viernes, 14 de diciembre de 2012

Un asunto sucio de Marco Vichi

Segunda entrega de la serie protagonizada por el Comisario Bordelli del escritor italiano Marco Vichi (la primera fue comentada aquí y esta tampoco será la última).

Bordelli ha cumplido 54 años, uno más que en su anterior caso, y sigue obsesionado por encontrar su media naranja, lo que a medida que se siente envejecer se le antoja un callejón sin salida y lo hunde más si cabe en su desesperada y no elegida soledad.

Si estás solo serás todo tuyo, si estás acompañado serás tuyo a medias, decía un tal Leonardo’. Claro que ya sabemos que una cosa es estar solo y otra, muy distinta, sentirse solo.

Con Rosa, su Rosina, la que baila en su casa al son de Vecchio frac y para la que sigue siendo su osito hay más que amistad, hay complicidad, pero él sabe que esta hermosa relación no es más que un paño caliente sin solución de futuro.

Al igual que sus balsámicos ratos en casa de Rosa le ayuda a equilibrar sus biorritmos, encuentra también soporte moral en la trattoria De Cesare donde los mediodía que puede, acude para saborear la cocina y la compañía de Totó (pollo frito y alcachofas fritas, una de sus especialidades).

Su profunda humanidad impide que las redadas entre miserables acaben con los calabozos llenos y de ahí que tantas gentes como Casimiro o El Santo le agradezcan su gesto como buenamente pueden: facilitándole información.

Sus confidentes lo son por simpatía no por extorsión, ni coacción bajo amenaza.

Casimiro se ha topado con un muerto en el olivar de Fiesole, cerca de la finca alquilada por el barón Von Hauser, y no pierde un instante en contárselo a Bordelli quien corre para allá para averiguar más; prácticamente en paralelo se encuentra otro cuerpo, este en el parque del Ventaglio, un crimen sumamente atroz y las investigaciones de uno y otro caso absorben el tiempo y los pensamientos de Bordelli lo suficiente como para dejar de lamentarse por su soledad, al menos por unos días.

Las ansias de matar son atávicas y tienen su raíz en lo más profundo de la naturaleza primitiva del ser humano, en aquel oscuro cuarto que guarda el recuerdo de cuando aún se andaba a cuatro patas y matar o morir formaba parte de la supervivencia. La vida en sociedad ha cerrado la puerta a esa estancia pero hay personas que consiguen entrar y cuando salen, ya no son personas son sus ancestros.

Un asunto sucio transcurre en una Florencia hivernal y lluviosa, más allá de lo sorportable para no estar de los nervios. Bordelli y Piras deberán atar cabos para entender y resolver unos casos que no están tan desvinculados como en una primera impresión pudiera parecer. A veces una copa de cognac De Maricourt puede ayudar a entender mejor la vida y también la muerte.

Las novelas de este comisario son una sinfonía de sabores. Nos gusta Bordelli. Nos lo pasamos bien con él. Es carismático, paciente, para nada petulante y tiene unos amigos estupendos.

También les gusta a los cómplices de Calibre 38 que en su viaje literario han hecho escala en Florencia para tomarse una grappa casera con Piras y charlar de los viejos tiempos. Compartan su viaje y su grappa aquí.

Post scriptum, la tercera de la serie ya está reseñada El recién llegado

jueves, 6 de diciembre de 2012

El susurro del diablo de Miyuki Miyabe

El susurro del diablo no es como el susurro humano; es un grito ahogado, sordo, que tiene el maléfico poder de quebrar voluntades. Quien lo oye ya no vuelve a ser quien era. E incluso puede llegar a dejar de ser. Simplemente.

¿Puede una muerte ser a la vez un accidente, un suicidio y un asesinato? Todo depende de quien observe los hechos y de la conclusión que saque. Y los hechos son muertes. De chicas jóvenes, en Tokio.

Mamoru, un joven huérfano de 16 años que vive con sus tíos y una prima, resulta elegido por el azar y las circunstancias para erigirse en el encargado de averiguar que se esconde tras esas muertes y evitar que haya más. No hay policía, no hay detective privado, no hay abogado justiciero. Solo un muchacho con una gran voluntad que intentando limpiar el honor de su tío taxista e intentando ayudar a su jefe en los almacenes donde trabaja a jornada parcial, no solo descubrirá una cadena de horrores y unas ilegales y peligrosas manipulaciones sensoriales sino que además y a la postre conocerá circunstancias desconocidas de su orfandad.

Cruce de argumentos sin uno claramente principal que se enriquecen mutuamente y se complementan para explicarse en un todo.

El susurro del diablo (1989) es prácticamente narrativa juvenil no solo por la edad de los protagonistas y por las situaciones cotidianas que viven y les preocupan, sino por el tratamiento de suspense cercano al terror psicológico habitual de los filmes japoneses que desde entonces copan los festivales cinematográficos de género. Pero es narrativa para adultos, a los que critica mantenerse fieles a unos principios caducos, a unos códigos rancios y ser insensibles a las necesidades de los jóvenes por ignorancia y falta de comunicación aducida erróneamente a la diferencia generacional y a la inadaptación al sistema.

Pero sea para un público o para todos no deja de ser novela negra. La novela negra japonesa, no nos cansaremos de recordarlo, es distinta. Lo negro no está en lo extraordinario ni en lo escabroso, lo negro está en lo cotidiano. Por eso es tan visceral. Y por eso da miedo. Como sus películas de terror.

En las páginas de El susurro del diablo encontramos una crítica social a un sistema de educación escolar muy exigente en su apariencia, en su forma, en su proyección social pero descuidada en su fondo y en su trato humano, aunque luego el arrepentimiento no deje dormir. Una crítica a primar la obtención del deseo y el capricho anteponiéndola a ser íntegro, a ser honesto, aunque luego la vergüenza corroa hasta el hueso. Una crítica al mercantilismo de las empresas en las que la cuenta de resultados justifica cualquier decisión aunque luego el remordimiento conduzca a actos desesperados.


Honor en el taxista, lealtad en el jefe de almacenes, culpabilidad en un profesor, perdón en un compañero de clase, vergüenza en un alto ejecutivo: los pilares de la cultura japonesa en entredicho. Herencia feudal frontalmente enfrentada a su mundial liderazgo tecnológico.

El protagonismo femenino es total, en las jóvenes muertas, en la madre de Mamoru, en su tía y prima...y que su deseo de emancipación sigue siendo una asignatura pendiente en Japón. Las mujeres que Miyabe dibuja tan bien, son jóvenes inquietas a las que el traje virtual de geisha no deja respirar de ahí que confundan sus necesidades con sus deseos y en consecuencia no se cuestionen los medios para su obtención.

Miyuki Miyabe es una escritora capaz de explicar del modo más natural actos cuya naturaleza no entendemos. En su estilo rechaza los toques de efecto gratuitos y los fuegos de artificio y escribe desde la racionalidad, de tal forma que son sus personajes quienes escriben la historia y la Historia los juzgará. Su planteamiento es sobrio, hasta el exceso de echar en falta algo más de emotividad pero no por ello deja de ser intenso.

Demostrar sentimientos es algo mal visto y el que dirán hace que la procesión vaya por dentro, por eso Miyabe no se inmiscuye en los actos de sus personajes ni en sus razones o justificaciones que deja, discretamente, a disposición del público. Por eso no clasifica malos y buenos: hay personas y hay actos.

¿Quien merece castigo: el culpable o la víctima? Respuesta obvia, ¿o no? En esta novela todos son culpables y todos son víctimas. Allá cada lector/a con su concepto de bien y mal y con lo que esté dispuesto a entender y aceptar.

Miyabe tiene más libros como este, no son novelas de género sino que usan al género para ser novelas, y esta lectura deja con ganas de conocerlos. Próximamente en este blog.

Hay más novelas japonesas posteadas en el blog. Utilice el buscador de la columna de la derecha con la palabra japonesa para verlas.

Post scriptum: pinchen para leer la reseña de otra de sus personalísimas novelas R.P.G Juego de rol


sábado, 1 de diciembre de 2012

El comisario Bordelli de Marco Vichi

Bordelli siempre sabe como salvar a la gente de su destino, ejerce la acción adecuada y concede el gesto necesario. Ve con meridiana claridad lo que hay que hacer en cada momento, pero ¿a él quien lo salva?
No es que haya desperdiciado trenes es que cuando ha ido a la estación no ha esperado el tiempo necesario y ahora con 53 años cumplidos y sin pareja se encuentra más que solo y esto empieza a aterrarlo.
Tiene amigos, muchos y variopintos, y organiza cenas en las que invita a nuevos conocidos y en donde la felicidad del grupo le sirve de vacuna para soportar unos días más pero nada quita que desee encontrar a la que haya de ser la mujer de su vida y pueda formar una familia. También tiene familia: su tía Camila, su tío Franco y su primo Rodrigo con quien se lleva de pena pero sus visitas nos regalan hilarantes momentos.
Bordelli fuma para respirar, si lo dejara no sabría como inhalar aire sin inspirar humo, conduce un escarabajo, come cada día fuera de casa, o mal o en la trattoria De Cesare donde Totó tanto le improvisa una Panzanella como un  Bacalao a la Livornesa.
Y como buen italiano tiene paladar para la comida y para el vino y tiene ojo para el arte, distingue a simple vista obras de Fattori, Segantini, Nomellini, Ghiglia y más y acaba de descubrir que el DDT es más peligroso que dejarse comer por los mosquitos por lo que opta pasar las noches rascándose.
Bordelli se encuentra mejor y más a gusto con raterillos de poca monta, que solo roban para continuar viviendo, y con genios incomprendidos y solitarios, como él, que con los políticos, con todo aquel que detente poder. Los que deciden sobre la vida de los demás sin importarles la opinión de quienes dicen ayudar no merecen su crédito. Bordelli juega según sus propias reglas aprendidas hace mucho tiempo cuando luchó en el frente.
La guerra le ha enseñado a ser como es: solidario, justo y agradecido. En ella descubrió que los nazis no eran sino personas, jóvenes como él, a quienes les habían encasquetado un uniforme y los habían abandonado en tierra hostil. En la guerra mató pero aprendió a respetar la vida y su última víctima, la número 37, en 1945, un joven prácticamente de su edad, le enseñó que la muerte es el fin de todo y que por eso hay que vivir el momento.

El comisario Bordelli es una novela ambientada en Florencia en 1963, en un agosto de calor sofocante en donde el aire no corre por no sudar. En donde la noche cae despacio, para no cansarse, sobre la estructura del Ponte Vecchio, Bordelli debe encargarse de esclarecer la muerte de una señora en su señorial villa del siglo XVII y en el transcurso de la investigación se irán entrecruzando recuerdos y personajes que irán explicando la naturaleza humana del policía que empieza siendo comisario y acaba siendo comisario jefe. Algo que sus colaboradores Mugnai y, el nuevo, Piras, el sardo, no notan por su manifiesta humildad.

Marco Vichi, el autor, de esta saga de novelas, nos propone una lectura refrescante, a pesar del inmenso calor que describe, por su tratamiento humanista, por sus apuntes surrealistas, la conversación con Aldo Affumicato sin ir más lejos y por su sencillez narrativa. Una vez más una buena novela negra se mide por la grandeza de sus personajes.
Solo pedimos dos cosas:
Que en la próxima reencarnación tengamos un despertar sexual con la complicidad de Annina y que, por favor, en la próxima cena, Bordelli nos guarde una silla que permita acomodarnos al lado de Diotivede, forense en activo de 70 años; del Botta, ladrón y cocinero; de Fabiani, psicoanalista melancólico; de Cana, ladronzuelo de poca monta; de Dante, inventor y amaestrador de ratones y de Piras, el agente novato y anti tabaco total, y que podamos oír sus charlas entre humo, Chianti y comida turca.

Receta de la Panzanella, pan ensalada, plato frío de la Toscana:
Pan troceado y acompañado de cebolla y tomate todo bien aliñado con aceite de oliva, vinagre, sal, pimienta y hojas de albahaca.
También se puede añadir lechuga, alcaparras, anchoas, cebolla, pepino, atún, zanahoria, apio...

Post scriptum: otras novelas de la serie en este mismo blog

3. El recién llegado

viernes, 23 de noviembre de 2012

enCrudo 4 y San Martín

enCrudo es el fanzine en papel cuando el mundo orbita en digital.

Es una ventana abierta del revés al mundo de la astronomía gástrica, también conocido como gastronomía, que abrieron Yanet Acosta y Jacobo Jaco Gavira  hace ya algún anuario y que no cierran para que podamos seguir disfrutando de digestiones a medida.

El enCrudo número 4 está ya servido en mesa. En su menú hay como siempre un poco de todo, siempre bueno o mejor y con ese especial toque canalla que lo distingue de otros menús de tres al cuarto.

En este número, Interrobang incluye una receta presentada en forma de relato corto.

Espero que se diviertan preparándola y aún más comiéndosela (no olviden el toque del vino durante el proceso de elaboración para coger el punto).

Y por si no les llega el enCrudo en mano, hela aquí:


SAN MARTÍN

Hoy es 11 de noviembre y es mi santo y he decidido regalarme una cena especial.

Recién duchado, vestido con chinos y un polo y con una agradable sensación de limpio y de estrenar piel, empiezo a pelar y cortar la cebolla en juliana. Al acabar dedico unos segundos a limpiar el cuchillo bajo el chorro del grifo y a secarme las lágrimas, será que las cebollas me vuelven nostálgico. Sensible que es uno.

Luego, mientras el aceite va calentándose, levanto la copa y observo a contraluz el perfecto color dorado brillante y luminoso del sauternes. Y lo saboreo. No estoy solo, Chet Baker me acompaña pero el no bebe, está bastante ocupado soplando con Funny Valentine.

Cuando la sartén me reclama la cebolla, la dejo caer en cascada desde la tabla; translucida a la luz halógena se funde en un abrazo crepitoso con el aceite. Se aman, pienso. Hay amores que matan, constato.

Bajo la intensidad del fuego, persigo un sofrito y no un refrito, y le doy un par de meneos con la cuchara y un par de sacudidas a la sartén.

Otro largo beso al vino y ataco al puerro.

Primero la cabellera, luego la cola y por último un corte longitudinal que me ha de permitir despreciar un par de capas y retirar cualquier rastro de tierra que pudiera contener. Limpio y dispuesto al sacrificio lo voy cercenando en delgados círculos concéntricos que amontono en un plato.

Otra sartén, esta con una cucharada de mantequilla, recibe los aros de puerro y los remuevo con suficiente delicadeza como para que se separen unos de otros sin romperse. Los necesito enteros. Anillos de blando compromiso.

Servidos ya los dos dedos de rigor en la vacía copa, me entretengo haciendo malabares con tres manzanas de verde refulgente que hubiera envidiado la mismísima malvada reina del cuento, aunque las prefiriera rojas.

Son ecológicas y de confianza por lo que solo tengo que lavarlas y poder así mantener la belleza cromática i la riqueza organoléptica de su piel.

Elijo entre las herramientas la más adecuada y les arranco el corazón a las tres. Una detrás de otra. Y deposito bálsamo reparador de heridas en forma de unas gotas de zumo de limón para evitar el oscurecimiento prematuro que pudiera dejar la incisión.

Termino el vino de la copa, no fuera a calentarse, y afilo el cuchillo contra la piedra. Y lo dejo al lado de la tabla de cortar, listo para enfrentarse al ritual sacrificador al que ya está acostumbrado. De hecho un cuchillo tiene claro cual es su destino: estar  siempre inhiesto y mojar muy poco, no como su prima la promiscua cuchara.

Añado un pellizco de sal al puerro. Otro a la cebolla y algo más de azúcar moreno, endulzándole caritativamente los últimos estertores, luego un chorrito de PX y controlo la última fase de la cocción para no pasarme bajando la potencia de los dos fuegos.

En un cazo caliento tibiamente agua y azúcar y pasó una a una y por las dos caras las rodajas de manzana que acabo de cortar, hasta que salen pejagosas.
 
Un toque de canela para la base de cebolla y un toque de jengibre para la base del puerro. Toques personales. De conocedor.

Y ahora a emplatar: rodaja de manzana de abajo, capa de cebolla y rodaja de foie con cristales de sal gris; nueva rodaja de manzana, ahora con base de puerro y de nuevo foie, y así hasta terminar la manzana como si estuviera intacta. Y hasta terminar las tres. Quedan de muerte.

Si los grandes cocineros presumen de deconstrucción yo me siento el rey al terminar mi reconstrucción.

Y para acabar abro el arcón congelador y extraigo una pelota sintiendo el escalofrío del gélido vapor que huye ingrávido e intangible. Dejo el paquete sobre el mármol y lo desenvuelvo con cuidado. No siento azoramiento alguno por la vista que se ofrece a mis ojos en aquel strip tease de capas de film cual velos de danzarina oriental.

Encajo cuidadosamente la manzana en su oquedad natural como con los cerdos servidos en la edad media y me felicito por la artística presentación del plato que llevo presto a la mesa pues mi mujer está a punto de llegar y quiero que vea su comida preferida: manzana con cebolla caramelizada y foie, sabiendo que le provocará un shock emocional.

Me apoyo en un ángulo del comedor brindando al aire con el sauternes y sosteniendo la compacta cámara digital para inmortalizar su expresión.

Oigo el tintinear de las llaves y el grito que sigue al abrir la puerta. No hay duda de que está apreciando la nueva decoración del recibidor, otro grito, este en sordina, ahogado con la mano. Un tercer grito entrecortado con mi nombre: “Martín ¿estás ahí?”

Con tal que no resbale con la sangre me conformo. El taconeo tambaleante se va acercando y de repente aparece.

Y junto a la cesta del pan, los relucientes cubiertos y las centelleantes copas a la intimidad de las velas, ve la cabeza de su amante, sobre el plato de fina porcelana, mirándola con ciegos ojos bien abiertos y con la deliciosa manzana con foie que constituye una de sus comidas preferidas, en la boca.

El flash inmortaliza el momento en que cae desmayada sobre el parquet. Cuando le advertí que celebraría mi santo con invitados me guardé mucho de darle ninguna pista.

Quería que su sorpresa fuera total. Y es que a todo cerdo le llega su San Martín.

Interrobang

domingo, 18 de noviembre de 2012

Imborrable (Unforgettable)

Rachel yace muerta sobre un escuálido riachuelo de apenas siete centímetros de profundidad.

El cielo es azul con nubes blancas deshilachadas que filtran los rayos del sol creando sombras oscuras, los árboles de alrededor están en silencio; las ramas se están quedando peladas y las hojas, que caen lánguidas, empiezan a cubrir el cuerpecito a modo de mortaja.

Carrie, su hermana, de pie, a su lado, en estado de shock no puede entender que hace solo unos instantes corretearan juntas jugando y riendo y levanta la vista para encontrarse una figura de la que no distingue apenas nada por estar a contraluz y que le inspira temor y desconcierto a la vez.

Ya en la habitación desnuda de enseres y recuerdos de Rachel, Carrie entiende que no quiere olvidarla y que mientras la tenga presente permanecerán juntas. Quiere recordar para siempre a su hermana para no perderla más allá del inevitable plano físico por lo que convierte su memoria en un archivo imborrable.

Imborrable es lo que no se puede borrar, lo que permanece indeleble... cuando esta cualidad no se aplica a los objetos sino que se aplica a un proceso cognitivo recibe el nombre científico de hiperamnesia.

Hiperamnesia es lo que padece, sufre o disfruta Carrie Wells. En realidad es una hipermemoria que almacena todo lo que se ha visto, sin olvidar el más nimio detalle, aunque no haya sido exactamente mirado de forma fija, basta solo con que la vista lo haya barrido en su trayectoria para que quede grabado como si se hubiera utilizado una cámara de video de altísima definición con opciones de auto focus, zoom, y equalización de sonido y con el añadido de clasificar y ubicar perfectamente este recuerdo con las variables lugar, fecha y tiempo.

Así no solo recuerda si el tercer botón de la blusa rosa palo de Alice, por decir alguien, estaba o no abrochado sino que eso lo vio al pasar por su lado en un cruce de la sexta con la 44 el viernes 27 de octubre de 2007 a las 17:38 en el momento en que una nube que amenazaba lluvia cubrió el sol bajando de golpe la temperatura en 2 grados según el termómetro de calle adosado a un fanal de iluminado público en la fachada del Delicatesen’s de la esquina del que se abría la puerta por donde salían dos jóvenes vestidos con...

Juzguen si esta enfermedad o capacidad o habilidad o don es un privilegio o un castigo.

A Carrie Wells no se le olvida nada y menos, por supuesto, el asesinato de su hermana. Este innecesario crimen sin justificación y sin culpable conocido la lleva a ingresar de mayor en la policía de Siracusa y su habilidad la honora como la más joven y brillante detective de la unidad de homicidios donde se enamora de su compañero Al Burns, con quien llega casi a las puertas del matrimonio.

Pero la imposibilidad de aplicar su don en resolver el asesinato de su hermana la lleva a una depresión que le impele a dimitir e iniciar una vida de desconexión de ese mundo lleno de violencia y muerte cuyos detalles lleva grabados en su cerebro y en su corazón, suponiendo una carga insostenible. Este desarraigo conlleva también la ruptura de su relación amorosa.

Años más tarde, en Nueva York, y ante la muerte violenta de una vecina reanuda el contacto con su ex-novio, ahora el prometido de una psicóloga asesora de la policía, y a instancias de este se involucra en la resolución del caso e ingresa de nuevo en el cuerpo. Al principio es un bicho raro por su peculiar forma de actuar pero progresivamente muta a genio.


El equipo lo forma Al Burns, como jefe, Carrie Wells como ayudante aventajada, Mike Costello, el más veterano, Roe Saunders, el más joven y Nina Inara, detective de brillante inteligencia. Al pasar de los capítulos se añade Tanya Sitkowsky como experta en tecnología y comunicaciones (en una imagen que nos recuerda una pobre imitación de la sin par Abby de NAVY) y Jane Webster, impagable forense de vuelta de todo que aporta madurez a los argumentos y realza la calificación de la serie al darle mayor rigor a la investigación.

Jane, Al y Tanya en el laboratorio
Esta serie policíaca, que debe su nacimiento al relato breve de J. Robert Lennon titulado The Rememberer, trata sobre los casos de homicidio a los que se enfrenta el Departamento de Policía de Queens. El tratamiento es de corte dramático y tiene más enfoque social que las series con las que rivaliza en la parrilla.

Como todas las series con protagonista especial a veces peca de poco procedimiento policial apoyándose en demasía en la brillante capacidad para avanzar en la resolución pero en general el sentimiento corporativo del equipo es quien lleva adelante el trabajo de campo necesario para la detención del culpable.

Es todo un acierto como el realizador soluciona visualmente el momento en que Carrie revisa su archivo memorístico: repitiendo la secuencia original con el añadido en plano de la Carrie que recuerda, desdoblada de la Carrie original diseccionando todo lo que esta vio u oyó en unos travellings de deslizamiento suave y circular para que como espectadores podamos seguir perfectamente el momento del descubrimiento del hecho relevante.

El formato de la serie es de capítulos auto conclusivos manteniendo la subtrama transversal y progresivamente lineal del asesinato de Rachel del que Carrie sigue investigando y avanzando poco a poco con giros sorprendentes para deleite de la audiencia.

Audiencia atrapada por esa astucia que consiste en mantener una constante que fidelize a los espectadores y que ya es común en la mayoría de series. Por ejemplo y entre las ya posteadas en este blog y que pueden volver a revisar: Monk (el asesinato de su mujer Trudy), El mentalista (el asesinato de la mujer e hija de Patrick por John el Rojo), Castle (el asesinato de la madre de Beckett resuelto en su quinta temporada).

La segunda temporada de Imborrable (Unforgettable) la anuncian de 13 capítulos y su estreno está previsto para el 2013, si no se tuerce.

Tienen pues tiempo de revisar los 22 capítulos de la primera temporada y ponerse al día. No se olviden, Carrie no lo haría.

Post Scriptum: la segunda temporada ya está reseñada aquí, en el blog. 
Y ya pueden leer también la reseña de la tercera temporada aquí