Después de haber posteado la tercera y, hasta ahora, última novela publicada de la comisaria Weber-Tejedor titulada En caída libre (recuérdenla aquí ) quedaba pendiente reconocer los méritos de las dos anteriores de la misma serie.
Una serie policial con carácter y muy, muy digna que se ha ganado sobradamente su derecho a ser referente y cuya lectura se ha convertido en indispensable para cualquier lector de género que busque calidad.
Cornelia Weber-Tejedor (con un nombre que se escribe igual en castellano que en alemán) es la comisaria protagonista de esta serie; nacida alemana del matrimonio formado por la emigrante española Celsa Tejedor y Horst Weber (curiosamente Weber significa tejedor en español), y criada junto a su hermano Manuel y Estrella, la perra de la familia; mantiene una extraña relación de pareja con altibajos y se pirra por la empanada de zamburiñas y los episodios de los Simpson.
Una serie policial con carácter y muy, muy digna que se ha ganado sobradamente su derecho a ser referente y cuya lectura se ha convertido en indispensable para cualquier lector de género que busque calidad.
Cornelia Weber-Tejedor (con un nombre que se escribe igual en castellano que en alemán) es la comisaria protagonista de esta serie; nacida alemana del matrimonio formado por la emigrante española Celsa Tejedor y Horst Weber (curiosamente Weber significa tejedor en español), y criada junto a su hermano Manuel y Estrella, la perra de la familia; mantiene una extraña relación de pareja con altibajos y se pirra por la empanada de zamburiñas y los episodios de los Simpson.
Mima a su vez a sus otras creaciones: los personajes, a los que insufla vida más allá de las páginas de la novela y permite creer que existen de verdad y que pueda ser fácil cruzarse en cualquier momento por la calle con Winfried Pfisterer, por ejemplo, el menudo doctor forense vienés escritor de poemas, tan mayor que su jubilación debería estar tan próxima que lamentaríamos no seguir escuchando sus acertados diagnósticos profesionales y sus acertadas reflexiones sobre la vida en general.
Rosa ha elegido su ciudad, Frankfurt, para hacer corretear a Cornelia, una Frankfurt descrita para ser reconocible sin caer en localismos excesivos. Y ha buscado ambientes tan dispares para sus casos como la colonia de residentes españoles, los interiores de una agencia de publicidad, las cuadrillas de limpieza de aviones en el aeropuerto internacional de la ciudad y se apunta que una próxima localización podría ser el mundo de la ópera.
La forma de escribir de Rosa es lo suficientemente austera como para parecer alemana, pero el remate cálido e irónico que fluye constantemente la asocia con el reflujo de las mareas mediterráneas. No cede al costumbrismo fácil de la confrontación ideológica que facilitaría jugar con las dos raíces familiares de Cornelia ni tampoco en la de confundir la cultura con el folclore. Y por todo ello resulta muy interesante a la par que muy amena.
Si antes de ahora no la conocían tiene un pase que no la hayan leído; después de ahora ya no tienen excusa.
Si antes de ahora no la conocían tiene un pase que no la hayan leído; después de ahora ya no tienen excusa.
Entre dos aguas
Cornelia, que junto con Reiner Fischer, el subcomisario con quien trabaja, anda cerrando un curioso caso de síndrome de Diógenes pero al revés, ve como por su condición de medio española le cae también este otro que la enfrentará a la realidad en la vida del emigrante y le revelará sentimientos y aspectos de sus orígenes familiares. Por si fuera poco, y obedeciendo a un evidente sentido de la realidad, en la que los casos delictivos no esperan turno y caen como y cuando quieren sin tener en cuenta la saturación de expedientes en las mesas policiales, otro caso, una desaparición, aparentemente de menor importancia pero de trascendental calado político viene a sumarse a la fiesta. Por suerte la incorporación de Leopold Muller como refuerzo al equipo permite distribuir de manera más eficiente el abundante trabajo.
Primera novela de la serie de la comisaria Cornelia Weber-Tejedor, con presentación de orígenes y personajes, que arranca con fuerza, yendo al grano y dejando las cosas claras desde el principio y mantiene el ritmo y el envite para comunicar de forma fehaciente que estos personajes han venido para quedarse. Rosa Ribas no solo escribe una novela negra sino que ahonda en la parte sociológica de como Frankfurt evoluciona en su multiculturalidad, buscando aún como sentirse cómoda en este nuevo escenario que viste todas las grandes ciudades europeas.
La habilidad de la escritora se manifiesta en los cruces de diversos y distintos casos que emplea para explicarnos como se desenvuelve Cornelia en cada situación y por tanto como es como persona y como profesional, sin tener que recurrir a largas descripciones.
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Cornelia sufre, en su vida personal, de dudas y desavenencias conyugales, agravadas por una muerte en la familia, mientras en su vida profesional padece los desplantes de un compañero arisco aunque los sobrelleve con el antídoto que le produce una naciente e indeterminada sensación que se manifiesta con mariposas en el estomago.
Segunda novela con los mismos protagonistas y mejora evidente y notoria en el planteamiento, nudo y desenlace, al que Rosa Ribas se ciñe con soltura sin que le apriete el encorsetado. Mano de hierro alemana en guante de seda mediterráneo. Se nota en las descripciones, como en los diálogos, en las reflexiones sordas y en las imperfecciones humanas de sus personajes, lo que facilita la inmersión en la lectura y la fácil comprensión de la compleja cultura y forma de vida de una sociedad tan alejada de nuestras costumbres como es la alemana.
De nuevo Rosa Ribas presenta a Cornelia trabajando en casos simultáneos, de nuevo esa sensación de realidad, de que las personas somos tridimensionales y multitarea y con ello la evidencia de que somos alguien, que tenemos cosas que hacer, en casa y en el trabajo, y por tanto la vida de la comisaria es, ni más ni menos, tan complicada como la de cualquier otra persona y eso es precisamente lo que la hace tan creíble y humana, y es uno de los motivos por los que sus argumentos resultan cercanos: todos llevamos un personaje dentro pugnando por protagonizar cualquier novela. Todos somos un poco Cornelia Weber-Tejedor.