Jonathan Thompson viene de familia de bien (abuelo juez y padre policía, ambos honestos y respetuosos con la ley) pero acaba trabajando como persona de confianza de James McCulloch, el hombre más poderoso de Candy City y un mafioso sin escrúpulos, que no duda en encargarle los trabajos más delicados que son resueltos diligentemente y a plena satisfacción.

En la novela vamos a ir conociendo los cambios que sufre la ciudad mientras acompañamos a Jonathan que va creciendo en edad y en importancia dentro de la organización mafiosa para la que trabaja junto a su amigo Louie Katzenberg.

La novela es todo un retrato social de la historia criminal de finales del siglo XIX y principios del XX que, con ligeras variantes etnológicas, se manifestó en todos los pueblos y ciudades de los Estados Unidos.

Érase una vez América, tierra de las oportunidades para gente sin escrúpulos, contada por uno de sus directos y principales protagonistas desde el banco de los acusados.

Y lo cuenta tal como lo siente y tal como lo vive y por eso puede parecer crudo pero solo es conciso y puede parecer despiadado pero solo es insensibilidad: servir al patrón supone no cuestionar las ordenes y tomar decisiones significa asumir sus consecuencias.

Sería fácil y tentador comparar autor y obra con, por ejemplo, Jim Thompson o Dashiell Hammet y con 1.280 almas o Cosecha roja, por citar autores y obras sobradamente conocidas por los seguidores del género y de quien Alberto López Aroca, el autor de esta breve pero intensa novela negra que es Candy City, se reconoce deudor.

Pero flaco favor le haríamos porque estaríamos asumiendo que este autor es uno más de muchos cuando lo que sucede es que simplemente la historia ha hecho que naciera y escribiera después que ellos.

Cierto es que Alberto reconoce que con la novela ofrece un homenaje al género y a los autores mencionados, pero su recreación es de tal calidad que merece ser tratada sin comparaciones. Léan y disfruten novela negra americana auténtica escrita desde aquí.

Ilustración página 13
La edición de la novela contiene precisas ilustraciones de Sergio Bleda, dibujante muy conocido en Francia y prácticamente desconocido al sur de los Pirineos y el resultado complementa perfectamente al texto y le da un acabado pulp con todas las de la ley.

Ley que en Candy City no la dictamina la placa ni la toga sino las balas, el cuchillo y las tijeras de podar.

A Alberto López Aroca ya lo conocíamos por su facilidad por recrear la novela policiaca del universo de Sherlock Holmes. Recuerden las reseñas en este mismo blog de Estudio en esmeralda y Los zombis de Crawford pinchando sobre el título.

Visiten su web desde donde vende sus obras directamente.