A los thrillers se les exige mucho, más que a cualquier novela negra, han de dar satisfacción a varios frentes: han de ser dinámicos, anticipar sin mostrar y con capacidad de quiebro a centímetros, personajes solidos con los pies bien puestos en el suelo, agradar, emocionar, sorprender y disparar pulsaciones en un final de infarto. Y todo eso a lo largo de muchos cientos de páginas; manteniendo el tipo sin decaer.
A los thrillers se les exige mucho y aunque bastantes
aprueban, pocos con nota.
El
nadador es alguien a quien le gusta nadar; alguien que nada y
guarda la ropa; su oficio así lo exige. Es el protagonista primario, que no
principal, de una trama de servicios secretos que empieza en un pasado y en un
lugar cálido y con mucho desierto y termina en un presente y en otras
coordenadas completamente distintas con mucho frío y nieve.
Cuando el pasado, en un operativo de campo, reaparece, o no
ha desaparecido nunca, es porque el suceso, generalmente traumático, no se ha
superado, no se ha pasado página y queda enquistado.
En esa situación un agente deja de ser fiable. Le pueden
más los sentimientos de culpabilidad, impotencia, incapacidad, pena y tristeza;
que la capacidad, entrenada, para mantenerse frío, metódico, capaz de calcular variables,
opciones, en instantes y tomar decisiones.
Y eso es lo que diferencia seguir vivo de estar muerto. Y
eso es lo que hace que un operativo, en lugar de dar vueltas por el mundo, sea
la silla giratoria de una oficina lo único que mueva.
Pero el pasado siempre vuelve para cobrar su peaje y
desaparecer y en esta ocasión abre una trama de espionaje internacional y
conspiración en la que nadie se fía de nadie y bien que hacen y más con la CIA
de por medio. Una maraña de personajes, a priori inconexos, que van a ir
confluyendo para darle sentido y cohesión a un argumento que cumple aprobando
pero sin nota.
El nadador tuvo buena acogida de crítica y público en su salida. Sin embargo acusa un ritmo desigual, que trasciende y se traslada a los personajes, algunos sobreexpuestos y otros con un perfil tan bajo que parecen solo destinados a cubrir el ruido ambiental y tanto unos como otros supeditados a la acción.
Joakim
Zander escribe de forma directa pero arrítmica, sin florituras y con
muchos diálogos; en la novela se penalizan los primeros compases, mejorando en
el nudo y flaqueando en el desenlace.
Como thriller, cumple con mantener el interés y la tensión por
encima de la media.