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No me mires, no me mires
déjalo ya...
(Maquillaje, Mecano) |
Es difícil para alguien saber quién es si, cuando se mira al
espejo, el reflejo le devuelve la identidad de un joven y famoso detective de ficción
con el que no comparte edad ni fama y si nombre y apellido y nada del glamour: una broma de un escritor con el que si
compartió más cosas.
Pepe Carvalho se busca para no encontrarse, quiere
conocerse pero sabe que no va a gustarse por lo que no pone demasiado empeño y
juega a que es pero que no es mientras se da tiempo para saber qué debe hacer
cuando ya no le quede más remedio que reconocerse y aceptarse.
Como diría Mafalda, está: "maquillando los ya para que parezcan todavía".
Para Pepe, Carvalho,
problemas de identidad es como observarse en una rueda de
reconocimiento desde detrás del espejo, como Alicia, e identificarse a si mismo, sin menor atisbo de duda, entre los cinco alineados. Estar alineado o estar alienado, he ahí el dilema aún no estando en Copenhague.
Lo que ha escrito Carlos Zanón es una novela negra y
criminal y también, y más, una anti novela negra y criminal. El resultado es un diario
personal que se va autoescribiendo desde la autocomplacencia de alguien a quien
le está bien ser como es y que quisiera ser distinto.
Carvalho está enfadado y busca saber contra quién, está perdiendo el norte aún residiendo en él, puede estar gravemente enfermo y está envejeciendo y teme más que sospecha que vivir era una cosa distinta a lo que ha estado haciendo hasta ahora. Incluso se da cuenta que Biscuter
le da sopa con hondas en temas, en los que hasta hace poco, él era el maestro.
El cinismo empieza a saberle a bilis y, Houdini de la ironía, se sorprende como cuando cocina no ya para comer aunque le queda el placer de hacerlo.
Zanón siempre ha tenido claro que a Vázquez Montalbán hay que
respetarlo y que cualquier intento de imitación podría caer en lo patético, por
eso con los mismos ingredientes ha elaborado un plato distinto, ha deconstruido
al personaje, producto de primera calidad y kilómetro 0, para reinventarlo.
Se ha despojado de los apellidos y a calzón quitado Carlos ha entendido lo que a Manolo, siempre creativo, le
hubiera gustado y ha escrito una obra mayúscula sobre Carvalho donde es a la
vez reconocible pero diferente. Apela más a la complicidad entre poetas, que a la de narradores policiacos pero no puede evitar homenajear su
capacidad para sintetizar la realidad social y política en cuatro pinceladas.
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Carlos Zanón,
empleador de palabras. |
Carlos Zanón emplea un léxico generoso en su diversidad y
rico en su acepción, es un juglar de la glosa elíptica que otorga doble o
triple significado a sus frases a discreción cultural e intelectual del lector ofreciendo una
imagen del detective desde su interior y no desde el exterior.
Nadie puede afrontar una maratón sin haber
entrenado antes; leer esta obra requiere también de entrenamiento lector
previo, no todos quienes empiecen acabaran y no todos los que acaben habrán
sido capaces de captar todos los guiños y sutilezas que el autor ha insertado,
no como presunción sino como servidumbre al gran intelectual que fue el
escritor.
Así el detective Pepe Carvalho de Zanón echa de menos a ese
escritor que un día conoció y que lo proyectó a la fama, ese tal Manuel Vázquez
Montalbán al que maldijo más de una vez y al que hoy echa tanto en falta como se echa
en falta a un padre cuando se sabe que ya nunca más se le podrá tener.
Ese escritor que entre comida y bebida, le sacaba
información que luego adornaba y publicaba en libros que hoy son de culto sobre
todo para los incultos. El escritor reiría hoy si viera que la vida real de
Carvalho es de mierda y que los casos que investiga son una broma
pesada para los argumentos de género.
El asesinato de una anciana y su nieta, con un perro, que no ladra, como posible testigo y la desaparición de una joven discapacitada mental, drogadicta y por ello prostituta.
Que lejos de los casos de Marlowe, Spade, Carvalho, el otro, o Archer por
citar unos pocos. No hay asesinatos mediáticos o mujeres diez o destinos
exóticos como ese Bangkok que tanto mencionaba el escritor y desde que murió allí ya no quiere conocer. Hay marginación,
explotación, drogadicción, ambición, egoísmo, ingredientes para cocinar platos
de pena aliñados con decepción y desespero, platos de pobre, pero es que quien más quien menos
está a dos velas y en los sueños ya ni ilusión queda; están más vacíos que la
nevera de Carpanta.
Por eso, y a pesar de haberse cansado del escritor, que
nunca le dijo que le depararía el futuro porque creyó que aún había tiempo para
escribirlo, hoy más que nunca desearía que el escritor siguiera aquí y rememorara
su pasado y escribiera su presente iluminándolo con focos que resaltaran su
perfil bueno. Hoy Pepe Carvalho, el de ahora, quisiera ser Pepe Carvalho, el de
entonces.
Pero sabe que no hay vuelta atrás y que el pasado, pasado,
y el porvenir, por venir.
Post-Data:
A Manuel Vázquez Montalbán me lo presentó un amigo común,
hoy también fallecido. Manolo, así lo conocí, me
pareció la primera vez peculiar e inaccesible, suspicaz, extremadamente inteligente, sensible y escéptico.
Por aquel entonces primaba la perestroika y le regalé un
pin de Gorbachov, entendía perfectamente que la evolución es imprescindible,
también la de los ideales, y que solo transformándose se puede transformar. Y
lo lució en la solapa izquierda de su americana.
Quien se va siempre se pierde algo y a los que quedan
siempre se les amontonan palabras que no se dijeron. Pero de estar aún aquí hay tres
cosas de las que estoy seguro hablaría:
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Manolo Vázquez Montalbán |
El gastrónomo que era sonreiría disimuladamente con el fin
de la deconstrucción y el regreso al origen y es que la comida había que
tratarla como la vida: buscar buena calidad y manipular solo lo imprescindible. Y reiría por dentro a carcajadas
al saber a Biscuter concursante de Master Chef.
El culé apasionado que era hubiera disfrutado como un loco
con la era prodigiosa de Guardiola y sus catorce títulos en cuatro temporadas y
seis, el máximo, en una sola tacada, algo aún no igualado y hubiera babeado con
las filigranas y goles de ese jugador de
dibujos animados que es Messi, ese al que solo se le puede parar dándole pause al vídeo.
Y el columnista crítico que mostraba una ironía capaz de
atravesar los cristales de sus gafas, hoy más que nunca ante la incuestionable
evidencia de que el franquismo no ha muerto, y tal como nos recordaba Paco
Camarasa en sus epístolas digitales, brindaría "¡Por la caída del régimen!”
a lo que añadiría, en voz baja, como ya hizo en una ocasión en 1997: “Porque a
pesar de todo lo que ha ocurrido desde el 75, algún día tendrá que caer el
régimen..."
Y ojalá que sea pronto, Manolo.