lunes, 26 de octubre de 2020

La voz de la tierra de Alejandro Moreno Sánchez

En los pueblos pequeños cerrados lo primero que se aprende es a plantar el rencor para que florezca cada primavera y no se olvide nunca. Y en un rincón, al otro extremo, alejado de todo cuidado y cualquier atisbo de curiosidad se entierra el perdón, para que no tenga ocasión de brotar.

En los pueblos pequeños de mentes cerradas lo primero que se aprende es a odiar.

En los pueblos la genetica lo marca todo. No hay personas: hay familias; no hay nombres: hay apellidos. No hay gestos desinteresados: hay una libreta con dos columnas: debe y haber.

Regresar al pueblo, esa bucólica ensoñación propia de urbanitas, no supone fundirse en un abrazo con la naturaleza sino caer en sus garras. La naturaleza solo es bella cuando se la ve de paso, no cuando se la vive a diario y se depende de sus cambios de humor y su estado de ánimo. La naturaleza, en los cuadros y muerta.

Rubén Duarte, un pintor que no encuentra ni reconocimiento ni obtiene ingresos y que no sabe nada de todo eso, decide irse a vivir al pueblo donde queda la casa familiar. Esa que se abandonó buscando en la ciudad las posibilidades que el campo no ofrece. Cree que nada puede ser peor que su mala suerte y busca un retiro espiritual alejado del mundanal capitalismo buscando una salida a su situación. Y es que creyendo salir no consigue sino entrar.

Entrar en la vida del pueblo Villar del Valle; algo que puede resultar más asfixiante y angustioso de lo que cabría imaginar. La atmosfera opresiva se va apropiando de su voluntad y del argumento de la novela; la búsqueda del yo ya no parece tan buena idea. Todo alrededor respira hostilidad, miedo y resentimiento. Y Rubén va a descubrir que aquel rencor plantado tiempo ha por no se sabe quién, acaba de florecer. Y aquel Rubén bisoño e ilusionado va a tener que madurar para hacer frente a insospechados desafectos que ponen su vida en jaque.

Alejandro Álex Moreno nos introduce en un mundo rural, muy bien descrito, donde los inhóspitos fenómenos atmosféricos y la ira de la naturaleza van a juego con las actitudes e intenciones de las personas. Y en donde el pasado siempre, siempre, condiciona el presente.

La violencia aparece contenida y el ritmo narrativo y la trama se desacoplan en alguna ocasión pero logra que la desazón acompañe la lectura; y es que la búsqueda de respuestas ya es de por si motivo más que suficiente de inquietud. El autor se luce en los diálogos y en el dibujo de los personajes.

La voz de la tierra, se oye ronca por el paso del tiempo pero firme en su timbre, es un thriller noir rural de un escritor que tiene mucho que decir y que está llamado a ser considerado.

jueves, 22 de octubre de 2020

Un tío con una bolsa en la cabeza de Alexis Ravelo

Un par de ladrones han entrado a robar en casa de Gabrielo, le han atado las manos con una brida y le han puesto una bolsa de basura en la cabeza fijada con cinta adhesiva al cuello. Al irse se han olvidado de él, pero él no solo no les ha olvidado sino que maldice su torpeza por abandonarlo sin aparente posibilidad de salir con vida.

Gabrielo es el alcalde y es poderoso ya que domina todos los asuntos que se manejan en el lado oscuro, el lado B, de la política; tanto como para que esto no quede así, se dice. Nadie se puede atrever con él y salir airoso, se dice. Eso y más cosas se dice.

Se lo dice a si mismo ya que está solo. Soliloquio, monologo interior, monodiálogo, llámenlo como gusten que nos entenderemos igual o digan novelaza que suena más coloquial y actual y se entiende mejor.

En calificarlo de grandilocuente no transigiré, y no por la redacción, que al fin y al cabo el autor es un simple amanuense al dictado del protagonista, sino por lo que este manifiesta y expresa en esa revisitación de su vida ahora que ve la luz al final del túnel pero se resiste a invocar a Dios.

Ese tío con una bolsa en la cabeza desgrana pensamientos y recrea situaciones, como quien enumera una lista de los reyes godos desordenada, con evidente desapego, como esperando que todo eso que está sucediendo, y que le retrotrae al pasado y le resta futuro, no vaya con el sino con ese otro yo al que le habla o que le habla a él.

Leer su soliloquio evoca a uno de los de Shakespeare, no por su trascendencia histórica, simple alcalde de pueblo, sino por su magnitud existencial y su fuerza dramática.

Leer su soliloquio es una suerte antitética de Memorias de Adriano ya que carece de su épica y su abierta generosidad al mostrar solo actos ignominiosos propios de un ser ambicioso capaz solo de amarse a si mismo.

Es más como leer Cinco horas con Mario donde se revisan circunstancias gratificantes e insatisfacciones de todo el periplo vivido al tiempo que recrea la vida social y política de un pequeño paraje de provincias pero extrapolable a cualquier capital. Amplio surtido de sentimientos contradictorios.

Y es que Alexis Ravelo lo ha vuelto a hacer. Se reinventa a cada ocasión que tiene y en esta nueva novela negra no desaprovecha para escribir a renglón tendido. Descarga su fiereza mostrando las devastadoras causas de esa pandemia que se llama corrupción.

Y es que en la corrupción brilla con luz propia la deshumanización de los seres vivos, cuando de trata se trata y cuando es urbanística de la deforestación y el estercolamiento de campos y playas antes accesibles por veredas disimuladas y que de repente se accede sobre asfalto intrusivo y desprecio absoluto por el ecosistema.

Sin corruptores, virus, no habría corruptos, huéspedes. Pero es tanto como pedirle a la Tierra que no gire, ah! no perdón que la Tierra es plana. Plana y parcelada, como cuando las potencias aliadas se repartieron Africa a base de tiralíneas, y pertenece a unos pocos que siempre están ahí, moviendo a los políticos: títeres ambiciosos que como una bengala son el foco de atención durante unos instantes para apagarse en el olvido. Pero los poderosos siguen ahí tendiendo la caña.

Con los poderosos ya se sabe: si los ves venir gira la esquina y si no hay, cambia de acera. Lectura comprometida, como todas las de este autor; sin duda el mejor exponente vivo de la novela negra contemporánea y no solo de aquí

Léanla. Es asfixiante.

domingo, 18 de octubre de 2020

El Legado de la Casa Lidman de Federico de la Fuente

Anders Bremer sospecha que el suicidio de su vecino y amigo Daniel Lidman no es tal e inicia una investigación privada, apoyándose en su antigua condición de alcalde, del pueblo de Sirilund al sudoeste de Suecia, y de sus amistades en puestos clave del Servicio de Inteligencia.

La muerte de Lidman no es un hecho aislado ya que otro miembro del grupo social, Walter Heuss había sido asesinado poco antes y a Bruno Kreuger se le da por desaparecido desde entonces al igual que a la estatua del Leñador del escultor francés Larche, famoso exponente del Art Noveau, hasta que esta si aparece y al parecer asesinada.

¿Se puede asesinar una estatua?

Este apasionante inicio de novela negra va adecuando su contorno para acabar dibujando un curioso thriller de espionaje histórico que solo puede apuntar, no podría ser de otra manera ya que estamos ante una novela corta, los principales hitos políticos que señalan a los dirigentes locales de movimientos afines al régimen del III Reich.

La repercusión que estas iniciativas tienen sobre la población de la zona y sobre el grupo de amigos de Daniel Lidman, que suelen asistir a sus fastuosas fiestas en su Gran Casa Roja, roja por el color que no por su significado político, son el trasfondo que sirve de decorado para el desarrollo de las pesquisas de Anders Bremer. Facciones suecas afines al nazismo podrían estar detrás de todo.

El Legado de la Casa Lidman permite un recorrido por esas tierras del norte, de por si habitadas por gente insatisfecha, donde la proximidad de la guerra y la apremiante necesidad de tomar partido induce a cometer errores cuyas consecuencias no serán visibles hasta pasado cierto tiempo.

Federico de la Fuente se luce con un argumento nada sencillo y un avance sin titubeos en una trama muy bien articulada de principio a fin.

La elección de Suecia y la evolución allí del nazismo y la época en la que se desarrolla esta novela, 1956, sorprende por su originalidad temática, atrae precisamente por el desconocimiento sobre el tema y acaba atrapando por su trama en la que abunda el humanismo en contraposición con el fanatismo.

Su forma de narrar y el léxico empleado se amolda perfectamente a esa época y el relato permite percibir las sensaciones y los reproches, aún presentes pese al tiempo transcurrido, en una posguerra llena de vacíos sin nada con los que poderlos llenar. Si acaso amargura.

Déjense sorprender por este texto, por su cuidadosa documentación y por su inesperado desenlace, y disfrutarán de una buena lectura, que en otro momento pasaría, lamentablemente, desapercibida.

lunes, 12 de octubre de 2020

La tumba del Rey de Carlota Suárez


Personas de la misma comunidad, de un mismo mapa, aparecen interconectadas por líneas, algunas rectas otras quebradas pero todas fuertemente unidas por un destino que no tiene nada de divino y mucho de humano, al servicio de una genealogía que explica el origen de la condición de monstruo o de víctima.

Líneas de trazado indeleble que resisten el paso de los años y los envites del tiempo. Cadenas que atan esclavos con sus amos; que degradan a seres humanos para regocijo y entretenimiento de otros. Al poderoso no se le juzga por el grado de humanidad sino por el poder que ostenta y su capacidad adquisitiva de objetos y personas.

La tumba del Rey es la joya de la corona de las obras de reconstrucción de una necrópolis aborigen donde se excava el pasado de los isleños y el lugar en el que la etnoarqueología ha de ceder el paso a su variante forense.

Su abertura deja boquiabiertos al grupo de arqueólogos que esperaban expectantes culminar un descubrimiento en un sentido bien distinto. Y es que no solo son restos de ancestros los que se hallan en la tumba si no de un cuerpo relativamente reciente lo que clausura cualquier nueva tarea y precinta el recinto con cinta plastificada de la Guardia Civil indicativa de investigación criminal en curso.

Una investigación que no ha hecho más que empezar y aún tiene mucho por descubrir y por ofrecer.

Carlota Suárez nos arrastra a un mundo donde el poderoso es dios y nadie se opone a sus planes y menos sabiendo cuales van a ser sus consecuencias. Solo alguien que vea a ese dios como un demonio puede ser capaz de enfrentarse a él. Una crítica feroz contra el heteropatriarcado y al sistema de castas que domina el entorno socio-político ayer, hoy y mañana.

La autora, claramente documentada a fondo, se apoya en el costumbrismo para relatar con profusión de detalles las vidas de varias generaciones de personas y sus relaciones, más amargas e infelices de lo que nadie imagina en su niñez, mientras desarrolla una investigación policial con mucho de ingenio y más de verosimilitud.

Las pesquisas se llevan a cabo de forma oficial por miembros de las fuerzas del orden y en paralelo y de forma oficiosa, por un equipo de heterodoxa composición e intereses: Valeria, Soledad, Santana y Robledo. Y aunque parecen responder a estereotipos del género se desmarcan de esa condición y aportan situaciones de alta tensión dramática y también de desbordante ironía.

La autora escoge un camino de muy largo recorrido argumental y lo recorre empleando el recurso de narrar en dos tiempos y varias voces; emplea profusión de personajes, tal vez demasiados, de gran carga emocional y ubica el argumento en Agaete, un pequeño pueblo costero al noroeste de Gran Canaria. El empleo de léxico autóctono conforma un entorno burbuja que posibilita una lectura sin distracciones a fin de no perder comba.

La obra va ya por su 5ª edición y si la leen entenderán el porqué.

miércoles, 7 de octubre de 2020

Tiempo de siega de Guillermo Galván

Cuando un cocido puede equipararse al argumento de una novela negra o policiaca y viceversa es que estamos ante algo con contenido y substancia. Digno de ser apreciado.

Algo trabajado sin prisas y tratado, desde el primer al último ingrediente, con esmero para que el conjunto sea aún más sabroso pero en donde cada parte mantenga su esencia.

Así empezando por la sopa, desgrasada y ni muy líquida ni espesa, y los fideos, ni duros ni reblandecidos y continuando por las verduras y las viandas estamos ante un festival de colores y sabores que producen una experiencia muy satisfactoria.

Expresado en esos términos, Tiempo de siega es un sabrosísimo cocido policial que transcurre en la inmediatez de la posguerra civil, esa cruzada para los vencedores o ese golpe de estado para el resto de la humanidad, en un Madrid que intenta reconstruirse como buenamente puede.

Carlos Lombardi es requerido para ocuparse de un caso de asesinato aparentemente anodino pero que para alguien con memoria, y que lo recuerda, podría estar relacionado con algo que pasó hace años, antes que la contienda descerrajara las puertas del infierno.

Carlos Lombardi está en la cárcel por su condición republicana aunque en tiempos fuera un buen policía criminalista. Pero hoy, por aquel ayer, ya se sabe, pesa más la lealtad que la aptitud. Aceptar el caso le permitirá dejar de trabajar en ese mausoleo macabro al que pretenden sembrar de caídos y en donde aún caen e intentar recuperar el pulso de lo que ahora, por entonces, es una vida normal.

Aunque signifique rendir pleitesía, él que nunca tuvo amo; tener que trabajar en equipo, él que siempre anduvo solo, y tener que dar cuenta de cada paso, él que siempre anduvo a su aire. Pero es poco el precio si a cambio se obtiene la libertad.


Guillermo Galván
hilvana una compleja trama donde se involucra el clero y los servicios de espionaje de varios países. Donde se involucra la miseria, la desesperación y el miedo de quienes, ajenos a políticas e intrigas, suspiran por llegar vivos al día siguiente. Donde se involucran distintos personajes de distintas ideologías y se destapan vicios y virtudes de distinta magnitud según la condición social de cada cual.

Tiempo de siega es el momento de recolectar lo que se sembró. El resultado dependerá de si se es un agricultor o no: o cosecha o justicia.

El resultado de la novela es claro: un sabroso cocido. Madrileño, sin duda alguna. Madrid omnipresente en toda la novela, por sus calles, sus edificios y sus gentes y su gastronomía identificativa aún en esos tiempos. Y su cocido.

Una novela que está esperando ser leída, y saboreada. No le afeen el ofrecimiento. Y para cuando acaben sepan que les espera una segunda entrega de esta serie protagonizada por Carlos Lombardi: La virgen de los Huesos igual o mejor. Y desearan que la tercera no demore su salida.