En Louvain-la-Neuve, en la Rue du Labrador,
26, (¿les suena esta calle?) a poco más de treinta minutos en tren de Bruselas, se encuentra el Museo Hergé dedicado a la persona y la obra del famoso
creador del personaje más atemporal de la historia del cómic: Tintín.
El museo presenta una arquitectura exterior e
interior de línea clara pintado con colores planos de tono pastel, como no
podía ser de otra manera. Su interior combina ángulos rectos y líneas
ondulantespero todas de un solo trazo. Entrar en el es lo más parecido a
penetrar en el interior de las viñetas de un cómic. Recorrerlo es vivir una
aventura. De Tintín, claro.
La visita está perfectamente guiada por auriculares
incluidos en la entrada lo que permite, gracias a una muy bien modulada,
didáctica y amena locución una comprensión total con todo detalle de interesantes
aspectos del autor, de la época, de los personajes y de sus aventuras. Una
visita con triunfo garantizado.
La obra expuesta es completísima tanto en
originales, materiales y objetos particulares de Hergé y su equipo, y también
otros recogidos como inspiración para los dibujos, como en documentación en
múltiples soportes: papel, audio, video.
Tintín es un aventurero en el sentido
nostálgico y romántico de la expresión; de cuando hacer un recorrido de 200
kilómetros era todo una odisea y cambiar de continente tan inusual e
inaccesible como un viaje a la luna, un choque ambiental y cultural tan espectacular
como cruzarse con un tiburón andando por la calle con gafas de sol.
Las aventuras de Tintín están recogidas en 23 álbumes
(más uno adaptación de una película y otro inacabado) poblados de timadores,
estafadores, espías, gángsteres, agentes secretos, traficantes de armas,
contrabandistas... que componen una larga lista de malos malísimos, capaces de perpetrar
robos, secuestros, atentados, crímenes,
provocar enfermedades, guerras, golpes
de estado y más que pueda pasarse por la imaginación.
Aventura y thriller de la época expuestos con
ingenuidad infantil aunque mantiene una segunda lectura para público mayor en
donde la crítica a las dictaduras, a la ambición, a la soberbia, a la prepotencia
y a la maldad está perfectamente presente en un pensamiento a lo Rosseau, de
que la sociedad es la que corrompe a la persona, que apunta claramente a
maneras de novela negra.
De entre los álbumes que constituyen la
colección de Las aventuras de Tintín, destaca uno para ser comentado en este
blog, por su claro argumento de desarrollo detectivesco con dosis de enigma:
Las joyas de la Castafiore.
Un cómic que es un vehículo para lucimiento de
esa diva del bel canto, Bianca Castafiore, a la que Hergé le otorga papel
plenipotenciario para tomar decisiones y dar órdenes a quien se le cruce por
delante. A la que Hergé le hace lucir vestidos diferentes para cada ocasión
(explica el enorme equipaje con el que se presenta) y a la única que salva, por decoro y
galantería, de tropezar por culpa del peldaño.
Es el único álbum de la serie en
donde luna mujer roba el protagonismo a los demás e incluso a la misma trama. En ninguna otra de las aventuras de Tintín se da esta circunstancia.
Y no por misoginia del autor sino por no darse el entorno adecuado para ello.
Pero
además, Las joyas de la Castafiore es una comedia interrobang trepidante, un
vodevil lleno de equívocos y pistas falsas, de entradas y salidas, de puertas y
ventanas y escaleras, sobre todo escaleras, de sustos, confusiones, sorpresas,
gritos y caídas.
Una
comedia negra que celebra sus 50 años y sigue tan joven y fresca como en el año
de su publicación como álbum en 1963 (aunque empezara seriada en 1961). Se ha
convertido en un clásico y se cumple el tópico de que los clásicos, los de
verdad, los de calidad, mejoran con el tiempo.
Es el
misterio del cuarto cerrado ampliado al castillo de Moulinsart y sus jardines,
donde lo más importante no es la resolución del caso, que prácticamente queda
explicada en la segunda página, sino la evolución de la trama en si y el juego
psicológico de cada personaje y su rol en la obra.
Incluso
el título es en si un McGuffin que justifica el pasacalle, el desfile de
situaciones que se viven en el cómic. Las joyas de la portada, por cierto en
algunas traducciones el título aparece sin joya por impedimento obvio, en otras
una esmeralda y un rubí y en otras solo una esmeralda, esta es la versión más
fiel a la historia, son solo el señuelo. El elemento susceptible de despertar
codicia y por tanto de propiciar el delito.
Tintin,
Haddock y Tornasol se encuentran tan felices en su residencia de Moulinsart, cuando
reciben un telegrama en él que la diva Bianca Castafiore, el ruiseñor milanés, vieja
conocida de varios álbumes anteriores, anuncia su inminente llegada para obsequiarles
con su presencia durante unos días. Busca sosiego y paz lejos de los paparazzi
que no la dejan ni a sol ni a sombra. Y con ello deshace la paz y el sosiego de
los habitantes del castillo.
Este
hecho anodino, una gentil visita amigable, tiene la virtud de desatar todo un
alarde de situaciones disparatadas y poner a sus protagonistas al borde del
colapso de un modo tal que entreteje una redonda historia al más puro género
enigma con exagerada bis cómica.
Se ha
dicho de esta obra que es la anti aventura porque por primera vez los
personajes que pululan por los álbumes de Tintín no van a ninguna parte ni se
enfrentan a situaciones límite; ni tan solo aparece arma de fuego alguna. Se
diría esta vez que la aventura viene a ellos y una vez instalada en el castillo
desiste de irse a ninguna parte. Lo cotidiano se convierte así en la mejor
aventura posible.
Pululan
personajes decíamos de la más variada condición y oficio y presencia
determinante y pululan animales todos con papel protagonista, desde el omnipresente
Milú, al gato siamés que nunca sabremos como se instaló en el castillo, al
búho, la urraca, el loro y el ruiseñor, representado en el sobrenombre
artístico, el ruiseñor milanés, de la dama Castafiore que también encarna un
loro en una pesadilla, y sin olvidar las abejas y sus aguijones.
Los
juegos de palabras, los equívocos citábamos, las confusiones, sobre todo las
telefónicas con la Carnicería Sanzot, la sordera de Tornasol que alcanza
proporciones épicas, todo en un desatado torbellino que arrastra al lector a
mezclarse en una trama desmesurada y participar como un personaje más como lo
demuestra que Tintín se nos dirija directamente desde la portada haciéndonos el
signo internacional de silencio. Nos convierte en cómplices. Silencio que esto
está a punto de empezar.
Confusiones
que alcanzan el clímax en la escala abierta para medir carcajadas con las
distintas versiones del apellido Haddock con que Bianca Castafiore se dirige al
capitán.
Aunque
para ser coherentes no toda la culpa es de la diva, ya Haddock la primera vez
que se encontraron (El asunto Tornasol) y nervioso como un colegial no atinó a
presentarse debidamente: Hoddack, y al intentarlo arreglar lo complicó más:
Haddada.
No es
de extrañar pues que en su siguiente encuentro en el yate del marqués de
Gorgonzola (Stoc de coque) Bianca lo salude efusivamente con un Bardock, para
pasar a Karbock y terminar con un Harrock que el capitán redondea
sarcasticamente con un Harrock en roll.
Y con
estos antecedentes es de cajón lo que sucede en Moulinsart (Las joyas de la
Castafiore) donde, por orden de aparición, la diva se dirige al capitán del
siguiente modo: Bartok, Kapoc, Kodak, Mastoc, Kosac, Haddack, Hamoc, Kolbac,
Karboc, Karnak, Hocloc, Kornac, Habloc, Magok, Medoc y Kapstok; nada menos que
16 divertidísimas variantes de un mismo apellido! (Bianca redondearía en el
último álbum Tintín y los Pícaros su dotes creativas añadiendo la forma
Karbock).
Las
joyas de la Castafiore es la aventura por la aventura, en donde sin pasar
apenas nada extraordinario, ya que todo entra dentro de una posible normalidad
doméstica, un poco accidentada eso sí, pero factible, se alcanza un nivel tan
desproporcionadamente disparatado que consigue plasmar el significado del vocablo
hilarante en dibujo.
Hergé juega
a confundir al lector y a atrapar su atención finalizando cada página con una
viñeta que incita a continuar, una viñeta trampa que se agradece por su
simpatía y porque permite coger aire antes de girar página y enfrentarse a un
nuevo puñado de sorpresas que ponen a prueba la tensión sanguínea de los
protagonistas y del lector.
Hergé desarrolla
un trabajo a lápiz que exprime al máximo los ángulos para propiciar ese ritmo narrativo
que no otorga descanso y que nutre de acertados, afilados y críticos diálogos.
Y lo hace además en su línea más clara y realista para darle más vigorosidad a
la trama y más credibilidad a los personajes.
Sin
duda alguna una verdadera obra maestra, tal vez la mejor de la serie, digna de
ser expuesta en un museo y de formar parte del temario de cualquier facultad al
ofrecer la posibilidad de análisis multidisciplinar, ya sea la de bellas artes,
la de comunicación audiovisual, la de sociología, la de psicología, e incluso
alguna otra.
Si ya conocen
el cómic Las joyas de la Castafiore reléanlo saboreándolo y disfrútenlo una y
otra vez más. Si aún no lo conocen ¿a que esperan? Y si están en un grupo de
lectura propónganlo para una lectura compartida y comentada.
Les
propongo un juego: en sus páginas se encuentra un guiño del tipo aparecido en
Blacksad (recuérdenlos: aquí el primero y aquí el segundo), una mini subtrama
con comienzo y final en una misma página. A ver si lo descubren y disfrutan. En
un próximo post se lo presentaré.
Todo va
bien si acaba bien!
Post scriptum:
El guiño en las páginas de Las joyas de la Castafiore está aquí.