Una cubierta que no honra su contenido |
Las relaciones familiares
multigeneracionales, las personales y las profesionales son los vasos
comunicantes de una trama divertida, entretenida y negra de esta
novela titulada Manda flores a mi entierro.
Arturo Sanromán, inspector
de policía con pluriempleo como investigador, recibe el encargo de la
acaudalada Mercedes Samper para localizar a su hija con la que
rompió relaciones hace quince años. Los motivos que la impulsan quedan sugeridos
pero no concluidos por lo que tanto pueden obedecer a reconstruir puentes o
dinamitar los restos que aún queden de los que un día hubo.
Esa ambivalencia resulta
de lo más estimulante para mentes negras malpensantes como suelen ser las de
los lectores de género que nunca descansan.
El inspector Sanromán
realiza el trabajo con rapidez y perfección pero, otra ambivalencia genial, a
la luz de los acontecimientos posteriores le surge la duda de si cumplió con el
encargo o este tenía cola y aún queda trabajo por hacer.
Misma ambivalencia al no
saber si Cayetana Tana Marqués es una florista que propicia suicidios
para vender más flores o si es una suicidadora que buscó con la floristería
ofrecer el servicio completo.
¿Es cierto que de casta
le viene al galgo? ¿Se es suicidadora por elección espontanea o por derivación
genética?
Una Tana inteligente,
aguda, irónica, sobreviviente y hábil conversadora que tanto consigue imponer
su criterio en casa como en su negocio, el de las flores y el paralelo,
haciendo que parezca que ha sido el interlocutor quien ha tomado la decisión.
Una Tana que si conviene deja las tareas de coordinación para pasar a las de
ejecución. Una Tana de armas tomar. Una mujer decidida y resolutiva.
Esas ambivalencias y
reparto equitativo de protagonismos es una fórmula más que interesante para
introducir distintos niveles de lectura y que arma la novela de forma original
no desmereciendo en ningún momento y acorde con el prometedor
inicio.
Ricardo Bosque |
Ricardo Bosque, escritor y blogger, ha construido una novela policial fiel a los cánones pero con un
tratamiento sui generis que la hace particular y para nada convencional.
Una novela inteligente y sin fisuras a partir de la normalidad cotidiana más
absoluta.
Sus personajes y las
situaciones por las que transcurren son terriblemente próximos, familiares,
extraídos de la realidad y tan bien perfilados que los reconoceríamos ipso
facto si los encontráramos por las calles de Zaragoza o puntualmente por
las de Tarragona.
No ha necesitado insuflar
al inspector de policía de una personalidad compleja resultado de traumas
infantiles ni asociarlo a vicios ni dependencias artificiales ni dotarlo de
súper habilidades, ni tampoco ridiculizarlo con tics, ni dejes
casposos o patrios.
El inspector Arturo
Sanromán es normal como hombre, como persona, como hijo, marido, padre y como
profesional y se agradece que toda la novela también lo sea.
Argumento, ritmo
narrativo y lenguaje son asequibles, fáciles y sencillos, que a lo contrario de
lo que parecería resulta sumamente difícil y complejo el conseguirlo. Igual
como hacer que la agitación navegue por aguas
tranquilas. Y también lo consigue.
El equilibrio entre
descripción y diálogos resulta correcto y si bien, algún pero había que buscarle,
recapitular forma parte de la confección de la novela policiaca y negra hay que
procurar ajustar su extensión y en cualquier caso pecar siempre por defecto.
Un acierto encontrarse
con esta novela cansados como estamos de tanto tópico y tanta imitación como si
no hubiesen voces autóctonas cualificadas.
Me lo he pasado tan bien
leyéndola que voy a procurarme la segunda de la saga y que lleva por título: Suicidio a crédito. De momento no se dejen escapar esta.
¡Anotada queda!
ResponderEliminar¡Un placer leerte como siempre, Jordi!
Leer es un placer
Eliminar;-)