Las familias numerosas lo son o bien por precepto o bien por inconsciencia.
Y ese precepto, en general
sustentado por la religión y que lleva parejo la garantía de preservar la
estirpe, la genética y el apellido, se asocia, también en general, a una clase
social pudiente y en consecuencia de opción política conservadora.
Por eso sorprende, cuando
la familia numerosa protagonista de esta novela, muestra talante liberal y
comportamiento a las antípodas de lo dicho anteriormente, y lo mejor es que
solo es la primera sorpresa y a la que van a seguir otras dosificadas y
repartidas convenientemente a lo largo de las casi 600 páginas que componen el
argumento.
Lucio Garza, el padre de
esta familia numerosa, es un forense que no suele conformarse con lo aparente,
estamos en Madrid en 1968, en plena dictadura y donde ciertos apellidos son
intocables, y su profesionalidad le lleva a investigar unas muertes que no
parecen guardar relación ya que tampoco se han calificado como sospechosas.
La familia Garza ha
adaptado a su libre albedrío el dicho de la época: la familia que reza unida,
permanece unida, para convertirlo en la familia que habla unida, incluso de
casos criminales, permanece, y actúa, unida.
Una familia con alto nivel
cultural que la lleva a cuestionarse todo y más y ser patito feo según lo que
debería ser una familia temerosa de las leyes humanas y divinas. Y con unos
suegros, los padres de ella, salvaguarda de la moral cristiana y devotos del
régimen imperante.
El argumento, con el
troncal criminal, es una amalgama de las inquietudes, las ilusiones, y la
realidad social, económica, política y religiosa de la época.
Y consigue generar esa atmósfera con múltiples y variados enfoques que reflejan con todo
detalle costumbres y rutinas, educación y cortesía, comportamientos y moral, y
anuncios publicitarios, para que nada que quede fuera y todo sume. Y no lo hace
desde el pesimismo sombrío que se correspondería sino desde la perspectiva de
brotes de esperanza.
En este sentido es
brillante. Y en el caso criminal no se queda atrás, y aunque tenga menos
protagonismo que el deseado, en favor de la visión costumbrista, ofrece todos
los tics característicos de la novela detectivesca como para interesar y con
pistas suficientes como para despistar y atrapar la curiosidad para llegar al
desenlace.
Si bien está claro que no es una novela negra al uso, etiquetarla como Cozy es una frivolidad que se justifica solo como ardid de venta, habida cuenta de que la corriente de lectores sensibles parece tener mucha incidencia en los libros de cuentas de las editoriales.
Javier Holgado y Susana López Rubio no pueden evadirse de su condición de guionistas de series de televisión y la obra no deja de ser un guion novelado y así El asesino de los caramelos de violeta es una más que interesante e intensa historia criminal de época por entregas.
Un guion pormenorizado, en
el que todos los personajes son en menor o mayor medida protagonistas, todos
tienen sus minutos de cámara y todos son susceptibles de generar sus propios
spin-off. Las historias personales se entrecruzan y se involucran con el
retrato social, desde un punto de vista crítico y satírico, para conformar lo
que, sin duda alguna, sería una deseable serie de televisión.
¡Ah! Y el final, aunque la
trama concluye satisfactoriamente, no es tal. Lo que refuerza la tesis de estar
frente una segunda temporada. Y bienvenida sea.
Y salvo que sea un gazapo
de enormes dimensiones, lo que sorprende agradablemente es la capacidad que
demuestra la madre de familia, para leer y leerles El señor de los
anillos. lógicamente en inglés original, puesto que aún tardaría un par de años en traducirse el primer volumen al castellano.
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