¿Quién marca la línea de lo que se puede o no hacer, para alcanzar un sueño?
A la oficina de policía de una pequeña localidad
australiana, se le acumula el trabajo: a un incendio con víctima mortal, aún
por resolver y certificar, le sigue la aparición, en algunos portales, de unas
muñecas de porcelana de mirada inquietante depositadas en el suelo, como si de
un regalo se tratase, sin servicio de reparto a la vista.
Los habitantes han visto su vida sacudida por una desgracia
primero, la víctima era persona muy querida, y por un temor irracional después,
que supone que la presencia de las muñecas sea un mal augurio; un preludio de
algo peor.
Recibir un regalo puede alegrar un instante, incluso una
vida. Recibir un regalo, sin remitente y susceptible de alevosía, no.
Rose es una joven aspirante a periodista que ve en esa
angustia de sus convecinos el cuerpo de un reportaje para primera plana y no
duda en iniciar una investigación a fin de recabar datos y de aportar
imaginación y creatividad para rellenar los huecos.
Su trabajo de tarde sirviendo copas le permite pulsar el
ambiente a cada momento e ir conformando el texto a escribir. Sueña con irse a
una gran ciudad y empezar su vida de cero, y espera que su reportaje pueda ser
el billete para ello.
En los pueblos con pocos habitantes los sucesos se viven
con mayor intensidad; no existe el anonimato que confieren las grandes urbes y
todo de todos pronto se sabe y una sola chispa puede provocar una gran
explosión, si encuentra el acelerador adecuado.
Afloran sentimientos primarios como la posesión y los celos
que solo son los síntomas de una enfermedad catalogada como machismo y que
tiene difícil tratamiento, máxime si el diagnosticado lo entiende como normal.
Una novela negra distinta que Anna Snoekstra nos ofrece como alternativa a lo habitual del género en estos tiempos donde abunda la repetición y el cliché.
En ella se palpa la tensión y su avance de
andante a allegro confirma el presagio que aún pueda ir a peor. Anticiparlo no evita que
suceda lo que debe suceder.
Pequeños secretos, grandes mentiras, es una denuncia a la cortedad de miras propiciada por una incultura que florece asilvestrada en entornos con poca salida al exterior.
Una
apuesta por luchar con uñas y dientes por un sueño, aunque el procedimiento para
conseguirlo pueda ser cuestionado y siempre habrá quien lo explique enarbolando el clásico el fin justifica los medios.
No todo vale, pero no todo lo que socialmente no es aceptado ha de ser necesariamente malo.
Una lectura negra interesante. Costumbrista y por ser
antipodal, con poco conocimiento de su idiosincrasia, revela tics lejanos y a la
vez próximos y es que la condición humana, reducida a aspectos primarios es,
lamentablemente, igual en todas las latitudes y continentes.