Don
de lenguas es una novela negra de corte intimista ambientada en la Barcelona de 1952.
En una época en la que Barcelona sigue esclavizada ideológicamente por el golpista
gobierno franquista que a pesar de su aparente solidez empieza a tener también
sus fisuras y luchas intestinas.
Trece
años desde que finalizara la guerra y aún parece entonces. El miedo de los
vencedores actúa en todos los ámbitos y se borra cualquier evocación al
recuerdo que pueda desencadenar acciones incontroladas, así el cuento de la
Caperucita roja se convierte en la Caperucita encarnada y a la Biblioteca de
Cataluña se la llama Biblioteca Central.
Una
época en la que un huevo pasado por agua, ¡vaya lujo! precisa del rezo de tres
padrenuestros para estar al punto ¿precepto religioso que busca la bendición
divina de la comida o sustitución de reloj?
Una
Barcelona de la que se intenta potenciar una imagen de normalidad para que la
celebración del XXXV Congreso Eucarístico Internacional, con el que el régimen
pretende aprovechar la puerta abierta no solo para permitir entrar a los
visitantes de fuera sino, y sobre todo, para salir, simbólicamente, del
ostracismo penitente al que la nación se encuentra sometida y literalmente, de
la prisión en que se ha convertido la frontera física consiguiendo el reconocimiento
y la aceptación de los otros países.
En
esta Barcelona y en estos momentos se encuentra el cadáver de María Eugenia de
las Mercedes Sobrerroca i Salvat en su propia casa. Inoportuno asesinato de una
viuda de un notable doctor y miembros de la omnipresente burguesía, siempre poderosa
gobierne quien gobierne, que conviene resolver cuanto antes y con la mayor
discreción posible.
Para
ello la investigación del asesinato de la desdichada Mariona Sobrerroca, recae
sobre el inspector Isidro Castro de la Brigada de Investigación Criminal de las
dependencias de Via Laietana de Barcelona cuya hoja de servicio muestra un
altro grado de efectividad.
Y,
por cosas del azar, a Ana Martín habitual cronista de sociedad en las páginas
de La Vanguardia le toca cubrir el suceso. Para ello trabajará codo
con codo con el inspector Castro aunque, por aquello de la suerte del novato,
siempre un paso por delante.
El
inspector Isidro Castro es un policía de casta, capaz de golpear a quien sea en
un interrogatorio, como método ortodoxo de trabajo; con indiferencia, solo
atento a la información que va adquiriendo. Como un oficinista que teclea su
máquina de escribir sin atender lo que hace, solo atento a la lectura del papel
que se va imprimiendo.
Diario La Vanguardia en 1952 |
Ana
Martín es una joven idealista y ambiciosa que precisa demostrar que sus
aptitudes la facultan para más que escribir sobre vestidos y tocados; siente
sobre si misma el orgullo y la responsabilidad de ser hija de quien fuera un
reconocido reportero y la rabia y la desdicha de ser hija de quien hoy es un represaliado
que gana su sustento trabajando en un supermercado.
Y
es que la prensa se ha convertido en el escaparate de una realidad social
silenciada y los artículos se escriben al dictado de la censura.
Ser
un represaliado es una suerte ya que significa haber sobrevivido, pero mal se
lleva cuando tantos sucumbieron y cuando es aconsejable abrir la boca solo para
comer.
Beatriz
Noguer, pariente lejana de Ana y coprotagonista de la trama, sufre también en
vida esta condición de represaliada que cierra puertas a los libre pensadores.
Beatriz mantiene intacta su fortaleza vivencial obligándose a seguir trabajando,
escribiendo, corrigiendo y traduciendo aunque para seguir comiendo y pagando
facturas tenga que desprenderse de incunables ¡Para un filólogo pecado mortal y
sufrimiento añadido!
Novela
negra de corte intimista, decíamos, por su forma sosegada de narrar los hechos
del caso, por su ecuanimidad al narrar los acontecimientos sociales, por su calidez
al explicar los sentimientos de los protagonistas.
Reivindicación
del dicho de que tanto la lengua (el idioma) como la pluma (la escritura) pueden
resultar más afiladas que la espada. Y que una buena filóloga resulta, por su
capacidad para observar escritos, leer entre líneas e interpretar los silencios
en un texto, un buen detective.
Como
cuando Beatriz aplica la estrategia de Jean-François Paul de Gondi, cardenal de Retz, para intentar
evitar la caída en desprestigio de su sobrino.
O
cuando el argumento de la ópera El caballero de la rosa y la Mariscala se materializan en las
cartas de amor cuyos silencios comunican grandes verdades.
O
cuando el vizconde de Valmont sigue hablando por boca de lengua bífida como si siguiéramos
en el siglo XVIII.
Rosa Ribas y Sabine Hofmann |
No
sorprende nada de lo dicho sabiendo que detrás está Rosa Ribas, esta vez a duo
con Sabine Hofmann.
Una Sabine aún por descubrir y una Rosa consolidada de la
que tenemos numerosas muestras de su capacidad, entre las que destacan los
casos de la comisaria Cornelia Weber reseñados en este mismo blog:
Post scriptum: la segunda novela de la serie protagonizada por la periodista Ana reseñada aquí El gran frío
Me encanta Rosa Ribas. He leído dos de sus novelas de comisaria Weber Tejedor y esta también tengo muchas ganas de leerla.
ResponderEliminarBesos!
Loable su capacidad para hacer creíbles sus personajes; Cornelia es bien distinta de estos y cada cual tiene su propia personalidad.
EliminarUn beso Laura y que tengas un buen día!
Me gustó mucho esta novela, y sobre todo el personaje de Beatriz Nogué. Un abrazo compa.
ResponderEliminarEstamos de acuerdo.
EliminarHasta la próxima!