jueves, 14 de octubre de 2021

El nudo Windsor de S. J. Bennett

El nudo Windsor tal vez sea el nudo de corbata más elegante y sin duda uno de los más usados ya que consigue un triángulo perfecto, centrado y grueso que hace que la vista se fije más en él que en la misma corbata. Y es que la elegancia es cuestión de gusto no de dinero.

El nudo Windsor lo inventó Eduardo VIII duque de Windsor y de ahí tomó el nombre.

Y si los nudos se hacen, también se deshacen. Y si en palacio hay un nudo que puede poner en aprietos a la realeza nadie mejor que una reina para deshacerlo.

El nudo lo ha generado la muerte de un joven pianista ruso invitado, junto a otras personas, algunas muy distinguidas, a una cena con pernocta en el castillo de Windsor. Residencia puntual, esporádica y preferida de la reina Isabel II de Inglaterra.

La velada previa al deceso transcurre con normalidad de forma agradable. Hay charlas, interpretaciones al piano y baile distendido. Y la mañana siguiente trae la terrible noticia al hallarse el cadáver por la gobernanta, sorprendida de que, siendo tarde, el huésped no hubiera bajado a desayunar.

Una investigación conjunta de la policía y el servicio secreto pronto parece encontrar un hilo del que tirar. Pero la reina, que de hilos y de ovillos algo entiende, la política interna y la internacional tienen mucho de madeja, tiene una intuición y haciendo alarde de una innata capacidad para descubrir acertijos, mostrada ya desde pequeña y perfeccionada a lo largo de su solitaria y aburrida vida, algo hay que hacer para entretener la mente cuando todos la consideran una entrañable viejecita, y con la colaboración de su ayudante Rozie, se lanza a una investigación personal y paralela a la oficial con resultados sorprendentes.

S. J. Bennet, escritora que como Sophia Bennet ya había publicado literatura para un público más joven, se estrena en la novela policiaca con esta obra que busca picotear de diversos géneros donde los británicos han brillado enormemente: espionaje (Ian Fleming), detectivesco costumbrista (Agatha Christie), intersección entre personal de servicio y realeza y aristocracia (Julian Fellowes) y humor (P. G. Wodehouse), y consigue un resultado cercano a un publirreportaje muy propio de HELLO!

Es tanta, y manifiesta, su devota admiración por su reina que casi olvida que no hay relato policiaco, y en especial del subgénero conocido como enigma, sin la participación del lector. Y que no facilitarle información para que pueda avanzar en su propia investigación y elaborar sus propias hipótesis es reducir la capacidad de sorprender e interesar.

Hay más interés en mostrar la humanidad de la reina, sus pensamientos sobre su solitaria condición, sus amistades, su vestuario, sus bebidas, sus perros, la relación con su esposo, su jardín y sus caballos, e incluso saber si el conjunto rosa es el más adecuado para recibir al matrimonio Obama o mejor el azul celeste, antes que facilitarle al lector pistas en el caso de asesinato.

Siendo la realeza quien lidera el caso ha debido ser cuestión de protocolo relegar al lector siempre unos pasos atrás para llegar a la explicación resolutiva como quien asiste a una conferencia.

Ya hay segunda novela de la serie, aún no traducida, que tendrá legión de seguidores entre los que difícilmente se contarán del bando republicano.

miércoles, 6 de octubre de 2021

Las viudas o El Caso Gutenberg de Fernando Figueroa Saavedra

Las calles de Rabishpool, sus etnias, sus peculiaridades y sus agentes de policía vuelven a ser escenario de un cúmulo de acciones confusas, aceleradas, desordenadas y usualmente violentas.

Las casas de Rabishpool, en cambio, encierran relaciones sexuales que lejos de canalizarse en acciones convencionales se presentan inusualmente lujuriosas.

Y si en lo primero unos libros podrían tener su culpa en lo segundo es constatable que así es. El contenido de unas novelettes de origen francés sumadas a declaraciones científico-médicas de dudosa veracidad propician acciones de indudable y notorio efecto relajante aunque aún no se haya verificado su proclamado efecto sanador.

Harold Harry Maesnow, el afamado agente de policía, sufrirá en sus propias carnes, incluso en las más íntimas, las consecuencias y efectos tanto de las tropelías cometidas por hordas callejeras como las que le proporciona su amada Molly bajo una supuesta prescripción facultativa.

Y es que Rabishpool está a punto de incendiarse, figuradamente ante la creciente rivalidad de las distintas nacionalidades que lo habitan y que ansían ampliar territorio y eliminar rivales.

Y también materialmente, pues son varios los incendios que sin razón aparente surgen en pomposas llamaradas que encienden aún más ánimos ya bastante caldeados.

Y a todo ese revuelo hay que sumarle unas muertes aparentemente inconexas pero no por ello menos curiosas y de difícil acercamiento policial.

Y la guinda la proporciona una supuesta conspiración política que podría poner en jaque la mismísima cabeza coronada de la nación.

En Las viudas o El Caso Gutenberg hay viudas, o lo parecen, y hay novelas, o lo parecen, salidas de imprentas que deben a Gutenberg su industrialización. Y de cómo interactúan es algo solo al alcance de quienes lean esta novela.

Fernando Figueroa Saavedra retoma los hilos de su primera entrega, manteniendo ese tono culto de escritor capaz de transmitir toda la incultura en el saber y en el hablar de una época de transición como es 1892.

De nuevo no estamos ante una obra solo escrita sino una obra creada, algo que no está al alcance de cualquiera que escriba.

Y en ella vuelve a salpicarnos de la inmundicia, el barro y la insalubridad pisando, y cayendo, en un barrio que parece haber reunido lo peor de cada casa. Un crisol de nacionalidades y razas que lejos de buscar la convivencia se empeñan en potenciar sus diferencias y favorecer las disputas.

Y cuanto más serio es el asunto más ridículas suelen parecer, por contrapunto, las situaciones que se van sucediendo a lo largo del avance del argumento. Algo que se encarga de subrayar el autor con su fina ironía y su dominio del lenguaje.

Ya solo faltaría que los zulúes, esos feroces guerreros defensores de sus tierras y sus gentes, instalados en la mente enferma de recuerdos del inspector Seafield y verbalizados en medio de efluvios etílicos en sus momentos de expansión socializadora, se instalaran en el barrio.

¿Zulúes en Rabishpool? No den ideas al autor.

Pueden empezar por la primera entrega Los pistoleros o el caso Hamster o directamente por esta, pero háganme caso y atrévanse con algo distinto dentro del género policiaco, más folletinesco, propio a su ambientación de época, original y arriesgado.


 

domingo, 3 de octubre de 2021

La trilogía de la culpa por Empar Fernández

La mujer que no bajó del avión, La última llamada y Maldita verdad, conforman la llamada trilogía de la culpa. Tres novelas donde el noir propio del género de novela negra se muestra de color gris asfalto. Asfalto urbano, pisado, agrietado, apedazado y anónimo.

No son lecturas correlativas, no continúan, no hay personajes comunes; son individuales y auto conclusivas pero hay un nexo y es la desesperación por el sentimiento de culpa; de ahí que conformen trilogía: todas absolutamente distintas pero todas hijas de ese sentimiento que carcome por dentro y no deja vivir hacia fuera.

La vida es lo que transcurre entre decisión y decisión. Somos lo que decidimos y si lo que sucede es satisfactorio nos alegramos por la decisión tomada; si por el contrario es ingrato, nos lamentamos y nos culpabilizamos tanto y por tanto tiempo según sea la magnitud y trascendencia de las consecuencias.

El sentimiento de culpa, ancestral y ligado a la religión, a la educación y a las normas sociales, es la respuesta a la creencia de que merecemos ser castigados por algún acto, por acción u omisión, al asumir la responsabilidad de los hechos desafortunados que se hayan derivado.

La culpa actúa minando la vida, suprimiendo los sentimientos de alegría y felicidad por inmerecidos, acentuando la displicencia hacia uno mismo, sembrando dudas perpetuas sobre nuevas acciones, medidas con el miedo a volver a repetir aquellos errores que la instalaron en nuestra mente. Hay quien la mal lleva como puede y hay quien renuncia a luchar.

La vida es una sucesión de ¿y si? Y si no hubiera ido ese día, y si no hubiera dicho aquello y si hubiera hecho lo otro, y si, y si y si… Creemos que el libre albedrio nos hace libres y en cambio estamos secuestrados por él.

Empar Fernández escribe sobre las personas y los hechos, sobre las situaciones y los comportamientos que llevan a los personajes a ser receptáculos pasivos de ese sentimiento de culpa y, en consecuencia, andar por la vida buscando respuestas, aunque nos las haya, para entender lo que tal vez sea incomprensible.

La escritora trasciende los procesos cognitivos de la mente, aun interpretativos, para bucear en los ignotos del alma que carecen de toda explicación racional y que por ese motivo son intratables. No hay médicos del alma. No hay cura para esa enfermedad.


Empar Fernández escribe desde la proximidad. Sus personajes son vecinos de rellano, del barrio, y su cotidianidad sembrada de problemas e ilusiones son los de otros muchos sino de todos. La empatía con los protagonistas se establece de inmediato, sin condiciones, sin recelos.

Describe las situaciones y las relaciones desde el interior; no se limita a ser relatora sino que consigue que el lector experimente y viva lo que describe. Ya sea tomando nota de un pedido y sirviendo mesas en un restaurante italiano, como participante de una concentración para evitar un desahucio, como espectador en un programa de televisión o mojando papel pintado para facilitar su extracción de la pared en la que lleva adherido tanto tiempo que forma parte del armazón estructural.

Transmite tanta veracidad, desplaza la verosimilitud, que la realidad no está ahí fuera sino que está dentro de las páginas de su ficción.

Su proceso de documentación parece no limitarse al estudio sino a algo más profundo, una suerte de interiorización que solo puede provenir de la experiencia personal. El método Stanislavski entendido y aplicado a la perfección.

Las tres novelas empiezan con una muerte consumada y a quienes quedan les importa menos el cómo o acaso el quién, que el porqué. Y por qué no vimos las señales? por qué no estuvimos atentos a los avisos, a la luz roja?... De ahí la culpa: podríamos (deberíamos) haberlo evitado. La vida es lo que transcurre entre decisión errónea y decisión errónea, y el pasado, pisado.

Las muertes por suicidio, si así se acaban confirmando, Sin causa aparente, son el resultado de forzar un avance hasta que no hay suelo bajo los pies ni asidero donde agarrarse.

Razones ocultas que para quien queda en vida entiende pero no comprende y no puede o no quiere aceptar.

Empar Fernández elige la culpa como redención de sus protagonistas; que lo asumen aunque el precio sea renunciar a seguir vivos, a aceptar que van a ser muertos en vida en lo que reste de ella.

En su obra existe la muerte, el delito, hay culpables e investigación policial y resolución y cierre del caso, pero para nada guarda parecido con esa novela negra convencional y tópica, ni de modas pasadas ni presentes. Pero es novela negra que transcurre en vía paralela y busca dejar huella incitando a la reflexión y no solo al entretenimiento. Otra acepción igual de valida. Igual de negra, que no deben dejar pasar. Tienen que leerla para entender.

miércoles, 29 de septiembre de 2021

El asesino del tarot de Victor Ham

Primero es la flor, luego la polinización y el resultado es un fruto chiquitito que se irá haciendo mayor hasta alcanzar, según su variedad, el tamaño y punto de madurez adecuado para ser degustado y saboreado.

El asesino del tarot es una incipiente flor.

Debería dejar la reseña aquí; cualquier cosa a añadir sería no solo redundante sino pernicioso. Pero para quien quiera sacar sus propias conclusiones, diré que El asesino del tarot es una novela que narra un caso de posible asesino en serie ya que deja unas señas de identidad en los cadáveres muy peculiares.

La trama avanza de forma previsible no solo en los sucesivos asesinatos sino en su final y no acaba de profundizar en aquellos aspectos que se supone pretende denunciar como son el machismo y la corrupción. Incluso el comportamiento en la comisaría resulta cuando menos desconcertante por impropio y carente de la rigurosidad que entrañaría.

Pero la obra resulta inmadura. Poco o nada reposada; no ha gozado del privilegio de pasar por unas manos que corrijan, adecúen el tono, normalicen el redactado, pulan las expresiones, supriman las reiteraciones y regulen su tempo.

La revisión de los párrafos fruto del conocimiento personal o extraídos de material de consulta con la finalidad de integrarlos en el contexto narrativo sin que denoten su condición, es algo que también se echa en falta.

No desesperen, por suerte todo es mejorable. Y mientras tanto, hay más lecturas.

domingo, 26 de septiembre de 2021

Hotaru de Martín Sancia Kawamichi

La novela se ubica en uno de los períodos más negros de la historia argentina, encadenando dictaduras viscosas y asesinas, y lo muestra para ser visto a través de las entretelas de unos kimonos japoneses. Lo que la hace más llevadera aunque no evite el escalofrío que antecede a la previsible reacción virulenta de todo autoritarismo.

Y es que en una dictadura el idealismo contrario es un acceso preferente, vip, a la muerte.

Y en una dictadura los crímenes políticos siempre se disfrazan de atracos, robos, asaltos, atentados, violaciones… delitos que aúnan la ciudadanía a apoyar el empleo de la fuerza máxima por parte de las fuerzas del orden en pos de la paz social y en preservación del bien común.

Hotaru parte de una relación amorosa a distancia y la entrelaza con un secuestro político y una causa revolucionaria. A partir de ese momento ya nada podrá deshacer el tejido que tanto puede acabar sirviendo para traje de boda como para mortaja.

Hotaru, aunque no de esa impresión, es una novela negra profunda, subversiva, revolucionaria y metafísica. Como no puede ser de otra manera cuando en un argumento se mezclan dictadura militar, montoneros, geishas, amor, idealismo, abusos sexuales y luciérnagas.

Como se puede ver, en Hotaru se dan cita diversas situaciones y enfoques que si bien pueden parecer incongruentes, por dispares, a primera vista, encierran un todo simbólico y nada caprichoso.

En Hotaru prima la denuncia social a los estragos causados por los regímenes totalitarios y es también una historia de poliamor. Amor heterosexual, amor homosexual y amor incestuoso. Y es que el amor no entiende de etiquetas y aparece cuando menos nadie se lo espera y por él se pierde el norte y lo que sea, incluso la vida.

Como sucede con el idealismo y el exceso de confianza cuando se trata con quien tiene el poder como ideal y desconfía hasta de su sombra. Nunca negocies con quien siempre quiere ganar porqué, de un modo o de otro, vas a perder.

Hotaru trata sobre el miedo y la duda. Sobre el conflicto de quien se es y quien se quiere ser, sobre la perturbadora búsqueda de la identidad.

Martín Sancia Kawamichi nos ofrece un argumento de gran belleza plástica, que tiene en los silencios grandes revelaciones y en las contemplaciones la explicación de los sentimientos que hacen que la trama avance y llegue un momento en que no importe su destino y que lo único importante sea seguir avanzando.

Una novela negra cargada de violencia mostrada a la tenue luz de las luciérnagas; contada de forma reposada a modo oriental, lejos de la verborrea criolla, y con un final en la misma línea: rotundo, definitivo y rápido.

Esta novela fue premiada en el festival BAN! (Buenos Aires Negro) de 2014.