Pero primero Carlota debe aprender. De todo. Especialmente
arte, pero también a vestirse, a utilizar los cubiertos, a entender la carta de
un restaurante de muchos tenedores y a hablar. Hay que dejar de lado su parte
choni y su hablar barriobajero y debe evolucionar para mezclarse con quienes
tienen mucho dinero y, lo principal, no desentonar.
El punto de partida evoca inevitablemente al mito de
Pigmalión, en una combinación de sus versiones cinematográficas de My Fair
Lady, Pretty Woman y La Trampa.
Pero no se lleven a engaño, porque esa evocación solo está
en su mente lectora; la autora tiene otros propósitos aunque no suelte prenda.
Hay una cierta tendencia a empatizar con quien realiza
robos extraordinarios, prodigiosos y sobre todo sin violencia. Por eso este tipo de lecturas son amables, interesantes y divertidas.
Robos a museos, galerías de arte, coleccionistas, supone la
revisión del mito de robar al rico, aunque, en esta ocasión, no sea para darle
al pobre. Aún y así, el tema tiene ese punto romántico que supone la audacia.
Ese punto novelesco al que es inevitable sustraerse y por eso se plasma en
libro recurriendo a la ficción, porqué en la realidad sería poco menos que imposible.
Aurora Guerra que antes que literata es guionista, al menos en esta obra, aplica los recursos de las series de ficción televisiva para captar la atención, pero no suelta prenda de hacia dónde nos conduce.
Y hay misterio y suspense y romance y su justa dosis de
sexo. Estamos ante un thriller muy bien trazado del que vamos suponiendo su
intención a partir de tres voces narrativas y dos espacios temporales que van
ajustando las piezas para sorprendernos con la imagen final que nada tiene que
ver con la imaginada y muchísimo menos con la supuesta.
La cárcel de aire es un
trampantojo de principio a final. La autora juega con los personajes y con los lectores, de buena fe, para que se diviertan tanto como ella al escribir la novela. Da para una brillante serie televisiva,
incluso, ¿por qué no? para una película.
Los personajes son tan distintos que su contraste da nuevos
sabores: la agorafobia, el control y el desparpajo son elementos distintivos de
cada uno y que suponen su debilidad y su fortaleza a partes iguales.
Y Carlota, que no calla nunca, que siempre tiene que decir
la última palabra, que pincha y pincha hasta hacer sangrar, resulta, de entre
todos, el personaje más emotivo y por eso es inevitable tomarle cariño.
Léanla. Es una lectura aérea, fresca y muy entretenida de esas que no se caen de las manos y además de pasárselo bien, no les importe poner cara boba a cada nueva sorpresa. Forma parte del entretenimiento.
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