Valioso por su valor
crematístico, como un tesoro, o porque su trascendencia histórica puede alterar
paradigmas y conseguir tambalear los principios éticos y sociales que hemos dado por
inamovibles a lo largo de muchos años.
Suelen tener dos figuras
prácticamente a la sombra y antagónicas que persiguen el mismo fin: encontrar
el bien preciado. Que a su vez disponen de empleados y sicarios que son
los que ejecutan el trabajo y corren los riesgos.
El protagonista principal,
por lo general masculino, suele empezar titubeante pero una vez coge carrerilla
ya todo se sucede de forma rápida y relativamente fácil. Hay viajes que buscan
vistosidad y que se adornan con petulantes nombres de hoteles y restaurantes,
marcas de ropa y comidas, y vinos exclusivos no, lo siguiente, aunque sus notas
de cata carezcan de alma.
Y no faltan simbología,
acertijos y secretos ocultos durante siglos que ahora se resuelven de forma pueril.
Y es que a este subgénero hay que concederle esta prebenda, pues en caso
contrario, las novelas necesitarían más de mil páginas.
Y en la trama siempre hay
una chica, atractiva e inteligente, que ayuda al protagonista. Y muertes; ingrediente esencial para demostrar que no se está ante un juego de sobremesa.
El vino del alquimista es
un thriller de buscadores, y como va de vino, diré que, elaborado a partir de
un coupage de los tópicos identificadores de este subgénero que no difiere de
otros títulos parecidos, a los que si supera, y con nota, con un diseño de
cubierta muy apropiado.
En esta novela la búsqueda se ajusta a una botella de vino perteneciente a un fraile que además de enólogo era alquimista. Por lo que a la botella se le confieren propiedades químicas vinculadas al esoterismo.
El inicio es trágico con el incendio de uno de los más conocidos restaurantes de Barcelona con resultado de muerte de una persona.
A partir de aquí, los buscadores tienen un reto de pista
fría y sin mapa con la X que indique el lugar lo que los equipara a los
lectores que pueden ir avanzando en las pesquisas y descubrimientos a la par.
Si fuésemos exigentes, diríamos
que a esta ópera prima de Pepe Müller le falta lo que se le pide a un buen
vino, estructura, equilibrio y matices, pero siendo una lectura pasarratos se
entiende que carezca de esa acidez que puntúa al vino.