Miguel, con la chaqueta manchada de sangre, explica a
Ariana que cree haber cometido un crimen. No sabe discernir si homicidio o
asesinato, ya que tiene una recuerdo desordenado de su estado de ánimo y sus
intenciones en el momento del ataque.
Tampoco recuerda en qué estado quedó el cuerpo ni si quedó
fulminado o aún quedaba soplo de vida y posibilidad de ayuda.
La confesión de Miguel abre la puerta que libera un
torrente de emociones a medida que cuenta cómo se han desarrollado los hechos y
se atisban las razones subyacentes que han inducido a ellos.
Un dialogo entre un hombre desesperado, Miguel, con
sentimientos fuera de lugar y que le incomodan y su terapeuta, Ariana, desconcertada
por el delito y más interesada en una resolución políticamente correcta que en
ayudar a su paciente.
La obra trata el difícil encaje social de quienes teniendo
aptitudes, estudios e incluso másteres, y actitudes, predisposición y ganas de
ganarse su sitio, no consiguen encajar en la vida y ven cómo sus miedos, sus
dudas y sus inseguridades toman el control y se personifican mostrando las
distintas caras del prisma que conforma la personalidad.
Pero ir o no de triunfador no es una opción elegible; lo es
para quienes son hijos de y con ello tienen el camino allanado; para el resto,
la gran mayoría, la precariedad laboral es una pistola que apunta cualquier
atisbo de sueño.
No poder tomar las riendas del propio destino, no poder
amar y no poder sentirse amado, sentirse injustamente tratado social y
profesionalmente, sume al individuo en una incertidumbre vivencial que absorbe
toda energía y le convierte en un pelele. De los dioses o de las
circunstancias, pero con idénticas consecuencias.
Y Miguel se encuentra bajo ese influjo, de ahí que haya
reaccionado como lo haya hecho. Su acción ha sido un grito mudo, en busca de
ayuda, largo tiempo atenazado en la garganta.
Yolanda Almeida vuelve con una obra breve, como ya hiciera hace poco con la magnífica novela negra y corta La Cuarentona, aunque esta vez sea un libreto teatral, a mostrar ese aspecto más frágil de la condición humana que es su lado oscuro y desconocido que despierta sin aviso y de forma inoportuna.
En las partidas con la historia, ésta siempre juega con cartas marcadas y cada nueva generación siente que pierde de forma injusta. Y es cierto. Pero la constatación no es ningún consuelo aunque sí debería ser acicate para romper la baraja o cambiar de juego.
La juventud es el motor de los cambios sociales y la resignación solo conduce a la frustración. Yolanda explica esa confusión que suscita ese ¿Y por qué a mí?
¿Qué tal si leen La Sombra, mientras aguardan para verla representada en el teatro?