Bakercity, una ciudad distópica. |
Bakercity es conocida como La capital del crimen y sobran
las explicaciones; una capital con sus barrios altos y bajos y sus clases
sociales a juego, con sus barreras físicas y fronteras imaginarias por todos
conocidas y generalmente respetadas que acoge la violencia como las calles a la
lluvia: sin otra opción.
La policía y la judicatura ponen orden a los desmanes
pero en general el orden impuesto no es que el que dictan las leyes y las reglas
de convivencia sino el que imponen los poderosos que con su dinero compran silencios
y aquiescencias aunque ni con eso consiguen evitar que la violencia les alcance
también a ellos.
Así una joven, hija de un poderoso y ambicioso concejal,
ha sido asesinada.
Iván Romero es el detective de homicidios que debe
solucionar su asesinato junto a un equipo formado por el sargento Jaime y los
novatos Patricia y Jeannot, nuevo compañero que encarna todo lo que aquel odia,
impuesto por el comisario De la Fuente y forzado por la circunstancia de que su
anterior compañero, el detective Marcos Gallardo, ha desaparecido.
Al lado de Iván Romero, Harry el sucio es una hermanita de la caridad. Iván es un detective
de los de antes, con métodos prehistóricos, poseedor de la verdad absoluta y
para el que la obtención del fin valida automáticamente cualquier medio
empleado.
Sobre la mesa varios casos simultáneos a resolver, en la
capital del crimen este no descansa. Nunca.
La novela no se mueve por los caminos trillados del
género; es una novela criminal donde los policías pueden llegar a ser más
dañinos que los delincuentes por aquello que solo el fuerte sobrevive y o matas
o mueres. Es lo que tiene vivir en una ciudad distópica.
Luis Molina Aguirre |
Luis Molina Aguirre, escritor aún en fase de afinamiento,
relata con prosa áspera, con sus picos y sus valles, cómo se desarrollan las
investigaciones y cómo influye el entorno en el estado de ánimo de los
protagonistas; unos protagonistas que
harían bien en resolver sus dudas y necesidades existenciales como si no
hubiera un mañana. Porque podría no haberlo.
La trama avanza hacia un precipicio y su final es consecuencia de sus actos: por sus actos los
conoceréis y está claro que quien siembra vientos recoge tempestades.
De esas
novelas que te dejan como si hubieras comido alambres de espino.
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