Luca Torelli, Torpedo, no es físicamente inmune al paso del tiempo. No le pesan los kilos, sigue estando tan delgado o más que siempre, pero los años no pasan en balde.
Sus reacciones no son tan viscerales
ni tan explosivas, pero no por ablandamiento hermanado con la edad, sino porque
sus reflejos tardan unas milésimas más que antes en desencadenar las acciones.
Quien dijo aquello de genio
y figura hasta la sepultura sabía que Torpedo lo ejemplarizaría y lo
haría bueno.
Y es que Torpedo peina
canas y luce arrugas pero sigue siendo el mismo canalla malnacido con el que
nunca te has de enfrentar si deseas seguir con vida y entero.
Amoral es su primer
apellido y para el segundo hay disputas entre misógino, a menudo, y machista,
siempre.
Amoral pero con código de
honor propio que mantiene intacto y a mucha honra.
Le tiembla el pulso, la
edad se cobra su peaje, y sigue con esa parafasia fonética que debería
preocuparnos por si es un síntoma de un cerebro deteriorado, pero sin embargo
no reímos de sus traspiés con el lenguaje.
Torpedo 1972 significa el
retorno de un personaje mítico de la historia de la historieta y exponente del
género negro más cinematográfico representado por gánsteres y sicarios.
Un hombre llamado Capullo es su tercera entrega, siempre con su fiel Rascal, y
adquiere tintes épicos en una historia escrita con ingenio y mucho humor blanco
y humor negro, y rojo si me apuran porqué hasta las muertes que salpican de sangre
tienen su punto risible.
Enrique Sánchez Abulí, su eterno guionista, a partir de un atraco a mano
armada que debería ser tan sencillo como quitarle un caramelo a un niño, construye
un argumento rebosante de pasiones y lleno de sorpresas y giros de guion que
mantienen al lector pegado a la lectura terminando cada página con una viñeta
escandalosamente cliffhanger.
Leandro Fernández acentúa con rasgos cartoon, que nos recuerdan al
gran Spirit, las expresiones de los protagonistas para destacar sus cambiantes estados
de ánimo y lo resuelve con tal solvencia que deseamos que vuelva en la siguiente
entrega.
A Torpedo, por su
peligrosidad, hay que darle de comer aparte, por eso puede parecer
incomprensible que lo sigamos queriendo sentado a nuestra mesa. Tal vez sea por aquello
de ten a tu enemigo cerca.