El espionaje en tiempos de paz se nos muestra acompañado de cierta sofisticación y glamour ya que se debe acceder a información que suele estar custodiada por personas relevantes.
Pero el espionaje en tiempos de guerra alterna baldosas
relucientes con el fango de las trincheras y la copa de champán con la pistola
con bala en la recamara. Toda ocasión es buena para obtener información y toda
celebración es digna de ser disfrutada pues no se sabe que deparará el mañana.
Siempre vigilante; atención al menor ruido; cuidado con lo
que se dice; cuidado con quien se habla. Toda precaución es poca; en la ruleta
del espionaje la apuesta es la vida.
A Mastreta, el servicio de inteligencia republicano, le ha
encomendado la misión de recuperar una cinta de película que compromete su
imagen. El peligro no solo está en el destino sino en el viaje. De Tarragona a
Francia y del país vecino a San Sebastián.
Al otro lado es un thriller de
espionaje y a su vez una novela negra que bordea el totalitarismo que se
sospecha pero aún no se ha instalado. Muestra la relevancia que en la guerra
tiene el frente y la retaguardia donde la propaganda libra y gana batallas
invisibles. De las que nunca constarán en ningún libro de historia, pero tan
trascendentales como las otras.
“En este negocio no se perdona a nadie” dice un coronel en
un momento dado y es tan cierto como que en el espionaje la vida no tiene valor
individual sino es en beneficio de la misión. Una misión que responde a una
ideología, que a su vez se sustenta del inconsciente colectivo de una gente que
lo único que desea es que el dolor y el sufrimiento se acaben.
Las guerras se inician con silbidos de trompetas y clarines y acaban entre silbidos de flemas tuberculosas. Mucho olvido para muchos.
Marc Betriu ha construido un relato que aúna lo novelesco con la realidad.
Le da merecido rango de héroes a quienes tienen el encargo de llevar a cabo misiones de espionaje y especialmente a las personas que sirven de apoyo.
Rescata el romanticismo, flor en el fango, en momentos en los que muestra que también tienen su lado humano y falible.
Y no
duda en describir la violencia que lejos de peleas de artes marciales recogidas
por múltiples cámaras suelen ser barriobajeras y contundentes.