El principio de incertidumbre es un thriller que se adentra en el subgénero científico y es algo a lo que en este país no estamos para nada acostumbrados.
Las publicaciones de divulgación científica son escasas y poco frecuentadas, y las obras de ficción, rigurosas, aún menos habituales. Y claro que las hay, pero raramente alcanzan la etiqueta de best seller que, sin duda, acabará acompañando esta novela.
La autora, Sònia Guillén, recurre a conceptos de la mecánica cuántica, esa disciplina de la física elemental tan desconocida por intangible, para cargar de razones a un psicópata, Squark, empeñado en traspasar el umbral de la Historia, a base de intentar llevar a la práctica enunciados teóricos mediante experimentos en vivo y en directo con seres humanos.
La autora recurre a los los párrafos con contenido científico, que siempre van parejos de una explicación plausible, para dar credibilidad al argumento, para ir contextualizando los distintos experimentos que suponen el avance de la trama.
Squark, un nombre que en si ya es una teoría, es un psicópata dotado de atractivo físico y magnetismo personal como para inspirar la suficiente confianza que le permita jugar con las personas como si fueran cobayas. Sus experimentos están cuidadosamente planificados y sus víctimas seleccionadas con la antelación suficiente para reducir los imprevistos al mínimo posible.
El inspector David Estrada y la detective Nadia Mateo, de la DIC -la División de Investigación Criminal- recurren a la ayuda de la doctora en física cuántica, Berta Fernández, para intentar comprender las disquisiciones mentales de alguien que va de científico y que deja mensajes y fórmulas solo entendibles por algún colega.
Pronto descubrirán que la temática de las notas responde a un trastorno delirante no alejado de la megalomanía, un proceso de autoestima truncado a la edad infantil en la que hubiera debido de asentarse.
La novela, casi 500 páginas y solo dura un suspiro, seduce, cual psicópata, y desde el primer cruce de miradas, desde su título y el diseño de la cubierta y las guardas y al llegar a la primera página y leer que una pintora no es capaz de entender su propia obra pero que en eso radica su originalidad, el lector, la lectora, sabe que ya no hay marcha atrás y que vamos a llegar hasta el final aún con el riesgo de ser sujetos pasivos, afortunadamente, de un experimento mortal.
Decía que en este país no estamos acostumbrados a este subgénero y por eso resulta tan estimulante encontrar este tipo de lecturas alternativas a los estándares. Es un thriller que satisfará a quien lo lea, siempre que acepte lo que la definición del género conlleva.
Y lo mejor es que, como la paradoja de la caja con el gato de Schrödinger, en la que el animal está vivo y muerto a la vez, el final de la novela está cerrado y abierto a la vez. Misterios de la mecánica cuántica.
Está editada en castellano y en català; no hay excusa para no leerla.
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