En los pueblos pequeños cerrados lo primero que se aprende es a plantar el rencor para que florezca cada primavera y no se olvide nunca. Y en un rincón, al otro extremo, alejado de todo cuidado y cualquier atisbo de curiosidad se entierra el perdón, para que no tenga ocasión de brotar.
En los pueblos pequeños de mentes cerradas lo primero que
se aprende es a odiar.
En los pueblos la genetica lo marca todo. No hay personas: hay familias; no hay
nombres: hay apellidos. No hay gestos desinteresados: hay una libreta con dos
columnas: debe y haber.
Regresar al pueblo, esa bucólica ensoñación propia de
urbanitas, no supone fundirse en un abrazo con la naturaleza sino caer en sus
garras. La naturaleza solo es bella cuando se la ve de paso, no cuando se la
vive a diario y se depende de sus cambios de humor y su estado de ánimo. La naturaleza, en los cuadros y muerta.
Rubén Duarte, un pintor que no encuentra ni reconocimiento
ni obtiene ingresos y que no sabe nada de todo eso, decide irse a vivir al
pueblo donde queda la casa familiar. Esa que se abandonó buscando en la ciudad
las posibilidades que el campo no ofrece. Cree que nada puede ser peor que su
mala suerte y busca un retiro espiritual alejado del mundanal capitalismo
buscando una salida a su situación. Y es que creyendo salir no consigue sino
entrar.
Entrar en la vida del pueblo Villar del Valle; algo que
puede resultar más asfixiante y angustioso de lo que cabría imaginar. La
atmosfera opresiva se va apropiando de su voluntad y del argumento de la
novela; la búsqueda del yo ya no parece tan buena idea. Todo alrededor respira hostilidad,
miedo y resentimiento. Y Rubén va a descubrir que aquel rencor plantado tiempo
ha por no se sabe quién, acaba de florecer. Y aquel Rubén bisoño e ilusionado
va a tener que madurar para hacer frente a insospechados desafectos que ponen
su vida en jaque.
Alejandro Álex Moreno nos introduce en un mundo rural, muy bien descrito, donde los inhóspitos fenómenos atmosféricos y la ira de la naturaleza van a juego con las actitudes e intenciones de las personas. Y en donde el pasado siempre, siempre, condiciona el presente.
La violencia aparece contenida y el ritmo narrativo y la
trama se desacoplan en alguna ocasión pero logra que la desazón acompañe la
lectura; y es que la búsqueda de respuestas ya es de por si motivo más que
suficiente de inquietud. El autor se luce en los diálogos y en el dibujo de los
personajes.
La voz de la tierra, se oye ronca por el paso del tiempo pero firme en su timbre, es un thriller noir rural de un escritor que tiene mucho que decir y que está llamado a ser considerado.