No es necesario recordar que en toda novela negra existe la figura de la víctima. La víctima que a veces juega un papel colateral y otras es el epicentro de la trama. Teresa Lanza, la víctima de esta novela, es un epicentro que está generando ondas sísmicas. Teresa Lanza es un ojo de huracán: un estado central de calma rodeado de nubes oscuras y vientos capaces de levantar ciudades.
Teresa Lanza ha muerto. Suicidio inexplicado; caso cerrado.
Pero ahora, que se cumple un año de su adiós, alguien desafía al poder y pregunta
¿Quién mató a Teresa Lanza? Y el huracán se pone en marcha y empieza a girar y
convierte Castellverd en un gigantesco tiovivo y a sus habitantes en peonzas.
Una muerte necesita respuestas para poder descansar en paz.
Una muerte permanece viva mientras no se ilumine su oscuridad. Una muerte
inexplicada es incómoda para todo el mundo y el resquemor que sienten las
personas por haber sido agente activo, voluntaria o involuntariamente, en tal
definitivo desenlace sume al vecindario de Castelleverd en una angustia que
solo se puede liberar si se abren las puertas para que salgan secretos y
suspicacias.
Cinco mujeres y sus personas allegadas, son esas peonzas
que en su giro van a ir salpicándose mutuamente de esos secretos y esas
suspicacias ya que todas han tenido relación con Teresa Lanza y todas tienen
algo que les reconcome.
Bajo la alfombra del glamour de unas vidas acomodadas se
barren traumas y desgracias del mismo modo que con el maquillaje disimulan y
ocultan ojeras y arrugas y muestran felicidad impostada.
Toni Hill, uno de los referentes de la novela negra y suspense actual, se toma su tiempo para ir descubriendo sus cartas, para ir dejando entrever hacia dónde va a evolucionar la trama y como finalizará ya que despliega muchas posibilidades, y elige, como mago de chistera, la menos esperada y la que mejor permite entender que incluso en los jardines más cuidados puede aparecer un brote de hiedra venenosa capaz de dañar a quien la toca.
En El oscuro adiós de Teresa Lanza hay ese componente de denuncia social, que toda novela negra ha de aportar para recibir esa categorización, al explicar lo cómodos que resultan los inmigrantes para según qué tareas y lo incómodos que se vuelven cuando intentan integrarse o mejorar sus expectativas. Aspirar a más no es algo que la religión de los ricos permita a sus pobres.
Quienes disfrutaran con las evoluciones de, por ejemplo, Big Little Lies (a punto de estrenar
nueva temporada) les resultará aún más interesante este intrigante novela. No
por ser, para nada, iguales pero si por su similitud. Verán que no es necesario
un entorno de alto standing para fraguar masas de repostería y que en todos los
hornos se cuecen sus propios bizcochos.
El autor aporta ese toque personal, someramente tangible,
por lo sobrenatural, que habla de espíritus que no de fantasmas y que integra
con maestría figurando que es la encarnación de la pregunta que flota en el
ambiente y que impregna a todo lo que y a quien se acerca. Incluidas las
personas lectoras.
Poco más se puede decir, solo recomendar su lectura y que
saboreen su desasosiego.